La génesis de esta serie es larga como un brazo: todo empezó con el film Karate Kid. El momento de la verdad (1984), un exitazo comercial (y también, en alguna medida, artístico) de John G. Avildsen, instantáneamente convertido en un icono de la cultura popular mundial, la historia de un chico enclenque y poquita cosa, Daniel LaRusso, interpretado por Ralph Macchio, al que el sabio (y, en principio, más bien incomprensible) adiestramiento de un maestro japonés, el señor Miyagi, encarnado por Noriyuki “Pat” Morita, convierte en alguien capaz de afrontar los retos más complejos en el difícil arte de la lucha, pero, sobre todo, a comportarse en la vida como una persona cabal. Una frase como “dar cera, pulir cera”, el más célebre dicho de la peli, se convertirá en una sentencia de uso común, al menos en la época en la que el film triunfó. Como era de prever, entonces, pero también ahora, un éxito de ese calibre no se podía dejar pasar sin más, y se hicieron varias continuaciones, las dos primeras, Karate Kid II. La aventura continúa (1986) y Karate Kid III. El desafío final (1989), todavía con Macchio y Morita como protagonistas y Avildsen a los mandos, mientras que en la tercera, El nuevo Karate Kid (1994), se intentó dar un giro en clave femenina, con un personaje central mujer, la entonces aún adolescente Hilary Swank, lejos todavía de conseguir los dos Oscars que tiene cuando se escriben estas líneas, aunque el film estuvo lejos de revalidar las taquillas pretéritas de la serie.
El tibio resultado de esta última secuela hizo que la saga se enfriara durante años, hasta que ya entrado el siglo XXI el actor y productor Will Smith compra los derechos para que su hijo Jayden Smith se ponga en el papel del chico enclenque (y este bien enclenque que era, ciertamente) en The Karate Kid (2010), con Harald Zwart a los mandos y un resultado no especialmente apreciable. Así las cosas, parecía que el tema estaba ya muerto y enterrado, cuando de nuevo ha prendido la mecha con esta nueva serie que, ciertamente, ha dado una más que interesante vuelta de tuerca al tema.
Porque Cobra Kai parte de una atractiva perspectiva, la del vencido Johnny Lawrence, interpretado por William Zabka, el chico adolescente al que Daniel-san (como le llamaba, a la japonesa manera, el señor Miyagi) vencía en el primero de los Karate Kid. Conforme a las nuevas tendencias de este siglo, donde las fronteras entre Bien y Mal se difuminan hasta hacerse casi indistinguibles, el que antes era el chico malote, arrogante, violento y sobrado, ahora, sin dejar de serlo (otra cosa sería más una conversión el estilo cristiano con todos sus avíos...), presenta una faceta humana que antes no le conocíamos: por supuesto, porque los malos no son de cartón, ni de corcho, sino gente, con carne y sangre; que tengan algunos sentimientos no precisamente bonancibles no les quita un ápice (quizá, con Nietzsche, más bien se la añadiría) de humanidad.
Con esa nueva perspectiva, Cobra Kai se presenta como una historia evidentemente deudora de la trilogía inicial que protagonizaba Macchio y antagonizaba Zabka, a los que la serie retoma ya en torno a los 50 “tacos”, 34 años después de los hechos que se sucedieron en el primer episodio de la saga fílmica. Johnny Lawrence, el antagonista rubio, malvive en el barrio de clase media-baja Reseda, en Los Ángeles, la ciudad donde tuvieron lugar los hechos tres décadas antes. Trabaja como mantenedor de edificios, pero su mal genio le hace quedarse pronto sin empleo. Tiene un hijo adolescente, Robby, al que abandonó con su madre, por lo que el vástago no le tiene precisamente aprecio. En su vecindario, Johnny conoce a Carmen, una inmigrante ecuatoriana que tiene un hijo adolescente, Miguel, objeto de burla y escarnio por el típico grupito de matones del barrio, que le pide que le enseñe a luchar, tras verle en acción en una trifulca callejera. Por su parte, Daniel LaRusso vive en la parte rica de la ciudad, posee junto a su mujer, Amanda, una importante cadena de concesionarios de automóviles y tiene dos hijos, Samantha, adolescente, y Anthony, todavía impúber. Johnny, al ayudar a Miguel, concibe la idea de reabrir el dojo de Cobra Kai, en el que él aprendió kárate, aunque sin las malas artes de su maestro, el execrable John Kreese. Por su parte, Daniel, que se siente anímica y vitalmente perdido en los últimos tiempos, alejándose de las enseñanzas de su maestro, el señor Miyagi, decide enderezar su vida abriendo un dojo en el que expandir las ideas de su mentor. El enfrentamiento entre ambas formas de entender la lucha y la vida no se hará esperar...
