Gabriel Axel se dio a conocer internacionalmente en 1987 al ganar el Oscar a la Mejor Película Extranjera con El festín de Babette, morosa y peculiar crónica en clave gastronómica sobre la capacidad del ser humano para la reconciliación y los buenos deseos. A la vista de ese antecedente de cine pequeño y bienintencionado tal vez no era Axel el realizador idóneo para esta La verdadera historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, que se reputa la original crónica, entre histórica y legendaria, del héroe jutlandés que inspiraría el drama shakespeariano.
Porque la peripecia vital de este joven, casi un adolescente, príncipe de Jutlandia que ve perecer a su padre y a su hermano a manos de su tío, usurpador así del trono, es mucho más la crónica de una venganza artera, sagazmente maquinada por un muchacho contra la maldad de su pariente, que la alambicada reflexión sobre la duda que Shakespeare fabulara siglos más tarde. Así, la película de Axel apuesta más por la espectacularidad a la europea, que resulta con frecuencia irritantemente estática, tan lejos del dinamismo del cine norteamericano.
Con una ambientación que se pretende fiel, incluso de cierto tono etnográfico, la película vale entonces lo que su interesante reparto, con un Christian Bale que no termina de levantar el vuelo del estrellato tras la ocasión que oro supuso protagonizar El imperio del sol, pero que evoca con su presencia el carisma de los actores que pueden llegar a ser grandes. El irlandés Gabriel Byrne compone un rey Fenge adusto y maquiavélico, de hermosas palabras en público pero sanguinarias maneras en privado. Helen Mirren es la madre de Amled (el originario nombre jutlandés de Hamlet), una dulce progenitora que aquí tomará partido casi de inmediato por su hijo, en contra de lo que sucede en el drama de Shakespeare.
Aparte de ellos, con su admirable dicción anglófona, todo un regalo para el oído en la versión original, la película queda como un ejemplo frustrado pero no desdeñable de la estrategia del cine europeo para luchar contra el gigante yanqui, David frente a un hercúleo Goliat al que, mucho nos tememos, esta vez no podrá derrotar.
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