ESTRENO EN NETFLIX.
Dentro del thriller, el subgénero que generalmente se suele denominar “true crime” o crimen verdadero tiene ya una larga tradición. Tan larga que podríamos recordar algunos venerables ejemplos del cine norteamericano clásico, como cuando Hitchcock se inspiró en un asesinato verdadero de los años veinte, que tuvo gran repercusión en su momento, para rodar La soga (1948), y ese mismo crimen lo utilizó años después Richard Fleischer en Impulso criminal (1959), ambas películas estupendas, e incluso muchos años después fue retomado el tema en la bastante más inferior Asesinato… 1-2-3 (2002), de Barbet Schroder. Eso por no recordar, como otro granado ejemplo de “true crime”, la magnífica serie televisiva de RTVE de los años ochenta (después hubo otras tandas de episodios en décadas posteriores), bajo el título genérico de La huella del crimen, con producción del gran Pedro Costa Musté.
Este El cuerpo en llamas se inscribe claramente en ese mismo segmento de “true crime”. De hecho, pone en imágenes, inspirándose en hechos reales (aunque también fantaseando en aquellas cosas que no están comprobadas), la verídica historia que se conoce popularmente como el “crimen de la guardia urbana”, ocurrido en 2017, cuando muy cerca del pantano de Foix, en la provincia de Barcelona, apareció un coche totalmente quemado y con un cadáver calcinado en su interior. El muerto resultó ser Pedro, un agente de la Guardia Urbana (que es como se llama en la ciudad de Barcelona la Policía Local); los Mossos d’Esquadra, cuerpo policial catalán encargado de la investigación, con la inspectora Ester Varona al frente, en principio no tiene pista alguna. La pareja del difunto, Rosa Peral, también agente de la Guardia Urbana, siembra dudas sobre la posibilidad de que haya sido su exmarido, Javi, a la sazón Mosso, con la que tiene una niña como de 7 años, imaginando un asesinato por celos, a pesar de que Javi ha rehecho su vida con otra mujer y es, aparentemente, feliz. Por otro lado, conocemos también a Albert López, compañero de Rosa en el mismo cuerpo policial, habiendo sido compañeros de patrulla durante varios años y, secretamente (aunque en el entorno profesional de Albert era algo conocido), también mantuvieron una relación sentimental intermitente, que iba y volvía, porque a su vez Rosa también tuvo un asunto amoroso con un superior jerárquico en otra comisaría, que se saldó con un traslado tras destaparse un sucio caso de revelación pública de imagen sexual explícita de la pareja. Pero la inspectora Varona recela de esa sombra de duda sobre Javi y empieza a poner el foco en Rosa y también en Albert…
Esta serie de 8 capítulos presenta el complejo caso del asesinato de un guardia urbano, al parecer, según sentencia judicial, a consecuencia del complot que para ello urdieron Rosa y Albert, cansada la primera de la forma de comportarse de Pedro, con el que llevaba algunos meses de relación pero que, según parece, tenía un comportamiento más bien explosivo. A partir de ahí, la serie nos irá presentando los hechos tal y como fueron descritos (y confirmados por el fallo mayoritario del jurado popular que lo juzgó) y, en los casos en los que no hay certeza documental probada, imaginando lo que pudo ocurrir. Es cierto que la serie apuesta bastante claramente porque la autora intelectual fue Rosa, que no sale demasiado bien parada, no tanto por sus muy diversas parejas, que podrían presentarla como persona promiscua (hoy día, eso, evidentemente, no tiene, o no debería tener mayor importancia), como por su frialdad y calculadas tácticas para, primero, derivar la posible culpa hacia su ex, con lo que, como supuestamente dijo Rosa, matarían “dos pájaros de un tiro”, y después, una vez ya destapada totalmente la autoría del crimen, denunciar a su cómplice y hacer ver que fue Albert el que, supuestamente, mató a Pedro y ella fue otra víctima más, en este caso incruenta.
