Rob Reiner, además de actor, que seguramente es su primera ocupación en cine (al menos cuantitativamente, aunque casi siempre sea en papeles secundarios, que él suele resolver sin mayores problemas, con seguridad aunque sin especial brillo), empezó a dirigir televisión y, sobre todo, cine, allá por los años setenta. Es curioso porque su carrera en esa disciplina ha ido de más a menos; al principio hizo varios títulos estimulantes, como la adaptación al cine del relato de Stephen King The body, con el título en España de Cuenta conmigo (1986), una historia de iniciación adolescente que nos descubrió al después malogrado River Phoenix; esta La princesa prometida (1987), agradabilísima sorpresa en clave entre aventurera, romántica, fantástica y de acción; Cuando Harry encontró a Sally (1989), entonada comedia de amores con la famosa escena del orgasmo fingido de Meg Ryan, todo un clásico del cine; Misery (1990), de nuevo otra estimable adaptación de Stephen King; y Algunos hombres buenos (1992), thriller judicial de corte militar y con duelo interpretativo Jack Nicholson-Tom Cruise.
Pero a partir de ese momento, el cine de Reiner como director fue perdiendo fuelle, con productos mediocres como Un muchacho llamado Norte (1994), El presidente y Miss Wade (1995) y Fantasmas del pasado (1996), para dejar de tener interés a partir del siglo XXI; aunque ha hecho algunos films más, todos han pasado desapercibidos o sin pena ni gloria.
No fue el caso, como decimos, de esta La princesa prometida, en la que Reiner, con guion del escritor William Goldman, que adaptaba su propia novela, nos relata un cuento juvenil que bebe sin recato en las fuentes del cine de aventuras de la etapa más clásica de Hollywood, pero visto con cierta ironía cómplice y desprejuiciada, de un muy agradable eclecticismo. De esta forma, La princesa prometida se convierte en un gran éxito popular por su entretenida historia, sus guiños cinéfilos y un humor siempre divertido, además de no tomarse muy en serio nunca a sí misma, lo que es tan de agradecer.
Tendremos una princesa como de cuento, rubia como corresponde a las historias infantiles, más un guapo doncel, el amor entre ambos, y además un pirata sanguinario, un villano botarate, un espadachín borrachuzo, un gigantón con cerebro de mosquito y un noble innoble. Con esos mimbres en cuanto a personajes, y una historia que no cansa nunca, Reiner nos ofrece una película hecha en un incuestionable estado de gracia, en la que fue fundamental también el concurso de una serie de intérpretes de lo más resultones: una hermosa pareja protagonista, con una Robin Wright que después daría cumplida cuenta de su talento como actriz, y un Cary Elwes del que, sin embargo, no se puede decir lo mismo; pero también toda una pléyade de secundarios de primera línea, desde Mandy Patinkin a Chris Sarandon, que hace un villano estupendo, o rostros tan peculiares como los de Wallace Shawn (como siempre excelso), Billy Crystal o Carol Kane.
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