Todas las épocas tienen su Arturo, su Mesa Redonda y su visión de la mÃtica Camelot. AsÃ, en los años cincuenta la mirada era clásica, aventurera, en Los caballeros del rey Arturo (1953), del gran Richard Thorpe, un director que no se correspondÃa en absoluto con su apellido; en los años sesenta, años de ruptura con convencionalismos, la mirada serÃa distinta, un musical cuasi pop, Camelot (1967), del gran Joshua Logan; los años ochenta nos depararon la visión mÃstica, casi filosófica, de Excalibur (1981), del entonces muy en forma John Boorman; los noventa trivializaron al personaje y al tema infantilizándolo en El primer caballero (1995), de Jerry Zucker, al que le van más las comedietas; y ya en nuestro siglo la aportación más relevante (por decir algo...) serÃa El rey Arturo (2004), en tono de telurismo plastificado, dirigido por Antoine Fuqua.
Como se ve, las últimas aportaciones al mito artúrico no pueden decirse que hayan sido gloriosas. Como, según la famosa ley, todo lo que es susceptible de empeorar, empeora, nos llega ahora esta psicodélica nueva versión, que se pone la leyenda por montera y la reinterpreta a su manera. En principio nada que objetar: no somos partidarios del puritanismo rácano que quiere mantener a toda costa lo ya establecido para seguir asi hasta el final de los tiempos; con ese plan estarÃamos todavÃa cazando mamuts. El problema es que Rey Arturo... parte de una indisimulada intención, la de hacer un filme "a la manera de" Juego de tronos (GoT, en sus siglas en inglés), el gran éxito televisivo de la década de los años diez de este siglo XXI: todo apunta en esa dirección, desde un diseño de producción que evoca poderosamente esa Edad Media paralela que George R.R. Martin imaginó en su serie de novelas bajo la denominación genérica de Canción de hielo y fuego, hasta la incorporación al reparto de algunos de los populares actores del serial televisivo, como Aidan Gillen, que da vida al sinuoso Meñique, o Michael McElhatton, que es Lord Bolton en GoT.
Pero como las escopetas las carga el diablo, esta megaproducción de 175 millones de dólares de presupuesto se ha estrellado en su estreno en USA-Canadá, donde no ha llegado a los 40 millones de recaudación. Ello nos da esperanza sobre el público medio norteamericano, que no se ha tragado el anzuelo y, por mucho look GoT que pretenda este "blockbuster", no ha entrado al trapo.
Porque, al margen de operaciones comerciales evidentes, Rey Arturo... es una pelÃcula deficiente, un quiero y no puedo que reinterpreta la leyenda artúrica adobándola con temas bÃblicos: el salvamento del protagonista, cual Moisés, en una barca (este era ya un niño crecidito para viajar en cesta de mimbre...), recogida por mujeres (aunque aquà son prostitutas y en el caso del lÃder judÃo era una princesa: todavÃa hay clases...); y la búsqueda del Elegido, como hizo Herodes para acabar con Jesús, que deberÃa destronarle, y que aquà reproduce el vesánico rey apócrifo. Pero no son los únicos homenajes, tributos o plagios; con frecuencia el tono del filme remite al mito de Robin Hood, e incluso, en otra referencia de muy distinto signo, llega a parafrasear al Shakespeare de Macbeth, con las famosas tres brujas que predicen la gloria y la caÃda del rey, solo que aquà toman voluptuosas formas tentaculares, y al final hasta se permite remitirse (calamitosamente) al mito de Ifigenia.
Un pequeño (o gran, si atendemos al castañazo en taquilla) desastre, un filme que no sabe muy bien a qué juega, salvo su intención de parecer lo que no es ("de mis imitadores serán mis defectos", dice el proverbio español), en la que lo único boyante es algún signo de elegancia cinematográfica por parte del director, Guy Ritchie, como el percutante montaje en el que se nos da el paso de la niñez a la edad adulta del protagonista, un proceso de maduración hecho con economÃa de lenguaje e impresionante ritmo. El resto (ya que estamos con Shakespeare) es silencio. Siempre nos pareció Ritchie un "bluff", un globo hinchado pero carente de verdadero genio, un director quizá elevado sobre su auténtico rango por temas ajenos al cine como su matrimonio (ya finiquitado) con Madonna.
Charlie Hunnam siempre nos ha parecido un actor bastante limitado, una cara bonita y un fÃsico aerodinámico al que el tiempo deberá confirmar si tiene talento interpretativo o no; por ahora me inclino por lo segundo: su Arturo parece un macarra del siglo XXI, un tipo sin carisma y sin capacidad de liderazgo. Tampoco es que el resto del reparto esté especialmente entonado: Jude Law aprovecha para hacer uno de los escasos "malos" de su carrera, pero está a años luz del magnÃfico villano que compuso para Camino a la perdición. Me quedo en todo caso con el rostro hipnótico, exótico, de Astrid Bergès-Frisbey, medio española, una maga que cuando pone los ojos de gato tiembla (casi literalmente...) el firmamento...
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