Hay un cine occidental que gusta de presentar en pantalla historias relativas a la India y a los hindúes, mayormente en este lado del mundo, aunque no necesariamente, y, sobre todo, en la interacción de los aborígenes del país del Mahatma Ghandi con los europeos y/o norteamericanos. Por citar algún título ya clásico, podríamos recordar Pasaje a la India (1984), el testamento cinematográfico dirigido por David Lean, o la elegante Oriente y Occidente (1983), de James Ivory. En nuestro siglo hemos visto ya varios títulos de este tipo, en los que interaccionan hindúes con europeos o yanquis, como El exótico Hotel Marigold (2011), que contó incluso con una secuela, o De la India a París en un armario de Ikea (2018). Se trata de un venero argumental que contrapone las distintas costumbres de las dos culturas, la india y la occidental, que ciertamente divergen en muchos puntos, aunque también haya cosas comunes, por supuesto.
Esta Un viaje de diez metros podría incluirse sin mucho problema en este a modo de subgénero de la comedia (género en el que suelen inscribirse estos productos, al menos los más recientes), y, como todas sus homólogas, suele estar trufada de buenas intenciones, tema en el que el director, Lasse Hallström, parece haberse especializado. Hallström (Estocolmo, 1946) es un cineasta sueco que se dio a conocer internacionalmente con su película Mi vida como un perro (1985), nominada a 2 Oscars, lo que le permitió dar el salto al cine USA, donde desde entonces ha realizado la mayor parte de su carrera, en una primera etapa con títulos estimables, como ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), que supuso el descubrimiento de un preadolescente Leonardo DiCaprio, y Las normas de la Casa de la Sidra (1999), aunque su filmografía posterior ha sido bastante inferior, con títulos endebles como Atando cabos (2001), Casanova (2005) y La pesca de salmón en Yemen (2011).
Un viaje de diez metros participa también de ese cine de buenas intenciones que es característico del cineasta sueco. La historia nos es narrada en off por el protagonista, Hassan, un joven veinteañero, que cuenta cómo su familia hindú emigra a Europa, en concreto a Francia, pasando por ciudades como la holandesa Rotterdam, donde serán tratados con el típico paternalismo europeo hacia los foráneos, sobre todo si vienen del llamado Tercer Mundo. El paterfamilias indio es cocinero de profesión, siguiendo la tradición familiar en su país; aquí nos narra inicialmente cómo en su tierra, tras unas elecciones en las que ganó el partido opositor, su negocio fue quemado en un ataque vandálico de los triunfadores en las votaciones, por lo que la familia decide emigrar al Reino Unido. Llegan a un pueblecito en el Midi francés, en el que existe un reputado restaurante con una estrella Michelín y que aspira a una segunda; justo enfrente de ese establecimiento, a los diez metros (más o menos...) que dice el título español (aunque el original realmente es algo más: cien pasos es bastante más de diez metros...), hay un local en alquiler, así que el paterfamilias toma la decisión de hacerse con él y montar allí un restaurante de comida hindú. La jefa del restaurante rival, Mme. Mallory, es una rígida inglesa que desprecia a los indios y sus viandas, estableciéndose entre ella y el padre de familia hindú una hostilidad cada vez más virulenta...
Estamos ante una dramedia amable, de las habituales en Hallström, que tanto gusta del cine que podríamos denominar “Viva la gente”; aquí juega cartas temáticas tales como el exotismo de los hindúes en Europa, con el contraste de culturas y civilizaciones que ello comporta, con el previsible cruce de sabores entre la alta cocina francesa y la cocina hindú, que puede que no sea “alta”, pero sin duda es más sabrosa (aunque quizá menos vistosa...); también, por supuesto, encaja dentro del estereotipo del film “de cabezonada”, con personajes testarudos empeñados, contra toda esperanza, en alcanzar su sueño, tema recurrente del cine norteamericano, nacionalidad que comanda la coproducción, junto a la india y la de Emiratos Árabes Unidos, socios minoritarios.
Decimos que es una dramedia amable, aunque también habrá que decir que ese tono agradable con frecuencia resulta un tanto artificioso, con algunas soluciones de guion bastante cuestionables, soluciones que sirven antes a los intereses de los guionistas que a la credibilidad de la historia. Formalmente la película tiene buena factura, como corresponde a un cineasta fogueado como Hallström, aunque es evidente que éste afronta el reto como un trabajo profesional, con una filmación más bien impersonal, lejos de sus mejores logros, conseguidos, como se ha dicho, en las dos últimas décadas del siglo XX.
Tiene elementos curiosos, como ese cierto toque que remite a la famosa “magdalena de Proust”, con esos sabores que, degustados años después, tan lejos de sus lugares de origen, recuerdan poderosamente aquellos otros tiempos, aquellos otros sitios donde fueron saboreados quizá por primera vez.
Por supuesto, la película se apoya en el tirón popular de Helen Mirren, la gran actriz británica, aunque nos parece que ha ido un poco con el piloto automático, a pesar de lo cual, por supuesto, solventa su personaje con la seguridad y el talento que le son consustanciales. Del resto nos quedamos con el joven hindú Manish Dayal, sobre el que, en buena parte, recae el protagonismo del film, pero también con la joven francesa Charlotte Le Bon.
(08-04-2022)
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