José Luis García Sánchez reincide con Valle-Inclán tras dirigir siete años atrás Divinas palabras. Lástima que de aquel empeño, cuidado pero vacío, no haya aprendido lo esencial: a Valle, como a cualquier clásico de la literatura, se le debe un mínimo de respeto pero no una absoluta pleitesía, como le ocurrió entonces, y como vuelve a pasarle con este Tirano Banderas.
A Valle y al sursuncorda hay que leerlo, tomar lo fundamental y después olvidarse de la novela, la obra de teatro o incluso la poesía, si se tercia. Todo lo demás es rendir vasallaje y traicionar no a la obra original, sino al propio cine. La adaptación de García Sánchez y Azcona, en un guión que respeta los textos de Valle hasta la extenuación, incurre en el peor de los pecados que en el cinematógrafo se pueda dar, aburrir al espectador y confundirle con diálogos de bellísima prosa que en la novela resultan espléndidos, pero que en boca de los actores suenan irremisiblemente a falsos.
Así las cosas, la historia de este sátrapa de república hispanoamericana (una prefiguración de tantos caciques que en el Cono Sur han sido) deviene esperpento de finísima retórica pero pesadísimo avance, donde nada progresa si no es a fuerza de palabrería. El complejo juego de la novela de Valle (el dictador tinto en sangre pero inerme ante su hija demente, la rebelión del compadre cuando siente peligrar su cuello, el embajador español y su ambigua posición diplomática y sentimental) queda en la película en una mera sucesión de brochazos de grueso trazo.
Y lo peor del caso es que había material para un óptimo resultado: el texto original, desde luego, pero también el amplísimo presupuesto y la logística de tres cinematografías experimentadas. Los técnicos son extraordinarios, y los actores generalmente irreprochables, desde un Volonté que da forma a un dictador cruento y retorcido, hasta un exacto Fernando Guillén (seguramente el mejor actor de su generación), pasando por la siempre segura Ana Belén, aunque aquí tiene un papelito del tres al cuarto. Lástima: otra ocasión perdida para hacer un Valle verdaderamente cinematográfico.
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