Con independencia de que, como decimos, la serie parece apuntar mayormente hacia Rosa como “la mala” de la historia, El cuerpo en llamas es un producto audiovisual ciertamente atractivo, una historia que ya con los mimbres que manejaba (un tortuoso triángulo con dos hombres y una mujer, un crimen alevoso, una hábil forma de hacer desaparecer el cuerpo y, con ello, la prueba del delito) tenía un buen trecho ganado en la captación del interés del público, pero que después ha sido adecuadamente puesto en escena, fragmentando la historia de tal manera que vamos conociendo, a la manera de un rompecabezas, la vida de Rosa, también secundariamente la de Albert, y vamos viendo como los lazos entre ambos, que se atan y desatan varias veces a lo largo de la historia, son bastante más fuertes de lo que podría parecer, no era un simple encoñamiento de ambos, sino que, sin dejarlo traslucir, siquiera sin reconocerlo ni pública ni privadamente, ambos estaban secretamente enamorados, con independencia de que después, Rosa, tuviera otros amantes para satisfacer sus necesidades sexuales.
El cuerpo en llamas nos ha parecido una atractiva, entretenida y casi siempre intrigante historia, bien tratada por una creadora, Laura Sarmiento, que es una ya veterana guionista con títulos en su haber como Crematorio, Isabel, Carlos, Rey Emperador, y 14 de Abril. La República, con una puesta en escena que busca la elegancia, en una historia que va ganando en interés conforme van pasando los capítulos y el espectador puede ir completando el puzle de esta historia ciertamente sugestiva, un crimen verdadero en el que, con independencia del fallo judicial (20 años de cárcel para Albert, 25 para Rosa, por el agravante de parentesco, además de 885.000 euros de indemnización a los familiares de la víctima), se ponen de manifiesto las evidentes dudas que fueron patentes en el juicio: el propio hecho de que el cuerpo del asesinado estuviera en un estado tal que era imposible la autopsia hizo que no se pudiera saber a ciencia cierta ni cómo lo habían matado, ni con qué objeto, herramienta o arma, ni quién lo mato (puesto que las versiones de los dos acusados eran contradictorias, culpándose mutuamente del crimen). En este sentido, la serie apunta de forma bastante evidente, como hemos comentado antes, hacia Rosa como cerebro y mano que controló todo el proceso del asesinato. Esa visión sobre la guardia urbana como autora intelectual del crimen puede contrastarse con la que aparece en la TV-movie Las cintas de Rosa Peral, también en el catálogo de Netflix, en la que la propia guardia urbana da su particular versión de los hechos.
Con buena factura, llama la atención algunos recursos poco frecuentes en el audiovisual comercial, como poner en la voz de los personajes principales (Rosa, Albert, Pedro) los mensajes escritos que se escriben entre sí a través de WhatsApp o mensajerías instantáneas similares, un recurso que no es nuevo, ni mucho menos, pero sí es poco habitual en productos comerciales como éste, que no aspira, evidentemente, a hacer ningún tipo de experimentación en el lenguaje audiovisual.
Llama la atención que, a pesar del título El cuerpo en llamas (que juega con el doble sentido del asesinado quemado hasta la calcinación, pero se refiere también metafóricamente a las calores eróticas de Rosa y Albert, e incluso de Rosa con sus otras parejas a lo largo de la historia), las escenas de sexo no son muchas ni tampoco son demasiado subidas de tono, limitándose a los habituales coitos lógicamente simulados, tampoco sin demasiada exhibición de epidermis por parte de los amantes concernidos en cada caso. En este sentido, podría interpretarse esa cierta contención precisamente como una forma de no incurrir en la morbosidad que cabía esperar en una historia como esta, en la que palabras como ninfómana o promiscua asaltan inevitablemente al espectador medio a la vista de lo que se nos cuenta
Buen trabajo interpretativo en general, con una Úrsula Corberó en plan estrella tras su lanzamiento al estrellato por su personaje de Tokyo de La casa de papel. Corberó hace un trabajo muy matizado, teniendo en cuenta lo tortuoso del personaje de Rosa Peral. Algo menos entonado vemos a Quim Gutiérrez, al que como actor dramático no lo terminamos de ver, pareciéndonos mejor como cómico. Del resto nos quedamos con la siempre estupenda Eva Llorach, que interpreta a la inspectora de los Mossos que descubrió la intrincada maraña que compusieron entre Rosa y Albert para intentar ocultar su crimen, y, por supuesto, con el jerezano José Manuel Poga, quien nos regala otro personaje singular tras el increíble Gandía que componía para la mentada La casa de papel, uno de esos personajes que se hacen inolvidables.