CRITICALIA CLÁSICOS
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1955 es un año crucial en la Historia del Cine en España. Se celebraron entonces las que el tiempo conoce como “Conversaciones de Salamanca”, especie de cónclave de las mejores cabezas del cinematógrafo de nuestro país durante la década de los cincuenta, en las que Juan Antonio Bardem, director de Muerte de un ciclista, definió el cine español con cinco adverbios y otros tantos adjetivos calificativos, concentrando en tan escasa gramática los males que aquejaban al Séptimo Arte en pleno franquismo: para Bardem el cine español era "políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico". Tan demoledora definición estaba plenamente justificada por una situación ciertamente triste, la de un sistema político autoritario que imponía al cine su concepción de vehículo para fomento de su propia ideología o para el adormecimiento de las masas.
Pero Juan Antonio Bardem, ese mismo año de 1955, rueda una película que se convertirá en paradigma del cine que él auspició en las “Conversaciones de Salamanca”, y cuya influencia se demostró luenga y benéfica, alargando su sombra hasta 1975, fecha en la que el Dictador moría en la cama. Muerte de un ciclista, en efecto, es un film "políticamente eficaz", pues mostraba un paisaje humano, el de las huelgas estudiantiles de los años cincuenta, que reflejaba que el camino para acabar con el régimen de Franco estaba en la lucha en la calle y no en las charletas de café; "socialmente verdadero", por cuanto demostraba las miserias y bajezas morales de una clase social, la alta burguesía, a través de una despiadada disección de sus lacras; "intelectualmente notable", al dotar a su relato de una serie de influencias cultas que iban desde el Crimen y castigo de Dostoievski al Neorrealismo italiano de Rossellini o De Sica, desde el cine negro francés a su homónimo norteamericano; "estéticamente espléndido", al estar realizado con una clase y un estilo que nunca más volvería a alcanzar su autor, con influencias expresionistas que remarcaban con inteligencia el grave tono de la historia; e "industrialmente vigoroso", por cuanto Bardem utilizó los medios que necesitó, y lo hizo sin complejos, consiguiendo una estimable repercusión en taquilla e incluso una digna distribución internacional, algo absolutamente inusual en el cine español de la época.
Así pues, Juan Antonio Bardem puso las bases de lo que sería el cine hispano de los siguientes veinte años con este film, Muerte de un ciclista, una obra que marca un hito histórico no sólo por suponer el embrión del que se conocería como Nuevo Cine Español, sino por constituirse como la primera película realizada en la España de Franco que se dirigía a un público adulto y sobre temas no relacionados con la mera supervivencia. Aunque filmes como Surcos o Nada ya apostaron por el cine adulto, estaban directamente vinculados a los problemas de la miseria en la España de la postguerra. Sin embargo, Bardem hace con Muerte de un ciclista una obra en la que la supervivencia no aparece para nada: sus protagonistas viven desahogadamente y sus problemas son exclusivamente relacionados con sentimientos propios de los adultos: sexo, chantaje, dudas, venganza, culpabilidad.
Pero es que además su tratamiento dista mucho de otras historias "adultas" que entendían esa "adultez" como tremebundos melodramas pasionales, continuando con ello la tradición de los clásicos folletones literarios y preanunciando la lacra de los culebrones televisivos. Nada hay de ello en Muerte de un ciclista: los personajes son perfectamente reconocibles y sus pasiones son reales: consumar sus urgencias sexuales, evitar el descubrimiento de su felonía, afrontar la coacción del emboscado, todo ello con una tensión dramática encomiable, pero sin excesos que la hicieran incurrir en el grandguignol al que tan fácilmente se hubiera prestado un argumento de estas características.
También es novedoso su planteamiento, alejado de los vicios nefastos que enfagaban el cine auspiciado por el franquismo, como el populacherismo del cine folclórico, el engolamiento tramposo del cine seudohistórico de cartón piedra, el pinturerismo del cine de toreros, la santurronería del cine supuestamente religioso, y no digamos la iniquidad ideológica del cine político del régimen. Por el contrario, Muerte de un ciclista no apela ni al ternurismo fácil ni a la visceralidad, sino a la cabeza, a la mente, a la razón, sentando con ello otro precedente, el de dirigirse a un público ilustrado al que, por primera vez, se le ofrecía una película que no le hacía sentir vergüenza ajena. El éxito comercial del film confirmaría que ese público ilustrado no era tan minoritario como los agoreros de turno, antaño y hogaño, proclamaban y proclaman.
Si hablamos del estilo, tendremos que citar la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Alfredo Fraile, componiendo una atmósfera que combina admirablemente los elementos realistas con cierto tono de pesadilla, sobre todo en las apariciones de un magnífico Carlos Casaravilla, el antagonista por excelencia del film, un personaje odioso y fascinante al tiempo, un cínico erudito amargado por su papel de bufón de una clase que le supera en economía pero no le llega a la suela de los zapatos en cultura e inteligencia. Auténtico "leit motiv" del film, papel bombón para cualquier actor, con el que Casaravilla, uno de los más grandes secundarios del cine español, supo hacer una auténtica creación, este personaje, un pérfido Pepito Grillo, actuará como catalizador de la situación creada por el atropello accidental de un ciclista y posterior fuga de la pareja adúltera, unos muy ajustados Alberto Closas y Lucia Bosé, cuya notable química confiere una densidad especial a sus papeles de burgueses biempensantes, arrojados al fuego del infierno por un malhadado accidente.
El conjunto sigue funcionando, tantos años después de su realización, como una maquinaria perfectamente engrasada. Este "thriller" adulto y adúltero, este chantaje con carga de profundidad política, esta obra maestra del cine de los años cincuenta, sigue siendo una de las obras capitales españolas de la Historia del llamado Séptimo Arte, que si es un arte lo es, precisamente, gracias a aportaciones como ésta.
(16-11-2014)
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