El cineasta alemán Roland Emmerich, afincado en Estados Unidos desde mediados de los noventa, debe ser el director que, en sus películas, más veces ha destruido el mundo o, como poco, algunas de sus ciudades más emblemáticas. Así, en 2012 (2009) se cargaba la Tierra conforme al augurio maya que presagiaba que el mundo se acabaría en ese año, y en El día de mañana (2004) presentaba una glaciación tamaño XXL, por mor del cambio climático, que ponía a la civilización humana a las puertas de la extinción y a ciudades como Nueva York con varias decenas de metros de espesor de nieve. Esa misma Nueva York, por cierto, que en Godzilla (1998) era pulverizada por el bicho japonés de tamaño rascacielos, mientras que en Independence Day (1996) la Tierra sufría también graves desastres, en este caso provocados por la actitud belicosa de los alienígenas (en su versión agresiva, no en la “bambi” de E.T. el extraterrestre).
Vamos, que Emmerich le tiene pillado el tranquillo a esto de devastar la Tierra, qué bonito ejercicio... Pues vuelve a hacerlo, ahora con una historia que se inicia con un prólogo situado en 2011, en el espacio, donde el astronauta Brian Harper realiza tareas de mantenimiento en el exterior del módulo lunar, junto a otro compañero, mientras en el interior de la nave espera su compañera de misión Jo Fowler. De repente, algo, como una fuerza magnética extraña, al parecer procedente de la Luna, los ataca, resultando el compañero de Harper muerto y Fowler inconsciente. Harper consigue volver a la Tierra en el transbordador, pero no creen su versión de esa fuerza misteriosa lunar y le responsabilizan de la muerte de su compañero. Como consecuencia, de ello, diez años después ha perdido a su familia, pero también su trabajo, su reputación y su autoestima. Cuando K.C. Houseman, un friqui gordo como una boya, intente llamar su atención para decirle que la luna ha cambiado su órbita, Harper lo toma por un chalado... Pero resulta que el gordo chiflado tenía razón, y la Luna se nos viene, literalmente, encima...
Moonfall, evidentemente, juega en la liga de “vamos a hacer un taquillazo y vámonos que nos vamos”, un puro negocio que no aspira a otra cosa; por supuesto, nada que objetar: legítimamente, hay un cine industrial que aspira a llenar los bolsillos de sus dueños, y está muy bien. Lo que ya no está tan bien es que, de matute, se nos endilgue, a estas alturas, una de esas estúpidas teorías conspiranoicas de las que, por lo visto, el ser humano no consigue desembarazarse, y en estos tiempos de redes sociales y otras mierdas, menos todavía. Así, aquí la paparrucha que se plantea con visos de supuesta realidad es la de que la Luna, como otros satélites planetarios del Sistema Solar, es un artefacto construido por civilizaciones alienígenas, recubierto de un caparazón de materia mineral que las camufla como si fueran auténticos cuerpos espaciales. Esa memez, claro está, es de la misma estirpe de “la Tierra es plana”, “la vacuna del COVID nos introduce en el cuerpo un chip para manejarnos”, “el hombre jamás estuvo en la Luna, fue Kubrick quien rodó el supuesto alunizaje de Armstrong y Aldrin” o incluso “el Holocausto jamás existió, fue todo un montaje del lobby judío”, entre otras imbecilidades.
Pues este Moonfall da pábulo a esa burda pamema de que nuestra Luna está hueca y en su interior hay un delicado mecanismo construido por mentes intelectualmente a años luz de las de los seres humanos... Como decimos en mi tierra, lo que faltaba para el duro (bueno, aquí decimos, con más gracia, “lo que fartaba par duro”), o también, éramos pocos y parió la abuela...
Pero al margen de su apuesta por una de esas idiotas teorías conspiranoicas que están envenenando, aún más, a la Humanidad, lo peor de Moonfall es que encima es más mala que pegarle a un padre con un calcetín sudado de tres días... Un guion inverosímil, unos personajes de cartón piedra, un constante recurso al “deus ex machina” (esa salvación que llega “in extremis” una y otra vez, qué cansinos...), una serie de tópicos enjaretados de mala manera... Un pequeño desastre sin paliativos, la peor película de Emmerich desde la ya antediluviana El secreto de Joey (1984), hecha todavía en su Alemania natal, y que era mala con avaricia... ¡Qué lejos, entonces, de otros empeños mucho más interesantes de Emmerich, como Anonymous (2011) o Stonewall (2014), donde brilló como el buen director que en el fondo (muy en el fondo...) es!
Por supuesto, los efectos especiales son de primera clase, como corresponde a un costeado producto industrial cuyo presupuesto ha frisado los 150 millones de dólares, con un reparto más que apañado, con la oscarizada Halle Berry al frente del elenco actoral, más el siempre entonado Patrick Wilson, y uno de los descubrimientos de Juego de tronos, John Bradley, el gordo Sam Tarley, además de una pequeña aparición, casi un cameo, del mítico Donald Sutherland. Todo para nada, nos tememos...
(06-02-2022)
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