Definitivamente, las nuevas tecnologías han llegado al cine (y al audiovisual en general) para quedarse, y no solo en lo que son los F/X cada vez más perfectos, sino en nuevas formas de narrar. He aquí un ejemplo: en un auténtico “tour de force”, Searching está narrada en todo momento a través de la pantalla de ordenadores, o de tablets, o de cualquier tipo de dispositivo informático que permita acceder a esa barahúnda gigantesca que es internet. Todo está contado utilizando con habilidad las múltiples posibilidades que nos da la informática de finales de la segunda década del siglo XXI: perfiles informáticos, carpetas, archivos de vídeo, audio y texto, mensajerías instantáneas, webcams, YouTube, Facebook y otras redes sociales, Google... la inmensa panoplia de herramientas que atesora hogaño cualquier modesto dispositivo electrónico al servicio de contar una historia en clave de thriller, pero también, en último extremo, de melodrama familiar.
Al principio del film vemos como David, un coreano-americano casado con mujer también asiática, Pam, abre un perfil en su ordenador para su hija preadolescente, Margot. A partir de ahí, y siempre a través de los archivos que se muestran en pantalla, conoceremos los siguientes años en las vidas de los tres, primero los pequeños acontecimientos familiares como los primeros días en el colegio y similares, pero también la tragedia que asuela al clan cuando a Pam le diagnostican un linfoma. Tras la muerte de la mujer (resuelta bellísimamente con un tristérrimo envío a la papelera de una anotación en la agenda que ya no se producirá), el padre y la hija intentan rehacer sus vidas; ya adolescente, la chica desaparece un día, sin dejar rastro, y el padre tendrá que intentar saber qué ha ocurrido con su hija...
Habrá que decir pronto que la sin duda peculiar forma en la que está contada la película no es realmente novedosa en términos absolutos: a vuela pluma recordamos un par de títulos, Grand piano (2013), de Eugenio Mira, y Eliminado (2014), del georgiano (pero rodando en los USA) Leo Gabriadze, en los que toda la historia se nos daba a través de pantallas de ordenador, aunque aquí Aneesh Chaganty da un paso más y hace que toda la investigación sobre la desaparición de la adolescente se haga a través de los múltiples medios que permite la cibernética actual y, esencialmente, por el escrutinio “ad nauseam” de los archivos informáticos de la chica, de donde el padre irá tirando de hilos para intentar recomponer este endemoniado puzle.
El problema es que ello requiere una a ratos farragosa saturación de textos escritos en pantalla (con la apariencia habitual en cualquier escritorio de ordenador, tablet o smartphone), que juega en contra del film; aunque el director, con buen criterio, intenta dosificar esa copiosa cantidad de material escrito combinándolo con vídeos del padre, o de la hija en imágenes de archivo, o de la detective que se encarga de la desaparición, u otros personajes, lo cierto es que termina cansando tanta reiteración de prolija letra. Sin embargo, ello no obsta para reconocer que la ingeniosa trama está bien urdida, que el film, con su peculiar narrativa, funciona como un apañado y original thriller de misterioso desaparecido, con sus falsos culpables, sus pistas erróneas, incluso su vuelta de tuerca final.
En ese sentido, es llamativo el talento demostrado por el jovencísimo director y guionista, el hindú-americano Chaganty, que rodó este film con solo 27 añitos. Anteriormente solo había dirigido algunos cortos, siendo el sorprendente Google Glass: Seeds (2014), de poco más de dos minutos, el que le abrió las puertas del cine profesional.
Pero nos parece evidente que, aunque Chaganty presenta envidiables (y tan insultantemente jóvenes) cartas de presentación, habrá de pulir mejor sus historias para hacerlas más cinematográficas y, quizá, menos informáticas: es lo que tiene su generación, que ha visto muchas más imágenes en su portátil que en la pantalla gigante de un cine...
En la interpretación, este es uno de los pocos papeles protagónicos en el que hemos visto a John Cho, actor coreano-americano cuyo personaje más popular es, sin duda, el señor Sulu del “reboot” del siglo XXI de la serie Star Trek, aunque también lo hemos visto en roles de otro jaez como en Columbus (2017). La jovencísima Michelle La apunta maneras, si bien habrá que verla en otros empeños en los que su interpretación no esté mediatizada por la alambicada narrativa que constituye el centro y eje de esta por lo demás curiosa película.
Eso sí, en la versión española (y supongo que en las de otros países de nuestro entorno) los que se han batido bien el cobre han sido los encargados de sustituir todos y cada uno de los rótulos, letreros, textos, etcétera, que aparecen en la omnipresente pantalla de ordenador del protagonista, para que en vez de en inglés aparezcan en correctísimo español: ese ha sido otro “tour de force”, y no precisamente menor...
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