Preston Sturges fue uno de los grandes cineastas del Hollywood clásico que, sin embargo, brilló solo durante un corto período de tiempo. Su obra como director se limitó a 15 años, antes de morir de un infarto fulminante, pero realmente su buena época se redujo a un lustro, el que va de 1940 a 1945, con títulos como El gran McGinty, Las tres noches de Eva y Los viajes de Sullivan.
Esta Un marido rico pertenece también a ese momento culminante de la obra de Sturges, una comedia “screwball” de libro, como casi todas las suyas, que se inicia con una boda de ritmo frenético en el que un hombre y una mujer (en aquella época, por supuesto, no había posibilidad de boda de otro tipo...) se casan “in extremis”. Ella se llama Gerry y él se llama Tom, y la boda de marras se cierra con un rótulo que dice “Y vivieron felices para siempre, ¿o no?”. Avanzamos entonces cuatro años en el tiempo, hasta comienzos de los años cuarenta, y vemos que el matrimonio, con graves problemas económicos, decide alquilar el apartamento, pero un viejo ricachón (al que apodan El Rey de las Salchichas –y en aquella época una salchicha era una salchicha...), que lo visita con esa intención, apiadado del desbarajuste económico de la bella, le da dinero para que pueda pagar el alquiler. Tom, por su parte, es un inventor muy imaginativo pero de inventos más bien extravagantes y poco útiles, por lo que no consigue colocárselos a nadie. Cuando Tom se entera de que Gerry ha recibido dinero del llamado Rey de las Salchichas, se pone muy celoso; su mujer, harta de tantos celos, decide divorciarse, para lo que se dirige a Palm Beach (lugar típico para ese tema en la Costa Este, como Reno lo es en la Costa Oeste), pero el camino hasta llegar se revelará harto complicado y lleno de incidencias y sorpresas...
Estamos, como decimos, en una comedia “screwball”, la comedia de corte extravagante y plena de brillantes y chispeantes diálogos, con situaciones estrafalarias que mueven a la sonrisa cómplice, en una historia armada con solvencia desde el guion, original del propio director, pero también una comedia que juega ladinamente con la lucha de sexos, temática muy habitual en la “screwball”, en la que los enredos son fundamentales para que la historia avance y la trama vaya desplegando todas sus posibilidades.
Los personajes están bien delineados, en especial la pareja protagonista; él es un celoso de libro, un tipo más bien tóxico; hoy día, desde luego, terminaría en la cárcel, y con razón... en aquella época este tipo de sentimientos extremosos se consideraba señal de amor (los disparates de la época...); ella, por el contrario, es muy superior a él en todos los órdenes, mucho más inteligente y abierta, resultando siempre clarividente y lúcida con respecto a su relación con su marido en particular, pero también con los hombres en general; en eso es una avanzada a su tiempo, se podría decir, sin faltar a la verdad, que hoy día la consideraríamos una mujer empoderada.
Pero quizá lo más llamativo del film sea precisamente su tono de comedia excéntrica, como la disparatada escena en la que los miembros del club de cazadores de codornices que “adoptan” (en el buen sentido...) a la protagonista se ponen a pegar tiros... dentro del tren en el que viajan, un tipo de humor (aparte de peligroso para la integridad física de los viajeros...) en buena medida surrealista, fuera de la realidad, que lo emparenta quizá con el de los hermanos Marx, aunque sin los florilegios verbales de un Groucho ni la verborrea callada (valga el oxímoron, en sí mismo bastante marxista-grouchista...) de Harpo.
En el debe del film habrá que anotar el hecho de que los personajes de raza negra estén aquí pintados como unos simples, gente de cortas entendederas y, por tanto, empleados en trabajos de corte manual que no requieren muchas facultades mentales. Por supuesto, no es una cuestión de racismo individual de Preston Sturges, sino del racismo ambiental de la época: a principios de los años cuarenta, la inmensa mayoría de la sociedad de raza blanca en Estados Unidos pensaba que, efectivamente, los negros no tenían capacidad más que para ser camareros, o limpiabotas, o basureros...
Apañada pareja protagonista, en especial ella, Claudette Colbert, una de las grandes del Hollywood clásico, capaz de hacer con igual intensidad el drama y la comedia. Algo inferior su “partenaire”, Joel McCrea, pero de todas formas correcto.
(02-11-2024)
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