Lo curioso de Cobra Kai es que, efectivamente, ni Johnny es tan malo, ni Daniel es tan bueno, teniendo este último también comportamientos no precisamente admirables. Sobre esa aproximación de los opuestos gira esta historia que, por supuesto, está generosamente trufada de escenas de acción, coreografiadas como tan bien sabe hacer el cine y la televisión USA, jugando con el pasado, utilizando como flashbacks escenas de las tres primeras películas de la serie cinematográfica, y recuperando en diversos momentos, con mayor o menor importancia, a personajes de aquella época, como el pérfido Kreese, que se convertirá aquí en el villano por antonomasia, que conecta con el mal sin fisuras de los tres primeros episodios fílmicos, pero también Elizabeth Shue, que fuera novia primero de Johnny y después de Daniel, aunque ninguno de los dos, finalmente, se casaran con ella.
Con 3 temporadas cuando se escriben estas líneas, de 10 capítulos cada una, Cobra Kai se ha configurado como una poderosa franquicia que inicialmente se dio a conocer a través de YouTube Red, la plataforma de pago de la famosa web de vídeos. Pero cuando la serie realmente se hizo popularísima fue cuando Netflix la compró y la emitió en todo el mundo a través de su servicio de suscripción. Cuando escribimos este texto se anuncia el estreno de una cuarta temporada para finales de 2021.
Cobra Kai tiene, ciertamente, cosas muy interesantes, como presentarnos a los personajes (interpretados por los mismos actores y actrices) de una serie mítica de hace casi cuatro décadas, e imaginar qué fue de sus vidas cuando los dejamos, tanto tiempo atrás. Su evolución, plausible, pero también la imbricación de las historias en tramas que, siendo nuevas, remiten casi inevitablemente a aquellas otras que nos conocemos de memoria, es también un punto a su favor, aunque es cierto que esas mismas reminiscencias del pasado a veces parecen copiar peripecias pretéritas, ahora con distintos enfoques.
En cualquier caso, Cobra Kai es un potente producto, agradable de ver, y no solo para los que conocen los que los iniciados denominan el “Miyagi-verso”, el universo creado en torno a las enseñanzas del señor Miyagi y cuanto gira a su alrededor: Daniel LaRusso, pero también sus antagonistas, Kreese y Johnny Lawrence. Con la profesionalidad más que reconocida de la industria audiovisual yanqui, la serie mantiene intactos conceptos tales como amenidad, intriga, drama interior, en un producto que busca la transversalidad generacional, y que por ello interesa tanto a adolescentes como a maduros cuarentones y cincuentones que disfrutaron hace décadas de la serie inicial, ahora “aggiornada” conforme a los tiempos que corren.
William Zabka, ahora quizá más protagonista que el propio Ralph Macchio, es un convincente Johnny Lawrence, un hombre al que aquella humillante derrota del primer episodio fílmico marcó su vida, pero que intenta rehacerse sin caer en los mismos errores que su mentor. Macchio, por cierto, sigue confirmando que debe tener algún pacto con el diablo, porque si cuando hizo Karate Kid tenía 24 años y aparentaba 16 como mucho, ahora tiene casi 60 y puede pasar por un hombre de 45... Buen trabajo en general del elenco interpretativo; si tuviéramos que citar a algunos de ellos en especial, lo haríamos con Courtney Henggeler, que interpreta a Amanda, la mujer de LaRusso, que aporta una interesante gama de matices a su personaje, y el jovencísimo de origen hispano (aunque nacido en L.A.) Xolo Maridueña, el Miguel de la serie, tan joven como carismático, al que auguramos un gran porvenir.
Como curiosidad, los creadores de la serie, Jon Hurwitz, Hayden Schlossberg y Josh Heald, han estado vinculados en el pasado a productos no precisamente extraordinarios (al menos desde un punto de vista artístico), como la saga de American Pie, #Sex Pact, Dos colgaos muy fumaos o Jacuzzi al pasado. Como se suele decir en estos casos: habrá que creer en la conversión de los pecadores...