No es frecuente que un cineasta, a las primeras de cambio, convenza plenamente. El judío-americano Yaron Zilberman (con este nombre y este apellido su origen étnico es más que evidente) hace con este El último concierto su primer largometraje de ficción, si bien rodó, hace ya varios años, un documental titulado Watermarks. Pero viendo este su primer largo, parece que Zilberman llevara filmando toda la vida, porque la sensación que transmite es la de seguridad, la de tablas, la de saber perfectamente lo que se trae entre manos, y lo que es mejor, la capacidad para obtener de sus (magníficos) intérpretes lo mejor de sí mismos.
Un prestigioso cuarteto de cuerda en el Nueva York hodierno, una formación que se mantiene intacta ya hace un cuarto de siglo; de repente, el líder del conjunto es diagnósticado de Parkinson, y el hombre plantea su sustitución a corto plazo por otra afamada (y joven) música, lo que desatará, sin pretenderlo, los agravios, emociones y sentimientos encontrados que se mantenían acorchados por el cloroformo del éxito y el magisterio del líder que se va.
Así saldrán a la palestra, inopinadamente, la lucha de egos, el adulterio como forma de autoafirmación, el amor entre desparejos. Así lo que era armonía, serenidad, cuatro maestros que tocan música como si acabaran de bajar del cielo, será enfrentamientos, luchas, rupturas: el caos en el Olimpo.
Es curioso porque viendo esta tan estimulante El último concierto me acordaba de los Woody Allen “serios”, por llamarlos de alguna manera, esos dramas que de vez en cuando el cineasta neoyorquino gusta de realizar, desde la ya antediluviana Interiores a Otra mujer o September, todas ellas con un tono bergmaniano que tampoco es ajeno al filme que comentamos. El último concierto resulta ser, así, una historia sobre la dificultad del ser humano para asumir sus propios límites, pero también, de alguna forma, una crónica sobre la angustia de vivir (tan bergmaniana, por cierto), incluso en aquellos que lo tienen todo: fama, dinero, prestigio, la admiración general... pero que finalmente son tan humanos como los curritos imbuidosde la aurea mediocritas.
Zilberman, que como queda dicho pareciera tener a sus espaldas una decena de filmes, por las buenas hechuras que derrocha en esta su primera ficción, se apoya, muy inteligentemente, en un reparto excelente, con un Christopher Walken que, como siempre, está espléndido, aunque en este caso en un rol tan distinto de los que habitualmente compone: aquí, lejos de esa mirada como de loco que le ha hecho famoso e imprescindible en tantos papeles inolvidables, es un hombre sereno y tranquilo, un líder que manda desde los silencios, desde la capacidad casi taumatúrgica de cuadrar los egos mastodónticos de estas prima donna. Del resto me quedo, como siempre, con el estupendo Philip Seymour Hoffman, del que puedo decir, como hacía el llorado Jorge Fiestas en la revista Fotogramas, que cualquier película con él dentro me gusta más. Y allá entre los secundarios, con apenas unas frases pero que él las hace como si estuvieran escritas por Shakespeare, una de mis debilidades, Wallace Shawn, ese viejo, feo, entrañable gran actor cuyo único defecto es lo poco que se prodiga en el cine: qué caro te vendes, maestro...
El último concierto -
by Enrique Colmena,
Aug 25, 2013
4 /
5 stars
En la estela de Woody, en la estela de Bergman
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