Esta película está disponible en los catálogos de Movistar+ y Netflix, Plataformas de Vídeo bajo Demanda (Vod).
La película se inicia con un plano en el que vemos como la protagonista, Lara, que cumple ese día 60 años, abre la ventana de su piso, se sube a una silla y... suena el timbre de la puerta. Dos policías la requieren para que sea testigo de un registro domiciliario. Con ese comienzo, parece claro que no estamos ante un film al uso, un film de vocación comercial, sino ante uno que no busca el mero entretenimiento sino hacer pensar, sin ser una peli (afortunadamente...) de tesis.
La profesora de piano (absurdo título español, calcado del internacional inglés, porque la protagonista no es tal cosa, sino funcionaria del catastro...) es una más que estimable muestra del nuevo cine que se rueda en Alemania, el que hace obras tan sensibles como Toni Erdmann (2016), El repostero de Berlín (2017) y Western (2017), entre otras. Es un cine que habla de personas, de sentimientos, de emociones, de experiencias con frecuencia dolorosas, no física, sino espiritualmente. Ese es el terreno en el que juega esta película, llevada de la mano de Jan-Ole Gerster (Hagen, Renania del Norte-Westfalia, 1978), un cineasta relativamente nuevo y todavía con poca obra; su primera película, Oh boy (2012), hecha con muy pocos medios, ganó, entre otros muchos galardones, 6 Premios Lola, los equivalentes en Alemania a nuestros Goya.
Esta su nueva cinta confirma que estamos ante un cineasta muy bien dotado para el cine de emociones contenidas, de historias un punto esquinadas pero que, en el fondo, son tan comunes, aunque de comunes que son, rara vez tienen cabida en la pantalla. La historia que nos narra Gerster es la historia de una vocación frustrada: Lara, la protagonista (cuyo nombre da título al film en su versión original alemana) fue una joven de una ambición extraordinaria que anhelaba sobre todas la cosas ser una virtuosa del piano; un profesor excesivamente exigente tal vez frustró ese anhelo, que ella volcaría en su hijo, con el mismo e insoportable grado de exigencia que a ella le requirieron; ello dio como resultado una tempestuosa relación madre/hijo, viéndose el segundo absolutamente controlado, teledirigido y aherrojado por las ambiciones de la madre que él debería cumplir por vía interpuesta.
Estamos entonces ante un retrato de mujer, de una mujer a la que adivinamos de fuerte carácter, cuyo alfa y omega en la vida es el éxito del hijo, para el que vive y (casi literalmente...) muere, sin darse cuenta a veces de que tanto control asfixiante no solo está destruyendo su relación con el joven, sino incluso le está convirtiendo en un hombre inseguro de sí mismo, alguien que permanentemente necesita (y a la vez, visceralmente repudia) el visto bueno de la madre. El retrato de Lara estará lleno de matices: por supuesto, no estamos ante el retrato de una arpía, como pudiera tal vez desprenderse de lo dicho: el personaje está lleno de luces y de sombras, de matices grises, una persona de trato más bien difícil a la que le cuesta mucho hacer cualquier cosa que no vaya encaminada a su único objetivo vital, el triunfo profesional de su hijo, como forma de plasmar el que ella no pudo conseguir en su momento.
Obra hecha de sugerencias antes que de hechos, nos enteramos de muchas cuestiones por la mera sucesión de escenas, diálogos o situaciones, de forma tangencial, como ocurre en la vida, en la que no hay descripciones clarificadoras sino que las cosas que pasan o han pasado están ahí y a veces afloran, otras no, nunca de forma descriptiva sino colateral. Viéndola, nos recordó un film italiano reciente, Hannah (2017), donde también nos íbamos enterando de forma espaciada, como de rompecabezas, de lo que sucedía; ese es el tono, también, de este calladamente doliente film sobre una mujer que no fue lo que hubiera querido ser, y quiso serlo a través de alguien de su misma sangre. Compleja pero sin problemas para ser seguida por un espectador activo, nos propone uno de los más interesantes retratos femeninos de mujer madura que hemos visto en los últimos tiempos, un rol reconocible en muchas de sus facetas, por supuesto no atribuibles a un único sujeto, sino a muchos.
Gran trabajo en ese aspecto de la protagonista, la actriz “ossie” (ya saben, procedente de la antigua República Democrática, la Alemania comunista reunificada a partir de 1991) Corinna Harfouch, que está sencillamente admirable. Su personaje es contenido cuando tiene que serlo, interiorizadamente rabioso cuando es conveniente, siempre abierto como un libro para el espectador que sepa leer en su rostro. De ella se ha dicho, con razón, que se parece físicamente, y también en el talento, a otra de las grandes del cine europeo, Isabelle Huppert, y es cierto; pero añadiríamos que, además, tiene los ojos de otra estupenda actriz, también francesa, Ariane Ascaride.
(23-07-2020)
98'