La segunda invasión de Irak ha concitado una casi unanimidad mundial en cuanto a lo desastroso de haberla llevado a cabo, al igual que, en sentido diametralmente opuesto, ocurrió con la primera, en general reconocida como último extremo al que hubo más remedio que recurrir para que Sadam Hussein abandonara el Kuwait militarmente ocupado. Esta segunda invasión ya está inspirando algunas películas, por ahora, como era de prever, centradas en sucesos acontecidos en esa desgraciada conflagración en la que George W. Bush nos metió, y de la que ahora no sabemos cómo salir. Con esa temática hemos visto, por ejemplo, “Redacted”, durísimo alegato de Brian de Palma, y ahora nos llega esta “La batalla de Hadiza”, también basada en hechos reales, los que acaecieron cuando un comando de marines, al que previamente habían masacrado algunos hombres, perpetraron una matanza de civiles, hombres, mujeres y niños, llevados por una furia vengadora digna de mejor causa.
El hecho de ser un filme inglés permite ciertas libertades que el cine yanqui tal vez no pueda permitirse, que allí son muy suyos. De esta forma, Broomfield plantea su filme casi como la crónica de una muerte anunciada, la de un grupo de civiles ignorantes de la que se les venía encima, a los que seguimos durante su vida cotidiana el mismo día en el que serían masacrados: unos preparan la celebración de la fiesta de la circuncisión de uno de sus niños; otros, una pareja, disfruta del sexo mientras intenta buscar la mejor forma para que su amor pueda ser aceptado por sus familias (ya se sabe que, en el contexto islámico, ese tema es fundamental, nada que ver con el libérrimo contexto occidental actual).
Tal vez la clave de la película está en el monólogo que, mientras esperan que lleguen los marines para activar la bomba, dice uno de los dos terroristas, un hombre cincuentón, que explica a su atolondrado, carajote acompañante, que él fue militar en el ejército de Irak durante treinta años, y que cuando los yanquis conquistaron el país, lo licenciaron con 50 dólares de pensión; ése es probablemente uno de los gravísimos errores de la administración Bush en la gestión de la postguerra (ya que la guerra fue un desastre en sí misma): no se supo hacer cómplices a los funcionarios del sistema que no eran adictos al Baas (el partido único sadamista, dueño y señor del país durante décadas), y así se encontraron con un país desvertebrado y con una tremenda animadversión popular de las clases medias contra el invasor, con miles de personas a las que no les importó entonces (de perdidos al río, Tigris o Eúfrates) engrosar las filas de la resistencia, aunque ésta fuera de la de “los idiotas de Al Qaeda” (sic, según el terrorista cincuentón).
Así las cosas, y sabiendo lo que ocurrió, la historia funciona como un fatalista mecanismo de relojería que hace que todo confluya hacia la matanza: los terroristas colocando la bomba, los desprevenidos civiles sin querer intervenir al ver el artefacto (so pena de no levantar la ira de Al Qaeda, que ya sabemos cómo se las gastan), los marines como corderos al matadero que desconocen, la explosión, la furia de los USA, la huida de los terroristas, que se van de rositas, la venganza atroz de los soldados yanquis contra todo lo que se moviera en derredor del lugar de autos, veinticuatro civiles arrasados por un furor absolutamente fuera de lugar en los que se suponen son soldados profesionales del mejor ejército del mundo.
Entonces la crónica de una muerte anunciada se convierte en la crónica de una infamia, y se visualiza hasta qué punto es un disparate la (segunda) guerra de Irak. Broomfield opta por mostrar con toda crudeza la barbarie de la masacre, mujeres y niños muertos sin oponer resistencia, pasando de este al otro mundo casi sin darse cuenta, un futuro de ilusiones hecho trizas.
Obra dura y sin concesiones, tampoco ahorra la abominable postura militar de, cuando se mete la pata hasta el corvejón, como en este caso, cerrar filas, que no significa ser más patriotas, sino poner a salvo el propio culo, en una postura que nada tiene de valiente.
En fin, un potente puñetazo en el plexo solar para el espectador occidental, por si aún no se había enterado de la tremenda tragedia que se ha perpetrado en su nombre y con su dinero.
La batalla de Hadiza -
by Enrique Colmena,
Nov 15, 2008
3 /
5 stars
Crónica de una infamia
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