Es curioso pero, que yo sepa, nadie ha dicho que este Sweeney Todd, etcétera, no deja de ser una versión libérrima de El conde de Montecristo. Veamos: hombre “pobre pero honrado” (siempre me ha parecido una aberración esta frase hecha: sería más lógico “rico pero honrado”…), con mujer hermosa e hija literalmente en pañales, es enviado a prisión por el típico déspota que usa su poder para hacerse con la bella; el pobre diablo vuelve al cabo de los años, ahíto de rencor, dispuesto a vengarse... Claro que hay diferencias también apreciables, pero en sustancia la historia es la misma, la del hombre al que la felonía arrebata su felicidad para después vivir sólo para su némesis.
Así que aquí Montecristo canta, porque estamos ante un musical; no es la primera vez que Burton lo hace: recordemos Pesadilla antes de Navidad y La novia cadáver, si bien sí es la primera ocasión que lo hace con personajes de carne y hueso y no con muñecotes movidos por “stop-motion”. El resultado es ciertamente atractivo: en Burton ya se sabe que se tiene asegurado un tono gótico muy rococó, si nos permiten esa mezcla un tanto explosiva de movimientos artísticos.
Sweeney Todd…, como casi toda su obra, trata del ser humano preterido por otros y que habrá de luchar para recuperar lo suyo, si bien es cierto que en este caso el humor, tan habitual en su cine, casi no existe. La historia, es verdad, es lo suficientemente siniestra como para que el humor, ni siquiera el negro, haga su aparición, y la sucesión de desprevenidos parroquianos que se convierten inopinadamente en relleno de empanadas para ser paladeados por “gourmets” de dudoso gusto, ciertamente no se prestaba a muchas risas.
La ambientación tiene un toque peculiarmente dickensiano, como de Oliver Twist pasado por el especialista de diseño de The Rocky Horror Picture Show, y el conjunto resulta homogéneo y agradable (si es que no desagradan mucho los afeitados demasiado apurados del diabólico barbero…), con el siempre excelente Johnny Depp, el actual actor fetiche de Burton (el anterior era Michael Keaton, como es sabido), en un papel que se ajusta como un guante a sus características.
Buena partitura musical y hermosas voces redondean una película que, si bien no tiene la altura de otros empeños burtonianos, sí que resulta una digna obra de su (más que peculiar) autor.
Por cierto, información para algunos indocumentados, que se han hecho cruces de que Depp cante en esta película: antes de dedicarse al cine, allá en sus años mozos (vale decir la década de los ochenta), el joven Johnny era el solista de una banda de música, así que cantar para él no es nuevo, ni nada que haga por primera vez. En fin...
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