1977, el año de las primera elecciones democráticas en España tras el franquismo, será la fecha en la que se estrene Mi primer pecado, en el que nos encontraremos con el reverso de la situación planteada en ¡Ya soy mujer!, su anterior película, donde una chica menor de edad se enamoraba de un adulto (cura, para más inri...). Aquí será un chico, Curro, como de 14 años, el enamorado sin esperanza de Cristina, una mujer bien entrada en la veintena, en un film teñido de una profunda melancolía, aunque también estaba trufado de ciertos toques de humor muy summersianos, en una película de iniciación al sexo que busca reproducir el ambiente represivo de la adolescencia de la época, mediados de los años setenta. Hay también una cierta mirada compasiva sobre este chico apocado, que se siente menos hombre que los demás, en una etapa de difícil reafirmación de la virilidad en la que todos los chicos parecen o quieren parecer muy machos.
Estamos en realidad ante una película desaforadamente romántica, quizá una versión libérrima de la dumasiana La dama de las camelias, en la que el joven Armando se enamoraba perdidamente de la madura cortesana Margarita Gautier. No será la única referencia cultista del film: no es difícil ver la huella del Antoine Doinel de la truffautiana Los cuatrocientos golpes en las escenas del adolescente protagonista deambulando por las calles de Madrid, un mozalbete abandonado por su familia, sin oficio ni beneficio, un paria sin edad aún para serlo.
La película, filmada con una narrativa puramente clásica, incluye sin embargo una escena de desaforada fantasía muy summersiana, cuando el joven monaguillo, resentido con su amada, da en imaginar, en el transcurso de una boda en la que ayuda como acólito, imágenes delirantes como una cama en medio de la iglesia en la que veremos a la pareja contrayente dándose un gran revolcón, así como también uno de esos juegos que tanto le gustaban a Summers, en este caso poner en la boca del cura (un anciano Emilio Fornet, uno de sus actores habituales), en el transcurso de la homilía que pronuncia en el casorio, exactamente las mismas palabras que unos minutos antes le había dicho Cristina a Curro, confesándole su vida como masajista y prostituta; esas palabras, que lógicamente solo resuenan en la mente del joven progresivamente enfurecido, terminarán con su explosión violenta hacia los novios, armándose un gran pifostio que acaba con su expulsión de la parroquia, entonces ya sí totalmente desamparado.
Hay en este film de Summers la ingenuidad rampante de la adolescencia perdidamente enamorada. Es cierto que quizá no fuera el tema más adecuado para su momento histórico, en plena eclosión desaforada del sexo en el cine, porque ésta es en realidad una cinta muy romántica, mucho más que sexual, aunque presentara excursos de sexo tales como varias masturbaciones masculinas, por supuesto dadas fuera de campo, o la más bien abyecta práctica de la época conocida vulgarmente como “poner un rabo” en los autobuses.
Gran trabajo interpretativo de Curro Martín Summers, sobrino de Manolo, en el papel del adolescente protagonista, transmitiendo muy bien la falta de autoestima, el dolor de no sentirse nadie; el joven Curro era el actor ideal, con su carita de cordero degollado, arrebatado por este amor absoluto, pero en el que ella lo que siente, mayormente, es un amor cuasi maternal. Excelente trabajo también el del resto de los niños actores, como siempre en Summers con gran naturalidad, frescos y creíbles. La película se defendió bastante bien en taquilla, rozando el millón de espectadores, aunque evidenció que el venero infantil/juvenil en Summers (en el que había incidido el cineasta sevillano con sus anteriores títulos Adiós, cigüeña, adiós, El niño es nuestro y ¡Ya soy mujer!) ya se había agostado, al menos en aquella época.
(14-02-2024)
90'