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Baz Luhrmann pasa por ser uno de los “enfants terrible” del cine moderno, aunque ya no es tan “enfant”, que va a cumplir los sesenta… Pero su cine siempre llama la atención por su brillantez, por su ampulosidad, también con cierta frecuencia por su vacío inane en envoltorio de oropel… Lo cierto es que su filmografía como director de largometrajes es corta, solo 6 títulos en 30 años, pero sus películas desde luego no pasan desapercibidas: su debut fue con El amor está en el aire, la más desconocida de todas porque entonces Baz era también un tipo desconocido; llamó poderosamente la atención con la desahogada versión del clásico literario romántico por antonomasia que hizo con Romeo y Julieta de William Shakespeare, en la que imaginaba la tragedia de Verona trasplantada a un universo de hispanos y anglos, en una jugada bastante más osada (también menos lograda) que la de West Side Story, que imaginó también una variante sobre el inmortal drama del Bardo. Con Moulin Rouge se graduó “cum laude”, un precioso musical entre lo retro y lo “kitsch”, y con Australia volvió a su tierra natal a rodar una poderosa historia romántica de grandes paisajes y pasiones. Con El gran Gatsby, la nueva y espídica versión del clásico de Scott Fitzgerald, Luhrmann brilló pero quizá quedó por debajo de las expectativas.

Ahora, nueve años después, con otro gran tema (Elvis, nada menos), Baz vuelve al primer plano, y nos parece que el resultado ha sido satisfactorio. La historia de Elvis Presley es, sin duda, más que conocida. Uno de los grandes mitos del siglo XX, su influencia en la música, pero no solo en la música, sino en la sociedad, en las costumbres, en la propia Historia… ha sido enorme, hasta el punto de que se puede hablar del mundo antes de Elvis y el mundo después de Elvis, y ambos son distintos. La peli nos presenta a un jovencísimo Presley en una de sus primeras actuaciones con público, cuando ya empezaba a ser jaleado por una minoría a la que fascinaba este blanco que cantaba como un negro; el mánager conocido como coronel Tom Parker (que después resultó que ni era coronel ni se llamaba así, ni era de Virginia como decía, sino de Holanda) vislumbra en ese joven de atuendos imposibles para la época un diamante por pulir, y lo agrega a su cuadra de cantantes “country”, aunque pronto será evidente el descomunal talento del chico sobre un escenario y arrumbará a todos los demás. Su rijoso movimiento de piernas al cantar, en una sociedad no precisamente acostumbrada a ese tipo de lubricidades, le hizo ser deseado por miles de mujeres y odiado por padres y esposos conservadores, no digamos por los aviesos censores de turno. El coronel Parker quería que su chico se comportara como un niño bueno, pero eso  era como poner puertas al campo…

Luhrmann y sus guionistas plantean su película fundamentalmente sobre la tortuosa relación profesional que mantuvieron el artista y su mánager, procediendo este último de los espectáculos de barraca, de los que había asimilado una inusual capacidad para el embaucamiento, para desplumar a incautos, cualidad que, según el film, le sirvió para engañar una y otra vez al mito, convenciéndole de hacer justo lo que el coronel quería, y haciéndolo pasar como si realmente ello fuera la voluntad de Elvis. Se podría especular qué hubiera sido de la vida del mito si hubiera sido conducido y representado por alguien medianamente decente, y no este estafador que no solo lo esquilmó, sino que infrautilizó su talento y además le condenó a trabajar prácticamente de por vida para él. Pero eso, claro, sería historia-ficción…

Otros temas quedan en segunda línea, como la fascinación del futuro mito, en su juventud, por la música negra, fascinación que, a la postre, le daría la clave para encontrar la piedra filosofal, el alma del gospel y el rhythm & blues, fundida en la voz y los movimientos de un cantante blanco con una prodigiosa capacidad para encandilar hasta el paroxismo a los públicos, en especial al femenino. También su amor incondicional por su madre o la debilidad mental del padre, que finalmente le aherrojaría por su absoluta incompetencia al ladino del coronel Parker, o su relación con su esposa, Priscilla, y su hija, Lisa Marie, todo ello como paisaje de fondo de este duelo desigual que mantuvieron durante dos décadas el mito inmortal y el taimado embaucador, tema abrumadoramente capital del film.

Lo cierto es que la película Elvis funciona. Y lo hace porque el planteamiento en la relación entre el cantante y su mánager está hecho con sutileza, jugando Baz inteligentemente con la pieza maestra que es la interpretación de Tom Hanks (en el que posiblemente sea el primer papel de villano de su carrera), que el extraordinario actor borda, un tipo sinuoso, mendaz, capaz de venderle un peine a un calvo o un helado a un esquimal. Pero es que, además, la habitual brillantez del estilo de Luhrmann conviene, y de qué manera, al mundo de oropel, luces y neón de la vida artística de Elvis, en especial la que tuvo lugar en su última etapa, en ese paraíso de la vacuidad conocido como Las Vegas. Así que se puede decir que, al menos en este caso, contenido y continente van de la mano, en una película visualmente fastuosa, que además juega ventajistamente con algunas de las performances del protagonista, como aquella inicial en la que las mojigatas autoridades de turno le prohibieron mover las piernas con su lúbrico movimiento de pelvis, y el cantante se lo pasó por el forro… de la pelvis, o la del especial televisivo de Navidad, que se convirtió en una explosión de creatividad musical y escenográfica, muy lejos de las ñoñerías navideñas que esperaba el coronel Parker y sus pazguatos patrocinadores; qué decir entonces de sus actuaciones en Las Vegas, en las que Luhrmann, y su protagonista, el hasta ahora poco conocido Austin Butler, consiguen que nos hagamos una idea muy aproximada de lo que eran los brutales, abracadabrantes “shows” de Elvis, mérito que nos parece ambos comparten, el director desde la vibrante puesta en escena y el actor con sus desopilantes performances.

(09-07-2022)


 


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159'

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Elvis - by , Sep 30, 2022
3 / 5 stars
El mito inmortal y el taimado embaucador