La vida de Enrique VIII de Inglaterra ha sido repetidamente llevada al cine y a la televisión: con la de su hija Isabel I, es seguramente la vida de un monarca inglés más atractiva desde el punto de vista histórico, pero también personal. Enrique Tudor tuvo seis esposas, le cortó el cuello a dos de ellas, rompió con la Iglesia de Roma y cimentó de alguna forma el potente Imperio Británico.
Según la novela de Philippa Gregory, el cisma de Inglaterra con el Vaticano, que daría lugar a la Iglesia Anglicana, tuvo su origen en el calentón que Enrique VIII tuvo con Ana Bolena, noble inglesa que condicionó su entrega sexual a ser previamente coronada reina, para lo que hubo de romperse el matrimonio regio con Catalina de Aragón. Aunque realmente la historia es la de las dos hermanas Bolena, María y Ana, cuyos cuerpos serranos pasaron ambos por el tálamo real, la primera como amante, la segunda como esposa (aunque perdió la cabeza, literalmente, en el envite…).
Justin Chadwick debuta en cine con este filme, aunque tiene experiencia en televisión. Su película recuerda el tono “de qualité” tan típico de los seriales de la BBC, aunque más costeado y con cierto toque de película de Hollywood, lo que, en este contexto, no es precisamente un elogio. Pero es cierto que el filme se deja ver con agrado, con las rencillas, rencores, inquinas, resquemores y resentimientos entre las dos hermanas, ambas deseosas de meterse en la cama con el rey y hacerse con sus favores (y de paso con el reino…), por lo que las zancadillas entre ambas fueron continuas, si hay que creer a Philippa Gregory en su novela y a Chadwick en su pulcra adaptación al cine.
Adecuada ambientación, amplio elenco de estrellas, destacando Natalie Portman, que es mucho mejor actriz que Scarlett Johansson, aunque es evidente que las dotes de ésta, de otra índole (…), también la hacen reseñable. Eric Bana, sin embargo, compone un rey de lo más soso (perdón por la redundancia: Bana es el más soso actor de su generación, y eso que tiene una durísima competencia…), cuando Enrique VIII debió ser cualquier cosa menos un muermo. Nuestra Ana Torrent hace una Catalina de Aragón muy plausible, una mujer a la que los caprichos del destino (no pudo dar al rey un heredero varón, a pesar de varios embarazos) abocó a tener que salir por piernas de la pérfida Albión. Claro que, bien visto, realmente tuvo suerte, pues conservó la cabeza sobre los hombros, lo que no pudieron decir Ana Bolena ni Catalina Howard…
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