Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña son los guionistas de todos los films dirigidos por el primero de ellos, títulos tan estimables como Que Dios nos perdone, El Reino y Madre. Ahora actúan ambos como co-creadores de esta Antidistubios, multipremiada miniserie de 6 capítulos, en una nueva y ciertamente interesante, con frecuencia fascinante, aportación al universo del thriller, género en el que se manejan mayormente ambos libretistas cinematográficos, aunque con evidentes irisaciones de otros géneros, como es en este caso el drama.
La acción se desarrolla en Madrid, en Agosto de 2016. En ese contexto conocemos a un grupo de antidisturbios de la Policía Nacional que se dispone a ejecutar el desahucio de una vivienda, ordenado por el juez correspondiente. Al ser verano las dotaciones son escasas y lo que generalmente requiere de la dotación de tres furgones, tiene que ser acometido por la de uno solo, en total seis agentes. El jefe de grupo, ante las dificultades que está teniendo para ejecutar el desahucio, al encontrar fuerte resistencia en miembros de una plataforma contraria a ellos, pide al juzgado que se aplace al no contar con los efectivos adecuados, pero el secretario le comunica la orden del juez de seguir adelante. En el rifirrafe con los grupos contrarios al desahucio, incluidos algunos inmigrantes subsaharianos, uno de estos cae desde una segunda planta y muere. A partir de ahí, se abre una investigación de Asuntos Internos para depurar responsabilidades. Lo que en principio podía parecer un caso de negligencia o de mala praxis policial con resultado de muerte, sin embargo, gracias a una agente de Asuntos Internos que no está de acuerdo con la forma en la que se están llevando las investigaciones, empezará a tomar la forma de un oscuro caso de corrupción policial y judicial...
Cada uno de los seis episodios lleva como título el nombre de alguno de los personajes protagonistas, casi todos ellos los agentes que estuvieron involucrados en el incidente del desahucio, pero también algún otro, como la protagonista principal, Laia, la policía de Asuntos Internos, tendrá su propio capítulo específico. A lo largo de esos seis episodios iremos viendo cómo lo que de entrada parecía un caso de fatal mala suerte por un problema de escasez de recursos humanos adecuados, se transforma primero (mediante un oscuro personaje evidentemente inspirado en el turbio excomisario Villarejo... que aquí se llama Revilla, por si no era evidente el parecido...) en un tema de ocultación de pruebas y manipulación para exonerar de responsabilidad a los agentes, para finalmente resultar en una torva red de corrupción que implica a diversas personas de alto rango de varios organismos troncales del estado.
Tiene en ese sentido la serie de Peña y Sorogoyen la noble estirpe del thriller de denuncia, el que no se detiene en el mero “quién-lo-hizo”, en la pura intriga criminal, sino que ahonda en comportamientos inmorales e ilegales de gente a las que los ciudadanos les han entregado su confianza para velar por los intereses de todos. Un final en el que habrá de sopesarse cuál es el mal mayor para inclinarse, no sin gran esfuerzo, por el mal menor, confirma la esencia moral de esta muy notable miniserie.
Gusta Antidisturbios por cualidades tales como la falta de maniqueísmo, buscando las distintas perspectivas de los personajes, tanto los de la patrulla implicada en el desahucio como los de Asuntos Internos. Así, los personajes tienen luces y sombras, no son de una pieza; cada uno de los polis implicados será un mundo, estando muy bien cincelados desde el guion con apenas unas pinceladas.
Agrada la miniserie por su excelente ritmo narrativo, por la tensión sostenida de forma noble, sin hacer trampas, como tan frecuentemente ocurre en el thriller contemporáneo. Gusta porque su búsqueda del realismo, cámara al hombro, pero sin incurrir en lo que solemos llamar coloquialmente el “baile de San Vito”, ese movimiento espasmódico de cámara que los malos directores hacen pasar por lo más “modelno” del mundo, cuando es más bien lo más antiguo, la muestra de su pereza para hacer las cosas bien. Aquí hay cámara al hombro pero, salvo alguna escena (como la tremenda del enfrentamiento de los antidisturbios con los hinchas franceses, adrenalina pura, en la que está plenamente justificada), todas son perfectamente visibles sin tener que recurrir el espectador a la toma de Biodramina para el mareo provocado por las imágenes. Sorogoyen y Peña, como es ya marca de fábrica en sus guiones y películas anteriores, gustan de rodar con frecuencia a base de larguísimos planos secuencia, con intrincadas coreografías de los intérpretes y complejos movimientos de cámara, pero sin que en ningún momento dé la impresión de que los autores están alardeando de tales magnificencias, sino que se trata de recursos perfectamente utilizados para escenas que, con ese planteamiento, resultan extraordinariamente veraces, extraordinariamente intensas.
Al excelente resultado contribuye sin duda el gran trabajo actoral, una de las bazas fuertes siempre del cine de Sorogoyen, desempeñándose todos ellos con gran naturalidad, destacando para nuestro gusto el siempre estupendo Raúl Arévalo, en uno de esos personajes a los que él sabe conferirle una identidad bien diferenciada de otros papeles que ha interpretado; también encontramos notable a Vicky Luengo, que interpreta a la inspectora Laia de Asuntos Internos, quien por su físico podría parecer que no da el personaje de policía, pero al que ella dota de una fuerza interior, que se contrapone con la aparente fragilidad exterior, que resulta ciertamente muy interesante.
Gran serie esta Antidisturbios, modélicamente guionizada, rodada e interpretada, con un perfecto acabado y un mensaje quizá un tanto desesperanzado: a lo mejor para hacer un bien hay que pagar el lacerante peaje de hacer un mal menor... La serie, tan merecidamente, ha cosechado varios premios, tanto en los Forqué como en los Feroz y en los Iris, entre otros, confirmando con ello su calidad y el incontrovertible talento de Sorogoyen y Peña, sus autores.