En todos los países desarrollados existe un tipo de cine que, lícitamente, aspira a presentar sólidos relatos dramáticos que gusten a públicos mayoritarios y con ello conseguir buenas taquillas. De hecho, el cine es un arte en el que la inversión previa suele ser (hoy día con las técnicas digitales ya no tanto) importante, y requiere una cierta seguridad, dentro de lo que cabe, de retorno de esa inversión. De hecho también, el mejor cine que se haya hecho nunca, en términos de calidad y perdurabilidad, el que se hizo en Estados Unidos durante las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX, participaba exactamente de esa intención, hacer cine que interesara a las masas para conseguir pingües beneficios.
Así que el hecho de que en España exista ese tipo de cine es perfectamente normal, incluso deseable; en los últimos años hemos visto algunos ejemplos de ellos, como Palmeras en la nieve (2015), quizá el paradigma español de este tipo de cine. Es evidente que esa es la intención de este El verano que vivimos, presentar una impactante historia de tonos melodramáticos y ribetes románticos que capte la atención del espectador y consiga apreciables recaudaciones. Claro que no siempre se da con la tecla, aunque en este caso había mimbres para hacer un buen cesto. La historia se ambienta en dos tiempos cronológicos distintos, el verano de 1958, en Jerez, y, cuarenta años después, en 1998, en Galicia, en dos líneas argumentales íntimamente conectadas. En la primera conocemos a Gonzalo, un arquitecto que visita las propiedades de su amigo Hernán, para el que va a construir una nueva bodega que sea el emblema de la floreciente empresa que va a formar su familia con la de su prometida, Lucía, también dueña de viñedos. Pero Gonzalo y Lucía, a lo largo de ese verano, irán desarrollando un sentimiento amoroso que, a su pesar, puesto que no quieren engañar a su amigo y novio, respectivamente, crece hasta hacerse irrefrenable... En la segunda línea argumental, Isabel, una becaria de Periodismo, llega al “Faro de Vigo” para hacer sus prácticas, pero allí el redactor jefe le encarga las esquelas; aunque en principio le parece un trabajo menor, pronto encuentra una curiosidad: cada año, desde hace varios, llega una esquela para ser publicada con textos que hablan de una trágica historia de amor ocurrida cuarenta años atrás en el sur de España; la chica, entonces, se pone a investigar...
Como decimos, había buenos mimbres para hacer un cesto estimable: una historia con un gran amor, de esos pasionales, más grandes que la vida, que ha de luchar contra viento y marea al ser un amor prohibido, pero además un amor que herirá gravemente a una persona que ambos amantes quieren de verdad; también un amor trágico, con varias muertes, reales o aparentes, que harán de la historia, como ya sabían los griegos, algo impactante para el público; buenos intérpretes, afamados por trabajos recientes, guapos y vistosos, ayudarían a ese fin de romper taquillas y abarrotar salas; hermosos paisajes, como los viñedos del marco de Jerez, o de la indómita tierra gallega, también habrían de contribuir a ese resultado. Pero (siempre tiene que haber un pero...) nos tememos que en este caso no se ha dado plenamente en la diana, sin por ello querer decir que estemos ante un producto deleznable, que no es el caso. El verano que vivimos cuenta con una historia resultona, aunque es cierto que se notan bastante las intenciones de los guionistas, en cualquier caso legítimas. Pero ese guion no está bien resuelto, con errores de bulto, flecos sueltos, escenas mal engarzadas, incoherencias varias. Menos mal que en el tramo final, con un desenlace brillante en su giro postrero que da sentido a toda la historia, el film recupera el pulso y se hace más agradable en la resolución de una peripecia hasta entonces un tanto deshilachada.
Carlos Sedes (Coruña, 1973), el director del film, y coguionista junto a otros cuatro libretistas más (se han debido dejar buena parte del presupuesto en ellos...), es un ya avezado director y realizador fundamentalmente de series televisivas destinadas a públicos mayoritarios; su firma está en seriales tan populares como Hispania, Gran Reserva, Velvet o Fariña. Sedes es un realizador televisivo muy avezado, aunque en cine su experiencia es muy inferior, con solo un largo, El club de los incomprendidos (2009). Nos parece que Sedes es un cineasta seguro pero poco creativo, profesional pero impersonal, a ratos incluso rutinario, sin buscar soluciones medianamente imaginativas; es cierto que tampoco se le pedía nada de eso, sino más bien dar coherencia y continuidad a una historia que se cuenta por sí sola, pero algo de chispa artística hubiera ido mejor para un relato que, por lo demás, se sigue sin dificultad.
Otro de los problemas del film es la escasa química existente entre los actores que encarnan a los amantes, Javier Rey y Blanca Suárez; siendo por separado evidentemente gente muy guapa, que ha funcionado bien en este tipo de historias en otras películas, aquí nunca terminamos de creernos ese supuesto amor desbocado, irracional, que los arroja a uno en brazos de otro, no acabamos de ver esa pasión absoluta que será capaz incluso de traicionar el cariño que sienten por el tercer vértice del triángulo. Sí funciona bien el precioso marco jerezano en el que se inserta la primera de las dos historias, aunque podría habérsele sacado incluso más partido.
Quede como imagen de la película la escena en la que los tres miembros del triángulo amoroso pisan con sus pies la uva recién vendimiada, a la tradicional manera, mientras la chica, en el centro, enlaza con sus brazos el talle de sus dos hombres, una imagen que (esta vez sí, Sedes) resulta a la vez simbólica y real, impactante, definitoria de una historia que, lástima, podría haber sido mejor.
Los andaluces agradecemos que los intérpretes que no lo son, pero que actúan como personajes de nuestra tierra (Suárez, Molinero, Pedraza...), adopten un acento razonablemente aceptable, un andaluz neutro que nos recuerda que, afortunadamente, pasó el tiempo de los horribles acentos andaluces de los actores foráneos de otras épocas.
(21-12-2020)
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