Frank Capra (1897-1991) fue uno de los grandes cineastas de la comedia clásica norteamericana; italiano de nacimiento (de Sicilia, concretamente), emigró con su familia a los seis años a Estados Unidos, donde se nacionalizaría años más tarde. Empezó a hacer cine, ya como director y guionista, a principios de los años veinte, todavía durante la etapa del cine mudo, con algunas películas al servicio del cómico Harry Langdon; llegado el sonoro, fue evidente que Capra daba lo mejor de sí con comedias de diálogos inteligentes y réplicas y dúplicas chispeantes. Su nombre se corresponde con el de un autor clásico de la máxima altura, con varios títulos que están merecidamente en la Historia del Cine, títulos como Sucedió una noche (1934), con Clark Gable y Claudette Colbert, Caballero sin espada (1939), con James Stewart y Jean Arthur, Juan Nadie (1941), con Gary Cooper y Barbara Stanwyck, Arsénico por compasión (1944), con Cary Grant, ¡Qué bello es vivir! (1946), con James Stewart y Donna Reed, El estado de la Unión (1948), con Spencer Tracy y Katharine Hepburn, y Un gánster para un milagro (1961), con Glenn Ford y Bette Davis.
Esta El secreto de vivir también se puede considerar una de sus grandes películas, aunque quizá no goce de la misma popularidad de las que hemos citado. Su historia arranca con la noticia de la muerte en accidente de un magnate, desconociéndose quién será el heredero de su fortuna. El notario busca al afortunado, hasta que por fin lo encuentra en un pequeño pueblecito llamado Mandrake Folks; el heredero se llama Longfellow Deeds Semple, aunque todos lo llaman Deeds. A su llegada al pueblo, la comitiva de la ciudad que lo busca se percata de que en aquella localidad todos parecen tontos, o simples, o quizá es que no son retorcidos como ellos… El ama de llaves del heredero les dice que su jefe escribe poesía, cosa que los urbanitas no entienden... además de poeta es músico, tocando el trombón en la banda musical del pueblo. Le dicen que ha heredado 20 millones de dólares, pero el hombre se queda tal cual, como si tal cosa... La comitiva le insta a ir con ellos a Nueva York para hacerse cargo de la herencia. Ya en la Gran Manzana, en un periódico encargan a Louise Bennett, a la que todos llaman Babe, que se entere de quién es el heredero del magnate muerto; la periodista concibe la idea de hacerse pasar por una chica pobre y muerta de hambre para que el heredero se apiade de ella y así entrar en su vida…
Por supuesto, la película no deja de ser una nueva versión del clásico “la ciudad no es para mí”, esa mirada acre hacia la descreída ciudad, a la vez que supone el elogio hacia la vida tranquila en las pequeñas poblaciones y el campo, de alguna manera un canto a lo bucólico, a la paz de las pequeñas y más elementales cosas. Sobre una historia original de Clarence Budington Kelland, el guionista Robert Riskin armó una plausible trama sobre un simple, que no tonto, que hereda un fortunón sin que se le mueva una ceja, y cómo los colmillos retorcidos de la ciudad (los administradores de la fortuna, cuyas cuentas no son precisamente limpias, pero también la periodista curtida en mil y una batallas) intentan aprovecharse de él. Por supuesto, las maniobras de tanto filibustero resultarán infructuosas, aunque cuando el protagonista se entere de la verdad sobre la mujer en la que él confiaba a ciegas, estará a punto de ser defenestrado por su propia inacción al verse de esa forma defraudado. Por supuesto, comedia como es El secreto de vivir, tendremos final feliz, casi con perdices, en una historia muy agradable de ver, con buenos diálogos, una de las señas de identidad del cine clásico norteamericano, el mejor que se haya hecho nunca, en una comedia que puede reclamar para sí perfectamente el apelativo de “screwball”, o sea, una comedia ligera, brillante, alocada, con un punto estrafalario; pero, siéndolo, estamos también ante una comedia que no evita hablar de temas sociales, como el del duro desempleo y la consecuente pobreza, y la forma en la que podría combatirse, como hace el protagonista cuando intenta dividir su fortuna para que cientos de personas que se han quedado sin nada puedan rehacer sus vidas. En ese sentido el film se podría decir que tiene ciertos ribetes izquierdistas, muy en la línea del New Deal, ese “nuevo pacto” que Franklin D. Roosevelt propuso a los norteamericanos a principios de los años treinta para superar la tremenda crisis económica y social que supuso el Crack del 29 y la posterior Gran Depresión.
La película, en el fondo, es un elogio de la actitud sencilla ante la vida, hecha con un sutil humor de opuestos, urbanistas contra catetos, con una narración elegante, sin fisuras, en una comedia ligera, alada, pero con contenido, no una mera sucesión de chistes. Por supuesto, el personaje bombón del film es el del protagonista, una auténtica “rara avis”, un personaje peculiar, en el fondo una persona corriente, simple, pero no tonto, un personaje ingenuo pero con un sexto sentido para detectar aquellos que lo quieren engañar (salvo con la periodista, a la que no vio venir: quizá se enamoró de ella desde el principio, y con esa venda en los ojos no es fácil…), un personaje con una filosofía de vida muy sencilla, muy vitalista y simple, cándido pero no tonto, además con una visión sobre las mujeres ciertamente avanzada a su época, como demuestra en la escena en la que otro de los personajes habla de las mujeres y él le recrimina que lo hace como si fueran reses…
Con una parte final muy divertida, cuando el protagonista, por fin, decida defenderse y poner de relieve las falacias que se han vertido contra él, y los malos entendidos que se han usado en su contra, contiene escenas tan curiosas como aquella en la que Deeds va desmontando con humor todos los argumentos que se han planteado contra él, por ejemplo haciéndoles ver a todos los presentes en la sala (incluido el juez) las visibles manías que todos ellos tienen, y que él ha sabido detectar, como esas manías que, según el tribunal, eran indicios evidentes de la demencia del hombre y, por tanto, la necesidad de internarlo en un sanatorio psiquiátrico… y de que pierda su fortuna para que se la lleve una gente más manipulable, claro… Por cierto que su “speech” final suena en buena medida bastante socialista, propio de la época, del impulso regeneracionista del gobierno Roosevelt...
Gran trabajo del siempre excelso Gary Cooper, perfecto para el personaje, al que le da cumplida réplica una Jean Arthur estupenda.
(06-07-2024)
115'