Michael Curtiz forma parte de la pléyade de directores europeos que llegaron a Hollywood entre los años veinte y los treinta del siglo XX, en buena parte por razones políticas. Húngaro de nacimiento, con una sólida carrera en su país, donde dirigía cine desde época tan temprana como 1912, después emigró por razones profesionales consecutivamente a Austria y Alemania, y por último en Estados Unidos, a partir de 1926. En Norteamérica pronto se hizo conocido como profesional eficiente y seguro, y su filmografía fue muy numerosa. Curtiz, evidentemente, será recordado sobre todo por la dirección de la mítica Casablanca (1942), por la que tiene un lugar en el Olimpo del Cine, pero también hizo otras muchas películas recordables, como El capitán Blood (1935), Robin de los Bosques (1938), Dodge, ciudad sin ley (1939), Ángeles con caras sucias (1938) o El trompetista (1950). En general, supo hacer cine de todo tipo, de todos los géneros, y casi siempre bien.
También incursionó en el wéstern, aunque quizá en menor medida que en otros géneros. Este Los comancheros es una muestra de su oficio, y también la última película que dirigió, al enfermar gravemente poco antes de terminar el rodaje, por lo que este fue culminado por John Wayne, que no quiso aparecer en los créditos como tal. Curtiz moriría poco después.
Los comancheros se inicia en la parte este de Estados Unidos, en Nueva Orleáns, en 1843. Paul Regret es un jugador profesional y redomado mujeriego que se bate en duelo con un caballero ofendido. Regret lo mata en el duelo, pero como el muerto era hijo de un poderoso del lugar, lo persiguen, aunque en aquella época los duelos por honor se consideraban oficiosamente exentos de pena. Huido Regret, es capturado en un barco fluvial donde ejercía su oficio de jugador, no sin antes haber trabado conocimiento con una bella dama, Pilar, que se advierte tiene mucho poder (y no hablamos de su belleza, que también...). Su captor, Jake Cutter, es un íntegro “ranger” de Texas que no se deja comprar por Regret, aunque lo intenta. Pero en el camino hacia Nueva Orleáns pasarán muchas cosas, entre otras que Jake tenga que hacerse pasar por traficante de armas para acabar con el peligroso grupo de “los comancheros”, blancos fuera de la ley que comercian con rifles y alcohol con los indios.
Los comancheros es un buen wéstern de la última etapa del cine clásico norteamericano. Participa de todas las virtudes del gran cine del Oeste de los años cuarenta y cincuenta: acción, ritmo trepidante, personajes muy reconocibles, evolución psicológica... El hecho de que Wayne sustituyera en las últimas semanas a Curtiz ciertamente no se aprecia, el tono es uniforme, el actor en funciones de director supo amoldarse al estilo del cineasta entonces moribundo. Como dato significativo, la película está recorrida por un suave humor irónico, en especial por parte del personaje de Wayne, que se aleja aquí un tanto de los roles que había interpretado en la década anterior para John Ford: este, aunque tan aguerrido como aquellos, sin embargo tiene una vena sentimental apreciable, y un sentido del humor que ciertamente no era frecuente verle en sus pelis con Ford (aunque sí aparecía en otros personajes fordianos).
Cine de opuestos que se contraponen pero que finalmente terminan siendo amigos entrañables, el contraste entre el atildado, mujeriego, vivalavirgen Paul Regret, y el tosco pero íntegro y honrado a carta cabal Jake Cutter es una de las bazas del film, bien resueltas por Curtiz y, en última instancia, por el propio Wayne en su labor de director de las últimas escenas.
Llama la atención que, aunque ya se habían hecho varias películas en las que los indios no aparecían como unos bárbaros sin alma, como la estupenda Apache (1954), de Robert Aldrich, aquí aún se mantiene el cliché del indígena asesino y sádico; todavía tendría que llegar el propio John Ford para, en El gran combate (1963), hacer una elegía del pueblo indio y humanizarlo plenamente, de tal manera que ya difícilmente se podía volver al falso tópico anterior.
Sobre la novela de Paul Wellman The comancheros, Curtiz (y finalmente también Wayne) cuentan la historia de uno de los muchos grupos al margen de la ley que poblaban Estados Unidos a mediados del siglo XIX, aprovechando que el país estaba en pleno proceso de colonización y organización. Estos “comancheros” sería un grupo de blancos que encontraron una fácil (aunque arriesgada...) forma de vivir comerciando con los indios con armas y alcohol, constituyendo una comunidad al margen de la sociedad de la época, con sus propias reglas. Esa especie de Arcadia feliz (por llamarla de alguna manera, aunque ciertamente era poco bucólica...) será desbaratada por la llegada de la ley, quizá como metáfora de lo que iría ocurriendo progresivamente en el país, acabando con los pistoleros, cuatreros y otros forajidos.
Con vibrantes escenas de acción, el film quizá abusa un poco del efecto Séptimo de Caballería o “deus ex machina”, la salvación que llega en el último minuto. No obstante, esas escenas están bien integradas en la trama y resultan creíbles. Es un film rico en peripecias, no hay una situación única, y además evoluciona con rapidez. Se puede decir que la despedida de Curtiz de la dirección fue una buena película, que mantiene perfectamente el tono de cuando se filmó.
Wayne compone su personaje habitual (solemos decir que siempre hace el mismo personaje, aunque tenga distintos nombres, distintas profesiones, distintas épocas), y lo hace igual de bien que siempre, con la matización de ese sentido del humor poco habitual en él. Stuart Whitman hace con él una buena pareja de contrarios. El film se beneficia de un estupendo elenco de secundarios, fundamentalmente duros, como Lee Marvin, Nehemiah Persoff o Jack Elam. La música de Elmer Bernstein, vibrante y poderosa, como siempre.
(06-11-2020)
107'