El estreno hace unos años de Kingsman. Servicio Secreto (2014), divertidísima, curiosísima y estilosísima (se me han acabado los superlativos en –ísima…) parodia de la serie 007, hecha por el director y productor británico Matthew Vaughn sobre un cómic de Mark Millar y Dave Gibbons, abrió una franquicia que, por una vez, resultaba dar preeminencia al sarcasmo creativo e inteligente antes que a la parafernalia de efectos especiales que se comen el contenido. Aquella notabilísima cinta que entreveraba acción, fantasía, comedia y hasta enviaba un mensaje ejemplarizante, recaudó solo en el mercado USA-Canadá casi 130 millones de euros, lo que, unido al unánime clamor en cuanto a su calidad, dieron pie a esta segunda entrega y a una tercera que ya se anuncia.
Suele ocurrir con las segundas partes que buscan rizar el rizo de la anterior, lo que evidentemente juega en su contra. Afortunadamente no es el caso: con la misma dirección, del siempre interesante Matthew Vaughn, y con materia argumental aportada por los creadores del original, Millar y Gibbons, Kingsman. El Círculo de Oro resulta ser una muy agradable continuación del primer capítulo de esta que se adivina larga y fecunda saga (espero no equivocarme…).
Se mantiene el tono jocoso pero inteligente; la caligrafía cinematográfica es espléndida, con unas escenas de acción que quitan el hipo, donde los efectos digitales, que evidentemente campan a sus anchas, no se comen la historia sino que la complementan, la apoyan, contribuyen a su verosimilitud (dentro de lo inverosímil de la trama, se entiende, pero eso ya va de suyo). Si en la primera parte el conflicto, aparte de con el Malo (entonces un estupendo Samuel L. Jackson), estaba con los botarates de los lumpen cockneys, aquí la “pièce de résistance” reside en la rivalidad entre los flemáticos británicos y sus primos norteamericanos (aquí con el sonoro nombre de Statesman, algo así como El Hombre de los Estados), en una dicotomía que recuerda el amor/odio entre el servicio secreto inglés, el MI6, y el yanqui, la CIA. Jugando hábilmente con los tópicos de las idiosincrasias de ambos países, esta segunda entrega de la franquicia le saca inusitada punta a un tema que pudiera parecer ya más que manido: pero está claro que lo sobado lo está hasta que alguien con talento es capaz de sacar nuevos y sorprendentes matices de lo que parece lo de siempre.
La sede central de Kingsman, el muy secreto servicio secreto privado anglosajón, es destruida (“coventrizada”, habría que decir más apropiadamente), junto con el resto de sus lugares seguros (no “spoileamos” nada: está al comienzo del tráiler…). El joven Eggsy, junto con el analista Merlin, habrá de tirar del último as que queda en la bocamanga, el comodín que resolverá todos sus problemas, que resulta ser… una botella de whisky de Kentucky, USA… Viajan al país de los hot dogs, y allí se encontrarán con más de una sorpresa…
Queda dicho que los efectos digitales son soberbios; la coreografía de las escenas de acción, de una perfección que deja sin aliento; la parodia del Malo (aquí la Mala) es propia de la mala uva de Millar & Gibbons, y por supuesto de Vaughn y su coguionista Jane Goldman; la dirección de casting acierta plenamente al dar el papel de Villana a Julianne Moore, que hace una mala tan buena que ciertamente da penita que no termine ganando (no destripamos nada: en este tipo de cine nunca gana el malo…), con una ironía de lo más cachondo, homenaje al Fargo de los Coen incluido. Y es que, ¿cuándo no ha estado estupenda Mrs. Moore?
Es cierto que se pierde el factor sorpresa de la primera parte, lo que quizá juega en contra del film, que parece perder un punto de su fuerza por ese ya inexistente elemento novedoso, lo que no empece para que Kingsman. El Círculo de Oro sea una muy divertida película, absolutamente “firts class”, y con un reparto espléndido: aunque ya no está el gran Michael Caine, hay gente tan buena como Jeff Bridges o Halle Berry, aunque es cierto que ambos están quizá infrautilizados. No hablamos de Channing Tatum, para mi gusto uno de los peores y más sobrevalorados actores norteamericanos de su quinta, pero sí de segurísimos secundarios como Mark Strong o Michael Gambon. Muy bien Pedro Pascal, que desde su personaje de la Víbora Roja de Juego de Tronos se ha convertido en un “must” cuando hace falta un actor de acción que reparta estopa con clase y con ese aspecto latino que su origen chileno le aporta; eso sí, con el bigotito con el que sale caracterizado es enteramente el Burt Reynolds de hace cuarenta años… De Colin Firth ya está todo dicho: tiene clase, es buen actor, y aquí además aporta unos valiosos gramos de humor vía su despiste “mariposón” (esto tiene sentido cuando ves la peli; y no, no es ninguna alusión “queer”…). Y Elton John tiene su papelito, algo más que un cameo, hasta con patada a lo Chuck Norris y todo: ¡quién te ha visto y quién te ve, Elton, cuando tocabas baladitas rosas en el funeral de la Princesa del Pueblo!
141'