Rob Minkoff alcanzó su mayor momento de gloria (al menos hasta ahora) con la dirección (compartida con Roger Allers) de El Rey León, seguramente el último gran clásico moderno de Disney, antes de iniciar la decadencia que le ha hecho perder el favor del público infantil, si bien lo está compensando ampliamente con su “joint venture” con Pixar y sus magníficos dibujos infográficos. Minkoff consiguió después un apreciable éxito de taquilla con Stuart Little, que combinaba animación digital, animatronics y actores de carne y hueso, en una historia disparatadamente marciana pero que funcionó muy bien, aunque su continuación fue muy inferior, tanto artística como comercialmente.
Después ha hecho alguna incursión en el misterio, para acometer ahora, con este El reino prohibido, una curiosa revisitación del universo “kung fu”, combinando influencias tan variopintas como el aprendizaje del pupilo occidental a manos del sabio oriental (cfr. Karate Kid), el opulento cine de artes marciales de nuevo cuño (Ang Lee, Zhang Yimou, Chen Kaige), y el casposo cine de artes marciales de antaño (Bruce Lee y toda la retahíla de subproductos salidos de las prolíficas factorías de Hong Kong, bajo la férula del productor Raymond Chow y otros secuaces). Para la ocasión se le añade una buena ración de humor, que justifique la aparición de Jackie Chan, en plan Sancho Panza de ojos rasgados, y el cóctel está servido.
Está claro que Minkoff no llega a la altura de su mejor empeño, el citado El Rey León, pero también que le tira muchísimo la monarquía (realmente su país, como sabemos, no deja de ser una monarquía republicana, con un soberano elegido cada cuatro años), porque ha pasado de poner en escena la emotiva historia de redención del príncipe de la sabana a plasmar en la gran pantalla esta historia de recuperación de otro monarca, el Rey Mono, a partir del viaje en el tiempo que un adolescente fascinado por la China Imperial realiza gracias a cierto objeto del año de los mengues que actúa a modo de talismán o sortilegio.
El resultado es resultón, si me permiten la cuasi redundancia: no alcanza el tono de los citados Lee o Yimou, pero tampoco es la bosta de vaca que generalmente nos endilgan con el protagonismo de Chan. Así las cosas, estamos ante un producto comercial, fundamentalmente familiar, aunque los que mejor lo pasarán serán los adolescentes, viendo volar a los luchadores como si fueran supermanes de ojos oblicuos y pelos imposibles, una licencia artística para la que, se supone, habrán pedido permiso a Mr. Newton y su muy estricta Ley de la Gravedad…
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