La llamada Nueva Ola Rumana es un hecho. Desde que a mediados de los años cero de este siglo XXI se dieran a conocer algunas llamativas propuestas como el cortometraje Trafic (2004), de Catalin Mitulescu, y La muerte del señor Lazarescu (2005), de Cristi Puiu, el nuevo cine rumano ha llegado para quedarse. Sus constantes son evidentes para quienes están familiarizados con este vigoroso cine: realismo a ultranza, largos planos secuencia rodados con lo que parece pasmosa facilidad (aunque en realidad responden a una compleja coreografía exhaustivamente ensayada), temáticas urbanas, cotidianas, actuales, con frecuencia superficialmente banales, aunque también con habitualidad trascienden esa vacuidad para ser asuntos mucho más complejos y hondos.
Hay toda una pléyade de cineastas rumanos que tienen ya tras de sí varias muestras de interés dentro de este movimiento: Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días, Los exámenes), Corneliu Porumboiu (Policía, adjetivo, El tesoro), Radu Muntean (Boogie, One floor below), Calin Peter Netzer (Madre e hijo), y este Cristi Puiu que fue uno de los primeros en destacar dentro del nuevo cine rumano, pero que sin embargo se vende muy caro: queremos decir que hace poco cine, es posible que como consecuencia de su inflexibilidad a la hora de rodar las películas que él quiere.
En dieciséis años de carrera (cuando se escriben estas líneas) como director, Puiu sólo ha rodado siete títulos, incluyendo un cortometraje y un filme en el que ha participado junto a otros directores. Quiere decirse que es un cineasta exigente, que no rueda por rodar, y al que se le adivina, a la vista de las películas que nos llegan de él, que es extremadamente riguroso a la hora de filmar.
Sieranevada (título alegórico: la llamada Sierra Nevada, zona de la Cordillera Bética entre Granada y Almería, en España, no aparece para nada en el filme) es una película de extraordinaria complejidad dentro de su temática de lo más cotidiana: un médico y su esposa, ambos dentro de una clase media rumana, acuden en Bucarest a la conmemoración del reciente fallecimiento del padre de él, a la casa familiar; el evento consiste en reunirse toda la familia para comer, con previa bendición del pope ortodoxo y con la tradición de que uno de los miembros del clan debe vestirse como el finado, como si fuera su representación corpórea en el convite. Pero, como ya sabemos, toda reunión familiar (o de antiguos alumnos, o de antiguos amigos, etcétera), al menos en cine, termina como el rosario de la aurora…
Se dan en Sieranevada prácticamente todas las reglas que dan sentido a lo que se viene llamando esa Nueva Ola Rumana: cine realista, cine de la cotidianidad más común, larguísimos planos secuencia, creación de tensión a partir de elementos banales… En eso el filme de Puiu es modélico, y, desde luego, en su plasmación técnica: no recordamos haber visto una película con tantos planos secuencia hechos con una meticulosidad tan extraordinaria, con ocho o diez intérpretes entrando y saliendo de plano con total desparpajo, en lo que se antoja una cuidadísima coreografía, todos diciendo sus diálogos, que resultan tan reales como si los estuvieran improvisando en el momento, sin un error, sin un solo momento en el que parezca que alguno de los elementos ha fallado, o simplemente no está exactamente donde debería estar.
En forma, pues, impecable. Pero (siempre tiene que haber un pero…) el fondo es bastante más cuestionable. Puiu, como director y guionista, parece querer darnos una especie de caleidoscopio de la sociedad rumana actual; no falta un perejil, desde el pope ortodoxo a la nostálgica del comunismo, pasando por la monárquica convencida, el médico (representante de las nuevas clases medias que ha traído la democracia), el conspiranoico, el militar, sin olvidar a la “mamma” (casi a la itálica manera), los problemas de adulterio en las parejas, malos tratos incluidos, el conflicto generacional… demasiados temas, en demasiado tiempo. Casi tres horas de metraje es excesivo para un tipo de cine que tiene sus mejores bazas en la cercanía al espectador, pero al que no se le pueden poner tiempos desmesurados so pena de jugar en contra de la credibilidad de la historia. Porque además hay propuestas argumentales que son difícilmente comprensibles, como la llantina de uno de los protagonistas en un cuasi monólogo con su mujer (filmado, eso sí, espléndidamente, en un único, larguísimo plano secuencia desde el asiento de atrás de su coche, apenas viendo parte del perfil de ella, algo del pelo de él, y sus ojos en el espejo retrovisor central: qué cine, pero qué inane), una llantina que, a la vista de lo que se nos cuenta, no terminamos de entender a qué viene, qué la motiva.
Así que Sieranevada resulta ser una auténtica, deslumbrante maravilla fílmica si tenemos en cuenta sólo el continente, la vistosa forma en la que un cineasta talentoso ha sabido filmar esta historia consuetudinaria, pero que en el fondo adolece de exceso de temas, de una falta de unidad argumental, de que los asuntos que se nos cuentan, de tan alargados, terminan siendo aburridos, como el de las conspiraciones que supuestamente estarían detrás de los atentados más famosos de las últimas décadas, desde el 11-S al 11-M, pasando por la masacre de la redacción del Charlie Hebdo en París, una línea argumental que, de tan reiterativa, termina siendo insoportable.
Puiu es un director extraordinario; quizá alguien que coescriba con él los guiones (como hizo Razvan Radulescu en La muerte del señor Lazarescu) sería lo ideal, alguien que ponga sensatez en la megalómana querencia del cineasta por los alardes técnicos. Es difícil ser sublime durante casi tres horas, incluso aunque domines pasmosamente la técnica cinematográfica, como es el caso. En cuanto a los intérpretes, se adivina que todos ellos han debido ensayar sus papeles con el director hasta la extenuación: la perfección es la norma en todos. Si tuviéramos que quedarnos con alguno, citaríamos a gente veterana aunque aún joven, como Mimi Branescu o Bogdan Dumitrache, habituales en este nuevo cine rumano, gente que se aparta del canon de belleza impuesto por Hollywood: son tipos normales, corrientes, como los que requiere este cine de la cotidianidad.
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