En 2015 el cineasta canadiense Denis Villeneuve, que ya había hecho cine en Hollywood, y con buenos resultados, en films como Prisioneros (2013), rueda Sicario, sobre un guion del actor Taylor Sheridan, que se estrenaba en esa faceta de escritor cinematográfico con un potente texto que, en las manos de Villeneuve, resultó ser un interesante artefacto que mezclaba con buen tino acción y preocupación social y política. El film casi triplicó en todo el mundo su inversión e incluso estuvo nominado a tres Oscar, cosa poco habitual para el cine de acción, si bien era en apartados técnicos.
Vistos los buenos resultados, y el evidente hecho de que los personajes de aquella película “tenían más cuerda”, como se suele decir en el gremio, se ha hecho esta pertinente secuela, Sicario: El día del Soldado, que ciertamente baja un escalón con respecto a la primera parte, pero no está exenta de interés. Villeneuve, enfrascado en la preparación y rodaje de La llegada (2016) y Blade runner 2049 (2017), no ha podido encargarse de la dirección de esta continuación, fichándose entonces (en la mejor tradición de la captación de talentos foráneos del cine de Hollywood) al italiano Stefano Sollima, que ya había llamado la atención con su estimulante Suburra (2015), un thriller de irisaciones políticas ambientado en las cloacas de la Mafia italiana, hecho con garra, fuerza y poderoso ritmo.
La acción se desarrolla entre México y Estados Unidos, en nuestros días. Cuando se intercepta a un grupo de migrantes entre las fronteras de ambos países, uno de ellos, de origen musulmán, se inmola con los explosivos que porta. Poco después, en Kansas, varios yihadistas hacen lo propio en un centro comercial. El Pentágono, preocupado por la posibilidad de que los terroristas islámicos estén utilizando la ruta México-Estados Unidos para entrar en el país y atentar contra sus intereses y ciudadanos, con la connivencia dolosa de los cárteles de la droga y el tráfico de personas del estado azteca, encarga una solución a un grupo especializado, adscrito al Ejército norteamericano pero en un limbo legal para poder actuar impunemente sin traba alguna. El jefe del grupo, Matt, decide aplicar la consigna atribuida a Julio César, “divide y vencerás” (siglos más tarde retomada por Maquiavelo en El príncipe como “divide y reinarás”), entre los cárteles, creando motivos de rencilla entre ambos, lo que les debilitaría y permitiría mantenerlos controlados y, con ello, eliminar ese posible tráfico de terroristas...
Sicario: El día del soldado es un potente ejercicio de acción que, además, y como se espera de este tipo de cine, presenta también una faceta, aunque en segundo plano, de preocupación social: aquí sería la facilidad con la que los cárteles fichan a nuevos acólitos, casi adolescentes, deslumbrados por el dinero fácil, pronto desarbolados en sus escrúpulos por el color del dólar o por el temor a la represión inicua. En este sentido, Sollima confirma su talento, su capacidad para contarnos con solvencia una historia percutante, en la que una menor (pero no precisamente inocente: sabe del poder de su padre y lo utiliza canallescamente) será moneda de cambio de un brutal juego de ajedrez donde las torres y los alfiles se tornan en tanquetas y fusiles ametralladores, en granadas y automáticas.
Un final inverosímil, con una credibilidad bajo cero, estropea una película que, hasta entonces, había mantenido el tipo más que razonablemente y nos había dado las dosis de adrenalina que es lo que se espera, mayormente, de productos como este, fiables films comerciales que no insultan la inteligencia y, además de entretenernos dignamente, nos dan alguna posibilidad de pensar en otra cosa que no sea averiguar a quién se le descerrajará el siguiente disparo, de dónde vendrá la próxima traición. Pero ese final, ciertamente, descoloca y saca de contexto y de la historia. Lástima, porque hasta entonces Sollima (que aun así aprueba con nota su examen como director de Hollywood) y su guionista, Sheridan, nos tenían razonablemente ganados...
Buen trabajo actoral, como es habitual en el cine norteamericano, que sabe utilizar a actores de gran profundidad interpretativa, como Benicio del Toro, en productos para los que no es necesaria tanta capacidad, con lo que él lo resuelve con su habitual brillantez. Josh Brolin parece estar especializándose en personajes del cine de acción (recientemente lo hemos visto en este tipo de papeles en Vengadores: Infinity War y Deadpool 2), aunque sabemos de su calidad en otro tipo de roles (verbigratia, No es país para viejos, Valor de ley, ¡Ave, César!, curiosamente films todos ellos de los hermanos Coen, que son los que mejor partido sacan de él). Sin Emily Blunt, protagonista absoluta, y estupenda, de la anterior Sicario, los personajes femeninos quedan aquí más desdibujados, limitándose a la adolescente Isabela Moner, norteamericana de raíces peruanas, que nos parece prometedora, y la siempre segurísima Catherine Keener como una bragada alta funcionaria de la Secretaría de Defensa (sección Asuntos Oscuros, por llamarla de alguna forma...).
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