En 2013 una película israelí, Big bad wolves (literalmente, “Grandes lobos malos”), escrita y dirigida por los cineastas Aharon Keshales y Navot Papushado, llamó poderosamente la atención por su mezcla de intriga, sadismo y temas turbios (secuestro de menores, pederastia, venganza al margen de la ley...), consiguiendo premios en festivales especializados en temáticas fantásticas, como Sitges y Fantasporto. Un decenio después, el cine español retoma el tema para hacer este “remake” que, manteniendo en lo esencial la trama, introduce algunos cambios relevantes, en especial el que supone cambiar de sexo a uno de los protagonistas, el padre de la niña desaparecida, haciendo que sea mujer, y con una peculiar historia detrás en cuanto a su maternidad, que no debe ser desvelada.
Gustavo Hernández (Montevideo, 1973) es un director uruguayo cuya filmografía está cuajada de thrillers de misterio y terror, como Dios local (2014), No dormirás (2018) y Virus 32 (2022). Fichado por la productora de Santiago Segura, Bowfinger International Pictures, ha dirigido este “remake”, Lobo feroz, que ciertamente, sin llegar al nivel del original judío, tiene su interés.
La película se inicia con unas idílicas imágenes en blanco y negro: vemos dos niñas en bici en un paisaje bucólico precioso, con música suave; llegan a una casa en medio del campo donde está un segurata bebe a morro de una botella de alcohol; el segurata las asusta de mentirijillas, las niñas ríen y salen corriendo. La más pequeña de las crías se mete por una ventana que parece da a un sótano; la otra entra en la casa. De repente, dentro de la vivienda, aparece de nuevo el segurata; la niña cree que sigue de broma, pero la sombra de él sobre ella se cierne ominosa. Cambia el tiempo (quizá un par de décadas después) y el escenario (parece ser un cuarto anexo a una sala de fiestas) y vemos a un tipo, Alonso, miembro de la Guardia Civil pero actuando por libre, presionando bárbaramente a un supuesto pederasta para que diga dónde está la niña que presuntamente ha raptado...
Tiene la película de Hernández una buena factura, y también una evidente tendencia al tremendismo, como cabía esperar en un film de estas características y de este nuestro tiempo; también es cierto que, a ratos, es un poco acartonada, en especial por algunos actores (no hablamos de los protagonistas, muy solventes) que parecen ir con el piloto automático puesto. Por supuesto, es evidente su intención comercial, no parece buscar otra cosa, pero es un producto correctamente manufacturado.
Hay en la trama tres personas que investigan el caso, dos por libre, de forma muy heterodoxa, Alonso y Matilde, y una por la vía oficial, la sargento Vidal, de la Guardia Civil. Aquí el cambio de sexo de uno de los personajes, de padre a madre de la víctima, es interesante y permite una lectura distinta, sobre todo porque representa un estimulante cambio de roles: aquí Caperucita (Matilde) es la más bragada de todos, y el “lobo” (es decir, el pederasta) no deja de ser, en apariencia, más que un pobre diablo. El personaje de Matilde es sin duda el más interesante, tanto por su horrible pasado como por su composición, el de una treintañera un poco ida, como con un columpiazo dado, con un punto como de subnormalidad, pero también de una tenacidad tremenda, a prueba de bombas…; además, su personaje nos permitirá una cierta lectura fantástica, con la presencia recurrente de un lobo (este real, no figurado) que, de vez en cuando, aparece en su camino, quizá como un símbolo de lo que ha pasado, o de lo que ella está dispuesta a hacer: esos momentos en los que la chica y el lobo se encuentran, siempre a solas, con la penetrante mirada del cánido salvaje que ella le sostiene impertérrita, suponen una especie de libérrima alegoría sobre el famoso cuento: quién es el lobo, parece preguntarse la película, la supuesta Caperucita o el animal...
Estamos entonces ante un thriller percutante, inevitablemente muy pornográfico en la mostración de las torturas y sadismos varios (aquí tenemos todo un catálogo bien surtido de brutalidades...), como toca en nuestro tiempo, e, inesperadamente, con algunos rasgos de humor. Con un efecto de intriga y tensión aceptablemente conseguido, Lobo feroz nos parece un “remake” bastante digno del original israelí, aunque probablemente algo inferior a este.
En la interpretación, como se ha comentado, los protagonistas muy bien: Adriana Ugarte, en un papel poco habitual en ella, en el que, aunque se podría decir que está un tanto sobreactuada, nos parece que el personaje lo requería, y un menor voltaje interpretativo habría empeorado el resultado; Javier Gutiérrez, como siempre, excelente; y Rubén Ochandiano, como el supuesto pederasta, también muy acertado, haciendo dudar razonablemente sobre su culpabilidad, o no, como requería su papel.
(15-04-2024)
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