La carrera de Woody Allen no se entendería sin las continuas referencias cultistas que trufan la mayor parte de sus films. Con suma frecuencia, el cineasta neoyorquino por excelencia (con permiso de Martin Scorsese…), tira de literatura o cine para urdir las historias que nos cuenta en sus películas. Así, hemos visto ya su particular visión sobre la obra de gente como Bergman, Shakespeare, Hitchcock, Fellini, Dostoieveski y hasta Molière, entre otros. No son versiones de obras de estos autores, sino historias inspiradas muy libremente en sus temáticas, en sus novelas o películas.
Con esta Wonder Wheel Woody da un paso más en esta tendencia referencial, en este gusto por el tributo, temas inmortales que se barajan de forma distinta, a la manera alleniana, de tal guisa que no son reconocibles a primera vista. Pero están ahí. Aquí, como decimos, da un paso más, y no es un autor como los citados el que se toca, sino todo un género, probablemente el género del que nacen todos los géneros, la tragedia griega, que vivió su apoteosis hace dos mil quinientos años, poniendo las bases del teatro moderno y, por derivación, de la novela, del cine, de todas las artes narrativas.
Coney Island, a principios de los años cincuenta. Esta popular zona al sur de Brooklyn fue famosa durante varias décadas por sus playas y sus parques de atracciones, pero tras terminar la Segunda Guerra Mundial, rivales tan duros como el cine y, sobre todo, la televisión, hicieron que la zona languideciera económicamente. En ese contexto se nos cuenta una historia que se desarrolla durante un verano: Humpty es un sesentón casado en segundas nupcias con Ginny, actriz que, sin trabajo en su profesión, ejerce de camarera; los visita Carolina, hija de Humpty, que casó años atrás con un mafioso que ahora la busca para matarla, al haberse “ido de la lengua” la chica sobre las actividades del esposo hampón; Ginny conoce a un socorrista, Mickey, con el que inicia un tórrido romance veraniego…
Todo remite a una visión de la tragedia griega desde pleno siglo XXI, en una obra ambientada a mitad del XX: la historia está contada por un narrador omnisciente, a la manera de la tragedia griega, donde era el “actor” el que contaba los sucesos que acontecían. Ese “actor” (que también interviene como personaje en la trama) se dirige al público directamente, también a la greca manera; las secuencias terminan con una canción popular de la época (los fifties) que hace la función del coro, consustancial a la tragedia griega. Las alusiones en la trama no son tampoco menguadas: el Macguffin que, de alguna manera, precipita los acontecimientos, será un ejemplar del libro Hamlet y Edipo, de Ernest Jones, una lectura sobre el personaje shakespeareano a la luz de las teorías freudianas sobre el Edipo de Sófocles; el narrador (el “actor” de la tragedia griega), en su personaje, se refiere varias veces a Eugene O’Neill, autor de A Electra le sienta bien el luto, que hunde sus raíces en la tragedia griega, concretamente en La Orestiada, de Esquilo; en un momento dado uno de los personajes ofrece un cuchillo a otro, invitándole expresamente a que, como en las tragedias griegas, lo mate; por último, argumentalmente, la historia tiene reflejos libérrimos de la Medea de Eurípides: aquí también se procurará la muerte (por omisión) a un vástago (o asimilado) para intentar recuperar al amado.
Por supuesto, Woody utiliza el recurso cultista para los fines que le interesan: en este caso, montar esta historia de amores cruzados, con una madrastra y su hijastra enamorados del mismo hombre, en un paisaje adorablemente “vintage”, el Coney Island de los años cincuenta, cuando el tejido económico de la zona se está deteriorando por los nuevos tiempos, como la propia relación de Ginny y Humpty, y cómo el deseo torrencial de la mujer anulará cualquier tipo de resorte ético para conseguir sus propósitos. En este sentido estamos ante el Allen más apasionado, lo que no quiere decir el más erótico, porque el bueno de Woody vuelve a demostrar que, filmando escenas de amor, es un desastre: vamos, hay más concupiscencia en un libro de Buscar a Wally que en los gazmoños revolcones entre los amantes adúlteros…
Obra irregular, que tarda en encontrar su punto, toda la parte final es notable, cuando la amada despechada empieza a darse cuenta de por dónde van los tiros. Por lo demás, está irreprochablemente filmada por un cineasta que, a estas alturas, rueda como el que se suena la nariz, con un absoluto dominio de los recursos cinematográficos, con la elegancia de los clásicos, lo que evidentemente él ya es. A ello contribuye, como siempre, su espléndido equipo artístico, con su habitual Santo Loquasto en el diseño de producción (lleva trabajando para Woody desde 1980: ¡eso es fidelidad!) y con la maestría de Vittorio Storaro en la fotografía, que el mago italiano tiñe de sensuales tonos rojizos, buscando las tonalidades de los neones del parque de atracciones, pero también presagiando (sí, como los augures en la tragedia griega…) el fatal desenlace.
En contra de lo que suele ocurrir en casi todas las películas de Woody, en las que, aparte de los protagonistas hay un buen número de secundarios, aquí la acción se concentra en solo cuatro intérpretes, alcanzando el resto poco más que la función de figurantes. Sobre todos descuella Kate Winslet, quizá lo más parecido al habitual personaje interpretado por Woody: también ella está frustrada, deprimida, ansiosa; también balbucea, parlotea, titubea. Brilla Winslet como no podíamos imaginarnos cuando hacía Titanic; y es que la actriz inglesa, en los últimos años, nos está deparando algunas interpretaciones memorables: recuérdense The reader (2008), Revolutionary Road (2008) y Steve Jobs (2015), entre otras. Del resto me quedo con el medido trabajo de una Juno Temple que se está revelando como una de las nuevas grandes actrices USA; y Jim Belushi nos depara la sorpresa de encontrarlo muy alejado de sus habituales papeles cómicos, aquí en un personaje poliédrico que él sabe componer con soltura. Si hasta el generalmente endeble Justin Timberlake está bien… ¡Ay, Woody, qué buen director de actores eres!
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