Esta película forma parte de la Sección Selección EFA del 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF'2021).
El cine sobre esquimales y pueblos similares (etnias aborígenes de la Siberia Oriental, Alaska, Canadá y Groenlandia) no es demasiado frecuente. De hecho, aparte del clásico documental del pionero Robert E. Flaherty Nanuk, el esquimal (1922), y de los no menos clásicos (aunque comparativamente mucho más recientes) Los dientes del diablo (1960), de Nicholas Ray, con el gran Anthony Quinn, y Dersu Uzala (El cazador) (1975), no hay mucho más cine que se haya centrado en la figura de estas comunidades indígenas. En los años noventa se hicieron algunas otras aproximaciones a estos pueblos, como La sombra del lobo (1992), con Lou Diamond Phillips, Mis aventuras con Nanuk el esquimal (1993), de Claude Massot, con Charles Dance, y el gélido thriller Smila: Misterio en la nieve (1997), de Bille August, con Julia Ormond, pero en general es una raza poco frecuentada en el audiovisual.
Por eso gusta ver cine ambientado en estas inhóspitas tierras, por la dificultad de ver películas que se centren en esos desolados paisajes y en esos peculiares paisanajes. La acción de The whaler boy se ambienta en Chukchi, pequeña localidad de la región de Chukotka, en el extremo oriental de Siberia y, por tanto, de Rusia, allí donde, al otro lado del mar, tras el estrecho de Bering, está Alaska. En esa periferia del nuevo Eldorado de nuestro tiempo vive Lyoshka, un adolescente quinceañero de vida monótona: vive con su abuelo, que le predice (y se equivoca siempre...) su inminente muerte; el chico trabaja cazando ballenas, actividad que es la esencial de la pequeña comunidad que habita el lugar. Lyoshka ha descubierto, junto a su amigo Kolya, una webchat porno que pone en pantalla numeritos eróticos de chicas, y el muchacho se queda prendado de una joven que aparece identificada como HollySweet999. Su obsesión por la chica, que según la dirección mail de la web, está radicada en Detroit, va a más, hasta convertirse en lo único que le interesa. Está enamorado de ella, y busca la forma de poder viajar para conocerla...
Philipp Yuryev (Moscú, 1990) es un joven cineasta ruso que hace con este su primer largo de ficción. Su anterior obra, con la que debutó en el cine, fue el corto cuyo título internacional es The song of the mecanical fish (2013), que llamó la atención en el Sundance Film Festival y probablemente le ha facilitado (aunque siete años después) el rodaje de esta su ópera prima comercial. Yuryev tiene buena mano para filmar: gusta de (re)presentar los paisajes desolados de la tundra siberiana, encuadrando a sus personajes de tal manera que resultan casi hormigas enmarcadas en gigantescos escenarios naturales de piedra y roca, donde la vegetación es mínima, limitándose a una escasa maleza, donde la vida es muy, muy dura. Quizá en un guiño hacia Nanuk el esquimal, Yuryev utiliza el “aspect ratio” 4:3, para asemejarse al cuadro de la magistral aproximación al pueblo inuit de Flaherty. Busca el cineasta ruso una belleza no de postalita, sino que aplaste al espectador y le haga sentir lo que debe ser vivir en unos parajes como estos, en el confín del mundo.
Temáticamente, Yuryev apuesta por una reflexión sobre la idealización de los sueños, aunque sea a través de métodos tan espurios, tan banales, como la webchat de un canal porno, una idealización que recuerda a la que Don Quijote hace suya en la obra de Cervantes sobre Aldonza Lorenzo, la vulgar moza de taberna a la que el hidalgo de la Triste Figura imaginó como bellísima dama bajo el elegante nombre de Dulcinea del Toboso. También Lyoshka, el protagonista, dará en creer que esa chica que se exhibe para él (y otros miles de pajilleros en el planeta) es “su” chica, la mujer de sus sueños, en una especie de locura quijotesca que tendrá incluso su confirmación en una de las escenas del último tramo del film, en la que Lyoshka/Quijote creerá ver grandes osamentas de animales donde realmente hay otra cosa mucho más ordinaria, recordando, quizá involuntariamente, el famoso episodio de los molinos de viento como gigantes de la novela cervantina.
Film entonces sobre la fascinación por lo irreal, por la belleza inalcanzable, sobre el enamoramiento de lo etéreo, establece la idealización de la mujer (todo un clásico: también, quizá más recientemente, del hombre) como canon sobre el que girará la vida, pero también los sueños de este adolescente de ojos rasgados. Su aventura en busca de un nuevo Eldorado, para la ocasión el Detroit donde supuestamente vive HollySweet999, tendrá un final inesperado, quizá mejor de lo previsible a la vista de la evolución de lo que va sucediéndole al chico en su éxodo hacia su sueño imposible. Otra cosa será que ese final sea coherente con la cuesta abajo en la que se embarca el muchacho, con un desenlace (entre lo onírico, lo fantástico y lo abstracto) un tanto insatisfactorio, como si el director y guionista, una vez planteado su muy curioso personaje y su más bien lunática idealización amorosa, no supiera como rematarlo a igual altura y con la elemental lógica guionística que con tanta frecuencia se contraviene en el cine actual.
Formalmente Yuryev opta por la cámara fija, con escasez de movimientos: busca con ello centrarse en su personaje, sin subrayados; con un ritmo lento, pausado, sin sorpresas, presenta a ráfagas un evidente tono documental sobre las costumbres de los inuits que se agradece, aunque ciertamente escenas como las de la caza de las ballenas, aunque son lógicamente consuetudinarias de esta comunidad esquimal, ofenden la sensibilidad animalista occidental. Es cierto también que hay escenas que no ayudan a avanzar la historia, como la de los baños de los chicos, manifiestamente prescindibles si no es para decirnos que los adolescentes esquimales también disfrutan de forma no tan distinta a como lo hacen los de otros puntos cardinales. También es verdad que, siendo la materia argumental tirando a escasa, se producen ciertas reiteraciones que enlentecen y no contribuyen a que fluya el ritmo narrativo.
Con todo, The whaler boy (que podría traducirse como “El chico ballenero”) resulta una película agradable de ver (salvo por las escenas de las ballenas, pero esa es otra historia), que gusta por su ingenuidad naif, presentando en pantalla otros mundos, otras gentes, gentes que incurren en los mismos procesos de los enamoramientos, incluso de los enamoramientos imaginarios, como es el caso: fascinación, obsesión, fidelidad a todo trance, celos, pérdida de la chaveta por la persona amada, aunque no sea más que un ectoplasma en dos dimensiones en una pantalla de portátil. Es entonces un film mejor en su planteamiento y nudo que en su desenlace, pero en cualquier caso una muestra atractiva sobre otros cines, otras formas de ver, de afrontar la vida.
Con una exquisita ambientación musical, muy apropiada para los desolados paisajes de la tundra siberiana, la película está interpretada por actores no profesionales, como el propio protagonista, que hace con esta su primera película, siendo esa falta de técnica, en este caso, un aporte positivo para construir un personaje que es, en esencia, muy simple, el chico virgen cuyas hormonas revolucionadas le hicieron enamorarse de una joven que, en puridad, solo existía en su imaginación (o, en todo caso, a más de 6.000 kilómetros de distancia...).
(05-08-2021)
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