De George Clooney como director nos interesan sobre todos sus dramas, y en especial sus dramas de tinte político y social. Hablamos de Buenas noches, y buena suerte (2005) y Los idus de Marzo (2011). Sin embargo, en otros géneros no se desenvuelve tan bien; véanse los casos de Ella es el partido (2008) y Monuments Men (2014). Con esta Suburbicon me temo que le ha pasado algo por el estilo. Se trata de una especie de thriller con vocación “vintage”, pero con claves de comedia que coquetea descaradamente con el esperpento, cuando no con el “grotesque”.
Estados Unidos, Los Ángeles, hacia los años cincuenta. A una gigantesca zona residencial para WASP (los consabidos blancos, anglosajones, protestantes) de clase media, se muda una familia negra, lo que encrespa los ánimos de la población muy blanca y muy racista (es decir, casi todos…). Otra familia, en la que la madre empuja a su hijo a jugar con el niño negro, cierta noche se produce un suceso inesperado: unos hombres han entrado en la casa…
La clave del film, quizá antes que en la dirección de Clooney (que ya tiene demostrada su eficacia como cineasta sobrio y seguro), está en el guion, escrito a ocho manos por el propio director, pero sobre todo por los hermanos Coen, Joel y Ethan, en uno de los escasos libretos que firman pero no filman, valga el juego de palabras. Porque, efectivamente, los Coen casi siempre dirigen sus propios guiones. Aquí debe entenderse que han hecho una excepción con su amigo Clooney, que, además de dirigir, produce el film. Pero los Coen tienen una cualidad curiosa: son capaces de lo mejor y de lo peor. Y en la concreta clave de thriller y comedia que es en esencia esta Suburbicon, tienen acreditados peliculones como Fargo (1996) y fiascos como Quemar después de leer (2008). Así que era cuestión de saber si tocaba cal o arena: y tocó arena… Porque además, el cuarto guionista es Grant Heslov, fundamentalmente actor, pero que durante los últimos años viene desarrollando también una carrera como libretista y director; en esta última faceta lo padecimos en Los hombres que miraban fijamente a las cabras (2009), con lo cual ya está casi todo dicho.
El guion es, entonces, inverosímil (incluso en la clave grotesca en la que está escrito), además de lleno de flecos sueltos, con la habitual tendencia de los guionistas a convertirse en demiurgos, en manipuladores de las marionetas que son sus personajes para que hagan lo que les plazcan, sea coherente, o no, con lo que se nos está contando. Hay una finísima línea que separa la comedia esperpéntica y la astracanada, y esa línea la cruza sin ambages Clooney, quizá creyendo que está haciendo cine “a la manera de los Coen”, sin saber que está más cerca de ser un epígono de nuestro Mariano Ozores, lo que no se puede decir que sea un timbre de gloria. El tema argumental del film, que recuerda esencialmente al de un clásico como Perdición (1944), de Billy Wilder, aunque por supuesto tratado de otra forma y con otros giros muy distintos, no termina de llegar nunca nítidamente al espectador, al que se le escamotea una figura de referencia, fundamental en este tipo de cine: ni el protagonista, Matt Damon (que por cierto no suelta los kilos de más que tiene desde hace ya varios años), ni siquiera una actriz tan estupenda como Julianne Moore, pueden hacer que el público empatice con estos pobres diablos que quisieron hacer la jugada maestra y se encontraron con que lo suyo era, como cabía esperar, de tontos del culo.
Además, hay en Suburbicon, mezcladas, dos pelis distintas, un casi largometraje que va de la trama central, con esta familia blanquita a la que le sucede cierto episodio que la destroza, y un cortometraje que trata de la familia negra que se ha mudado al muy racista resort de los fifties. Entre ambos apenas hay conexión, más allá de los hijos de cada una de esas familias, que juegan al béisbol como si el resto de las cosas que suceden en sus respectivas tramas no tuvieran influencia en sus vidas. Ese divorcio entre historias tampoco juega a su favor: la de los blancos tiene un acentuado tono grotesco, mientras que la de los negros es un drama puro y duro, un drama de intolerancia, que siempre está bien que se nos recuerde, aunque no aporte gran cosa a lo que ya sabemos sobre el racismo, esa lacra.
Queda dicho que los intérpretes protagonistas, quizá por sus personajes extravagantes y sin asideros, no están tan bien como es habitual en ellos. Me quedo entonces con un Oscar Isaac que se está convirtiendo en el perfecto secundario, versátil y fiable, aquí un inspector de seguros con más caparazón que una tortuga, aunque finalmente no se vea venir la bola final… Y, desde luego, con el pequeño Noah Jupe, al que reconocemos la excepcional capacidad interpretativa de un Haley Joel Osment (El sexto sentido, A.I. Inteligencia artificial) o, mucho más recientemente, un Jacob Tremblay (La habitación, Somnia: dentro de tus sueños, Wonder).
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