Pelicula:

Esta película ha formado parte de la Sección Oficial "Hipermetropía" del 18 Festival de Cine Africano (FCAT'21), donde ha conseguido el Premio al Mejor Largometraje de Ficción.


Se conoce con el neologismo “gentrificación” al fenómeno de la reurbanización de zonas socialmente deprimidas, en un proceso que generalmente conlleva la salida del barrio de los antiguos propietarios, de clase modesta, en beneficio de los nuevos dueños, de clase social y económica superior. Ese proceso, hoy día muy en boga en muchas ciudades del mundo, ha dado lugar a algunos interesantes documentales, como Citizen Jane (2016), de Matt Tyrnauer, sobre la lucha durante décadas de la activista norteamericana Jane Jacobs contra la gentrificación que se produjo en Nueva York durante el siglo XX.

Ese proceso de gentrificación está en el eje argumental de esta muy atractiva Residue, que resulta ser, quién lo diría, el primer largometraje rodado por Merawi Gerima, un joven cineasta norteamericano de raíces etíopes (su padre es el prestigioso director de esa nacionalidad Haile Gerima), graduado en cine en la Universidad del Sur de California. Para su primer largo, Merawi, con buen criterio, ha elegido un tema candente que además le toca muy de cerca, pues él mismo se crió en Washington D.C., donde se produce efectivamente el proceso de gentrificación de barrios antiguamente modestos, como el de Eckington, ahora llamado por los blancos que lo están repoblando con un acrónimo tirando a cursi, NoMa (de Avenida del Norte de Massachusetts). En ese contexto conocemos a Jay, un joven afroamericano nacido en el barrio pero que emigró para sus estudios a California, donde se ha convertido en cineasta de prestigio. Su regreso a su antiguo barrio está motivado por su intención de rodar sobre sus raíces, también sobre ese proceso de gentrificación que sabe se está produciendo. Pero desde su llegada a Eckington, Jay se da cuenta de que sus antiguos amigos y conocidos mantienen reticencias hacia él, como si ya no formara parte de la comunidad...

Llama la atención en Merawi Gerima que, siendo un neófito total en esto de dirigir cine, lo haga con tanta seguridad, con tanto aplomo, con tanto desparpajo, como si hubiera dirigido ya una decena de largos, sin titubear, sabiendo lo que quiere hacer y cómo hacerlo. Su relato navega hábilmente entre el documental y la ficción: el documental, porque la gentrificación de Eckington, o NoMa, es un hecho real; y la ficción, porque Jay no existe, aunque cabría preguntarse cuánto hay de él en el propio director, Merawi, nacido en Washington pero educado en.... California, de donde precisamente vuelve Jay...

Merawi da muestras pronto de un auténtico estilazo, huyendo del preciosismo, o al menos del preciosismo gratuito, para buscar nuevos elementos originales con lo que contar su historia: así, admira la excelente utilización del sonido en off, en escenas en las que se oye hablar a algunos personajes con los que están en cuadro, pero nunca se les ve; eso permite que, cuando se trata, por ejemplo, del policía amenazante, veamos en las caras de los chicos amenazados las reacciones contenidas hacia esa abusiva conducta, sin tener que ver la cara del marrajo amenazador; esa misma técnica la utiliza Merawi para combinar las dos líneas cronológicas del film, la principal, con Jay en su barrio notando como su presencia, aunque superficialmente bien acogida, en el fondo dista mucho de serlo; y la secundaria, la de los recuerdos del protagonista, con frecuencia ilustrados con pelis caseras rodadas en formatos domésticos como el V8 o similar, a través de los cuales, y de la interacción con sus antiguos convecinos, el protagonista irá asimilando que su marcha del barrio le dejó sin raíces, cortó el cordón umbilical con su antigua comunidad.

También dentro de la forma es muy interesante la utilización de los planos-detalle sobre objetos o zonas inanimadas de la escena, como paredes o cuadros, al tiempo que los personajes declaman sus diálogos, en una forma de dar protagonismo también a las cosas del barrio, esas cosas que tienen los días contados por la famosa gentrificación. Aunque si tuviéramos que elegir una escena, lo haríamos con aquella en la que Jay visita en la cárcel a su amigo de la infancia Dion, escena que pronto se desliza, sin solución de continuidad, hacia un encuentro entre ambos en los bosques cercanos a su barrio, donde transcurrió su niñez, en una interesantísima imbricación de dos escenas, una la real (la visita a la cárcel), otra la imaginada o imaginaria (el idílico supuesto encuentro de ambos en los bosques de su infancia).

Temáticamente, además de ese proceso de reurbanización y expulsión de los antiguos vecinos, Merawi se centra en las relaciones entre esos moradores del barrio que están en trance de dejar de serlo, esa gente joven, siempre de raza negra, cuyo horizonte vital no va más allá del trapicheo, las armas, la droga, la cárcel, quizá la muerte. Hay una agresividad latente en la película, no solo entre la comunidad negra y la blanca que silenciosamente la  invade, sino incluso dentro de los propios afroamericanos, en un ambiente permanentemente tenso, agresivo hasta entre iguales. Esa agresividad, de la que da muestras el propio Jay desde el principio, parece como si fuera una suerte de catarsis del propio director sublimando su impotencia ante el progresivo fenómeno de la sustitución de los de su raza por otra de superior capacidad económica.

Con un lenguaje moderno, innovador, fresco y natural, de apariencia sencilla, jugando con planos inhabituales, pero no extravagantes; con imágenes potentes, bien imbricadas en un discurso ni complaciente ni quejoso; con un lirismo sin alardes, en una imagen laceradamente poética del microcosmos afroamericano de los suburbios; con una intrigante historia en do menor, como si no quisiera elevar la voz, la película de Gerima nos muestra la honda evolución personal, la desgarrada toma de conciencia de un hombre que se dará cuenta de la pérdida de sus señas de identidad y cómo afrontará esa pérdida de la peor forma posible, de la forma más inmadura posible, con una violencia estúpida y sin sentido que, sin embargo, tal vez le devuelva (social, penal, pero también emocionalmente) al lugar de donde salió años atrás buscando, razonablemente, un horizonte mejor del que le aguardaba en un barrio sin esperanza.

En una escena al principio de la película, uno de los habitantes de Eckington recrimina a un viandante que su perro haya defecado en su jardín; ante las protestas del dueño del can, que argumenta que va a retirar el desecho, el otro le espeta que “tras quitar la caca, queda el residuo”. Ese metafórico residuo (el “residue” del título del film) en el que se han convertido, velis nolis, los habitantes negros de un (otro) barrio que se está convirtiendo en otra cosa que nada tiene que ver con lo que fue.

(09-06-2021)


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90'

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Residue - by , Jun 09, 2021
4 / 5 stars
El residuo que queda