El concepto de “corralito” ha trascendido a otras lenguas como otras palabras de origen hispano, como “siesta” y “guerrilla”, que se dicen igual en todos los idiomas e igualmente se entiende en todos ellos. La palabra nació a principios del siglo XXI, en 2001, cuando la dificilísima situación económica de Argentina y el riesgo de colapso financiero obligó al gobierno de Fernando de la Rúa al cierre de los bancos, de tal manera que los clientes solo podían sacar una cantidad muy modesta cada día. Ese fenómeno, conocido en el país como “corralito”, ha hecho fortuna en el resto del mundo, aunque (también afortunadamente...) desde entonces solo ha sido usado en unas pocas ocasiones (en Chipre y Grecia, entre otras).
Ese es el paisaje y el contexto de esta historia, La odisea de los giles, que se inicia precisamente en el año 2001, en una pequeña población, Alsina, en la provincia de Buenos Aires, de carácter rural. Una serie de amigos, comandados por Fermín Perlassi (antiguo héroe local, al haber llegado a jugar en un equipo de Primera División de fútbol 30 años atrás) y el gasolinero Antonio Fontana, conciben la idea de volver a poner en marcha la cooperativa agraria La Metódica, para dinamizar el pueblo y darle de nuevo vida, ante los cada vez mayores problemas económicos por los que atraviesa el país. Enterados del coste de esa iniciativa, todos ellos hacen aportación de sus ahorros; llegado el momento de comenzar el proyecto, Perlassi, urgido por el director del banco, ingresa los 158.000 dólares recaudados en la entidad. Al día siguiente, sin embargo, se enteran de que el gobierno ha decretado el “corralito”, con lo cual se ven imposibilitados de sacar el dinero para iniciar el negocio.
Sobre novela La noche de la usina, de Eduardo Sacheri (que también interviene el en guion junto con el director), Sebastián Borezstein consigue una película que combina con acierto el tono humorístico de esta panda de mentecatos que, llegado el momento, decidieron pasar a la acción para recuperar lo que era suyo, con el tono dramático que conllevó aquel corralito que hundió al país, aún más, en la miseria, y que se cobró la cabeza de nada menos que tres presidentes de la República y otros dos interinos.
La película resulta agradable por su tema, la posibilidad (ciertamente más bien improbable...) de que se den las circunstancias para que un grupo de gente corriente, los “giles” del título (que al principio Darín, en funciones de narrador, define, a la manera en que lo hace el DRAE, como “dicho de una persona: simple, incauta”) sean capaces de revertir un abyecto fraude ejecutado por gente tan falta de escrúpulos como sobrados de labia y de facilidad para embaucar. Que eso sea posible generalmente nada más que ocurre en las películas, pero gusta que, al menos en ese contexto, los que nunca se salen con la suya, lo hagan por una vez.
Además, la mezcla de tonos entre la ironía de la caterva de mentecatos que se conjura para recuperar lo suyo, y el drama íntimo de los Perlassi, con la pérdida traumática de uno de los miembros de su clan familiar, más el hundimiento moral del resto, está dado con verosimilitud, sin que rechine el tono tragicómico que atraviesa toda la cinta.
El film refleja con acierto la angustia del momento, de aquel tiempo aciago en el que muchos argentinos se sintieron engañados por su gobierno, que descargó (como suele suceder...) sobre los más pobres la solución de sus problemas macroeconómicos.
Con una buena factura y una narrativa ágil, el film tiene también un acompañamiento musical de canciones muy apropiado, con frecuencia irónico con respecto a lo que estamos viendo en pantalla, potenciando el perfil no ya de gente corriente, sino incluso por debajo de lo corriente, como sucede con los dos pánfilos hermanos que, como diría Stephen King, no son capaces de cogerse el culo con las dos manos... Estos dos hermanos forman parte de una curiosa fauna de personajes, a cual más estrafalario, pero también muchos de ellos entrañables, cercanos, con los que el espectador puede reírse “con ellos” y no “de ellos. Toda la parte final, rodada en clave de thriller, está bien tensionada, aunque siempre dejando lugar para el humor; y es que los componentes de la banda que quieren recuperar lo suyo no son superhéroes, sino gente corriente y moliente, puros ejemplares de la llamada “aurea mediocritas”.
Con algunos guiños cinéfilos, como la chispa que enciende la posibilidad de recuperar lo estafado, que no es otra cosa que la visión en la tele del film de William Wyler Cómo robar un millón y... (1966), con Peter O’Toole y Audrey Hepburn, la película tiene también un tema musical recurrente, la archiconocida melodía del Danubio Azul, de Johann Strauss, que actúa como irónico “leit motiv” sonoro de la película.
Gran trabajo actoral, con Ricardo Darín, como siempre, excelente, pero también otro gran veterano como Luis Brandoni, al que la edad le ha sentado estupendamente. También cabría destacar al Chino Darín, el hijo de Ricardo, que ciertamente se puede decir que ha heredado el talento paterno.
(29-09-2022)
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