La etapa norteamericana de Jean Renoir, forzado por la ocupación nazi de Francia durante la Segunda Guerrra Mundial, tuvo lugar entre los años 1940 y 1947, tras la cual volvió a su país, para terminar allí su carrera, con algún excurso como El río, que rodó en la India. Una mujer en la playa fue su última película en Estados Unidos, donde rodó algunas películas ciertamente de mérito, como Aguas pantanosas y Esta tierra es mía. Sin embargo, la película que comentamos no está entre las mejores de Renoir en el país del Tío Sam.
La historia se ambienta en el tiempo de su rodaje, en el segundo lustro de los años cuarenta del siglo XX. Conocemos al teniente Scott, del Cuerpo de Guardacostas de Estados Unidos, y nos enteramos de que desde hace tiempo tiene un sueño recurrente en el que, tras sufrir un naufragio, se ve a sí mismo en el fondo del mar con una misteriosa mujer. Ya en la vida real, un día, mientras patrulla a caballo la costa, encuentra a una enigmática joven junto a un buque varado en la playa. Pronto se entera de que la mujer, Peggy, está casada con un hombre mayor y ciego, el famoso pintor Tod. Scott, aunque está prometido a la joven Eve, se siente atraído por la mujer y por el misterio de ese hombre supuestamente ciego (aunque él cree que en realidad no lo está), que parece gozar poniendo a prueba la posible relación sentimental entre su mujer y el joven y apuesto militar...
Basada en la novela None so blind, de Mitchell A. Wilson, lo cierto es que Una mujer en la playa sufrió importantes vaivenes no tanto durante su rodaje, que fue razonablemente normal, como en el posterior proceso de montaje, en el que la RKO, tras la muerte del valedor de Renoir en la productora, no supo qué hacer con la película, rechazada unánimemente en visionados de prueba, lo que hizo que el cineasta francés tuviera que remontar la película una y otra vez hasta conseguir el visto bueno de la productora, aunque ello supuso que por el camino el film perdiera su esencia y, con frecuencia, resulte ininteligible, con graves problemas de comprensión en la trama, habiendo quedado reducido su metraje a 71 minutos, cuando en la época lo normal era la hora y media estándar que desde hacía años se había convertido en la pauta normal en el cine comercial (después llegaría nuestro siglo XXI y la pesadez de hacer pelis de más de dos horas...).
Así las cosas, queda la sensación de que en Una mujer en la playa pudo haber una hermosa historia de amor fatal, con un triángulo ciertamente peculiar, el joven varón, la bella insatisfecha, y el viejo tullido, una figura geométrica por cierto bastante parecida a la desarrollada por Orson Welles, ese mismo, año, en su espléndida La dama de Shanghai. Habrá entonces una atracción física inevitable entre los jóvenes, y aparecerá la tentación de acabar con la vida del viejo que impide la relación completa de los que quieren ser amantes. Habrá también lugar para la sospecha de que ella funciona como mujer fatal que atrae con sus encantos a hombres a los que seduce. Hay algo, o quizá mucho (el horrible montaje que se ha conservado no ayuda a saberlo con certeza...) de amor fou, de amor fatal, de atmósfera negra, teñida en este caso de cierto tono fantástico, al que contribuye la recurrente pesadilla del protagonista, pero también el barco naufragado en la playa como metáfora de ambos, dos seres rotos por su pasado, consumidos por una pasión amorosa.
Dentro de ese tono “noir”, la película tiene también elementos interesantes, como la lucha de dos hombres por la mujer amada, todo un clásico del género, pero también la atracción del abismo que supone para el protagonista la misteriosa mujer de la playa, en contraposición con la seguridad, la vida normal y probablemente aburrida que supone la novia preterida.
Como curiosidad, nos han parecido muy ingeniosos, a fuer de ingenuos pero efectivos, los efectos especiales con los que Renoir rodó la escena del protagonista y la mujer desconocida bajo el mar, en el sueño, hecho con una transparencia en la que combinaba una toma del fondo marino con los actores caminando supuestamente por él, mientras unas oportunas ráfagas de aire agitan los cabellos de ella y las ropas de ambos, haciendo parecer así que son las ondas submarinas las que lo hacen.
Lástima de película, que podría haber sido otro de los grandes títulos yanquis de Renoir, y se quedó en un quiero y no puedo, todo ello por la obtusa presión de una productora que no entendió nada de lo que el cineasta francés proponía. Queda solo la sombra de lo que hubiera podido ser, pero, claro está, no es suficiente...
Buen trabajo del trío protagonista, Robert Ryan, Joan Bennett y Charles Bickford, ajustados a sus papeles.
Una mujer en la playa -
by Enrique Colmena,
May 18, 2023
2 /
5 stars
Queda solo la sombra
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