Miguel Gomes lleva camino, si no lo es ya, de convertirse en el más interesante director vivo (muerto ya el gran Manoel de Oliveira) portugués. Tiene ya una carrera estimulante, con títulos como Tabú y Aquele querido mês de Agosto, pero sobre todo es el autor de la trilogía Las Mil y Una Noches, una visión entre sarcástica, paródica y patética de los años de plomo de la crisis en Portugal.
Este primer capítulo se inicia con un preámbulo que, de alguna forma, parece estar fuera del inicial guión. Pero, como dice Miguel Gomes, cómo no dar entrada, en un filme sobre la crisis en Portugal, al gravísimo conflicto provocado por la falta de carga de trabajo de los astilleros de Viana do Castelo y su proceso de privatización, con el consiguiente peligro para sus miles de empleados. Este prólogo está realizado de forma poderosa, con la imagen de los trabajadores en los muelles, mientras un barco los filma en panorámica lateral; entretanto oímos en off los testimonios de muchos de ellos, que nos van dando una idea cabal de lo sucedido y de los temores de los trabajadores ante la incertidumbre de la privatización.
Terminado el prólogo, se entra propiamente en el filme, que juega con la conocida historia del clásico de la literatura árabe, Las Mil y Una Noches, y una Sherezade portuguesa que irá desgranando sus cuentos, como en el original arábigo. El primero, llamado “El hombre empalmado”, nos cuenta el supuesto encuentro para la negociación entre el gobierno portugués y la llamada “troika”, organismo formado por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. En esta reunión aparecerá un hechicero africano que diagnostica a los varones de ambas partes de la negociación un problema de impotencia que es la causa de su tristeza y de sus depresiones; arregladas tales disfunciones eréctiles por cierto preparado medicamentoso que les proporciona el brujo, los jerarcas se encuentran en disposición de ser generosos y la austeridad parece pasar a mejor vida; pero cuando la erección no se va ni a tiros, de nuevo llegarán los recortes para propiciar la vuelta a la “normalidad”. Metáfora sobre la arbitrariedad de los criterios manejados en las negociaciones con la troika, que estrangularon el país, provocó el hundimiento de la clase media y extremó la pobreza en el vecino país luso, el pasaje está rodado con un desparpajo, una falta de prejuicio y una gracia notables.
El segundo capítulo, titulado “El gallo y el fuego”, se cachondea a modo de los políticos portugueses, y nos habla también, en clave de romance impostado, de la verdadera naturaleza de muchos de los incendios que han asolado el país (y su economía). En el tercer y último capítulo de este primer volumen, titulado “El baño de los magníficos”, se le da la voz a varios de los damnificados por la crisis y por la brutal tutela realizada por los gobiernos portugueses, cuya brida manejaron con mano de hierro los llamados hombres de negro de la troika. Y la voz de las víctimas es, dentro del tono divertidamente satírico que recorre todo este primer segmento, el momento más dramático, más trágico del primer volumen, personas de verdad, de carne y hueso, sin macroeconomías, sino devastadas en su microeconomía, directamente hundidas en la miseria; cuando la alternativa de mucha gente a no comer es ir a Cáritas o al equivalente luso del Banco de Alimentos, algo debe estar haciendo rematadamente mal el gobierno portugués, todos sus gobiernos desde el comienzo de la crisis.
Película espléndida, creativa, con una frescura extraordinaria, sin ataduras ni pelos en la lengua, el primer volumen de la trilogía nos hace esperar con ansia los sucesivos segmentos de un filme a contracorriente, tan necesario.
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