CRITICALIA CLÁSICOS
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Nacido en la muy lejana (incluso para los rusos) ciudad de Vladivostok, Yuli Borísovich Bryner es más conocido por todos como Yul Brynner, que añadió a su nacionalidad natal las de estadounidense y suizo. Identificado siempre por su rapada cabeza, en la entreguerra se trasladó a París con su madre al ser abandonados por su padre. Y allí inició una vida bohemia (muy en contacto con los círculos gitanos) que lo llevó a ser acróbata, cantante, músico y actor en pequeños papeles. Al morir también su madre, arriba a Nueva York sin hablar inglés y con solo 18 años, debutando en Broadway un año después. Luego vendría una carrera exitosa y plagada de títulos importantes, desde un musical como El rey y yo, el melodrama Anastasia, o un clásico literario como Los hermanos Karamazov, aunque su cumbre interpretativa y popular estará siempre en el espléndido Ramsés de la monumental Los diez mandamientos...
Con sus felinos andares de tigre enjaulado y su enigmática mirada, Yul Brynner es una pieza fundamental en esta Los reyes del sol, una curiosa cinta donde sus espectaculares planteamientos, escenarios, reparto y costosa producción no se cumplieron luego en los resultados. Porque la producción está nada menos que a cargo de la Mirisch Company, nacida en los años cincuenta pero que cuajó ya en los sesenta como segmento de la poderosa United Artists, y una casa que dio títulos del calibre de El apartamento, Los siete magníficos, La pantera rosa, En el calor de la noche, El violinista en el tejado... y con directores que sólo hay que nombrarlos: Billy Wilder, Norman Jewison, Blake Edwards, John Sturges...
Además, Los reyes del sol tenía junto a Brynner a George Chakiris, la emergente actriz inglesa Shirley Ann Field, Brad Dexter, Richard Basehart... Y en la dirección el británico J. Lee Thompson, que ya entonces había rodado un hábil policíaco, La bahía del tigre (con John y Hayley Mills), la sólida y espectacular Los cañones de Navarone, la exótica Taras Bulba (también con Yul) y El cabo del terror, con Gregory Peck y Robert Mitchum, un estupendo suspense que luego versionaría Scorsese en 1991 (El cabo del miedo), con mucho peores resultados. Y también, en esta aventura precolombina que glosamos, a cargo de la música estaba un grande de las partituras cinematográficas, como Elmer Bernstein.
¿Qué fue entonces lo que rebajó las expectativas? Posiblemente el guión de un veterano como James R. Webb y el autor de la novela, Elliot Arnold. Aquí se nos cuenta la odisea de una de las tribus de la sociedad maya, que perseguida por otra más aguerrida e imperialista, huye de su territorio e invade (casi sin saberlo) el del imperio propiamente dicho. La acogida no es fácil, máxime cuando los jefes de ambas quieren imponerse mutuamente. Para complicar la cosa (en un recurso un tanto forzado) los dos desean el amor de la misma mujer. Lógicamente Balam (Chakiris) en su territorio, con un ejército poderoso, y en pleno esfuerzo para erigir una gran pirámide, lleva las de ganar frente a Águila Negra (Brynner), que no es más que un exiliado en apuros, aunque astuto y peligroso siempre.
Con escenas espectaculares, desfiles majestuosos, y vestuario poco riguroso, la historia se va desarrollando con narrativa confusa y llena de rodeos, con crueles sacrificios, enfrentamientos de ambos bandos y una interesada alusión a que las "tierras al norte" (en clara referencia a los futuribles Estados Unidos) son el progreso y el futuro de esos pueblos. Pero -como ya se apuntó- el guión no afina, George Chakiris (luciendo moñitos y tocados dignos de drags queens) parece que se va a poner a bailar en cualquier momento como en West Side Story, solo que entre pirámides en vez de rascacielos... y Yul Brynner llega a abusar de miradas malévolas y emboscadas tras empalizadas.
Quizás J. Lee Thompson no llegó a identificarse con la historia, quizás el escenario histórico tenía escasos antecedentes que pudieran situar al espectador, el caso es que Los reyes del sol se quedó a mitad de camino y no significó ningún hito en la carrera de quienes intervinieron en ella.
También es posible que los aires de cambio que el cine vivió en los años sesenta, tanto en Europa como en Hollywood, la búsqueda de historias más intimistas, más urbanas y de corte policíaco, cogieron a contrapié a esta modesta y curiosa superproducción que, finalmente, no dio la talla. Aunque, eso sí, es muy posible que su visionado varios años después -2006- por parte de Mel Gibson, reciente su impacto con La pasión de Cristo, le inspirara para poner en pie y rodar su increíble, original, maravillosa e irrepetible Apocalypto...
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