De Curtis Hanson se recuerdan con agrado Falso testigo y La mano que mece la cuna (de Ir a perderlo y perderse y Malas influencias mejor no acordarse), "thrillers" urbanos que funcionaban razonablemente bien, siguiendo algunos sabios consejos hitchcockianos. Pero si Hanson no hubiera sido demasiado soberbio habría tomado nota también de que para hacer un suspense en medio de la naturaleza hay que ser tan bueno como el gran Hitch.
En medio del río pone Hanson su barca, y pretende mantener la intriga durante casi dos horas, demasiado tiempo, sobre todo si el guión abunda en tópicos, enésima variante del filme sobre intrusos malos, en la peor tradición que cultiva el cine yanqui de los años noventa. Así, la historia de este matrimonio con problemas por la brillantez de ella (muy apropiadamente Meryl Streep, prototipo de la-mujer-que-lo-hace-todo-bien) que pretende recuperar la ilusión a través de un viaje por un río plagado de rápidos y que se encuentra con dos ladrones que pondrán en peligro sus vidas, se resiente de esa sensación de "déjà vu", de ya visto, que no mejora tampoco el cansino ritmo que le imprime Hanson.
Así las cosas, la acción se carga fundamentalmente en los últimos veinte minutos, acumulando adrenalina en la arriesgada travesía final y el subsiguiente enfrentamiento a muerte. Pero llegados ya a ese punto el desenlace se ve venir tan claramente que el suspense resulta aguado, y no sólo por el líquido elemento.
Tal vez quepa salvar la sutil inversión de los elementos habituales en este cine de acción: así, ella será el personaje que llevará las riendas en todo momento, ella es la campeona del río y la que maneja a su antojo la barca, donde los hombres están a su merced, salvo que enarbolen un arma. Lástima que la frase con la que el pequeño Joseph Mazzello cierra el filme devuelva las cosas a su sitio...
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