Hawkins, un pueblecito ficticio de Indiana, en los años ochenta. Son los años de la presidencia de Ronald Reagan, no existe internet ni nadie imagina que alguna vez pueda existir algo así, y el mundo es totalmente analógico. En ese contexto, en el pueblecito empiezan a suceder cosas raras; la primera es la desaparición de Will, un niño como de 10 años, especialmente sensible, que vive con su hermano mayor, Jonathan, adolescente, y su madre, Joyce, divorciada. El sheriff, Jim Hopper, se involucra personalmente en el tema, al haber tenido en tiempos cierta relación sentimental con la madre. Todo el pueblo está revolucionado por este suceso. La madre empieza a percibir señas de que su hijo se quiere comunicar con ella, de que su desaparición tiene mucho de paranormal... Paralelamente, Ce, una extraña niña, aparece de repente, y el pequeño grupo de amigos de Will la acoge cuando se da cuenta de que la chica parece no saber nada, no conocer nada, como si hubiera estado toda su vida aislada del mundo... y además posee poderes extraños, como la telequinesis...
Así comienza la primera temporada de Stranger Things, una de las apuestas más populares del catálogo de Netflix de los últimos años. Creada por los hermanos Duffer, todavía insultantemente jóvenes y con escaso bagaje audiovisual anterior, juega con inteligencia con buena parte de los mitos del cine y la televisión de los años ochenta, pero también con algunos clásicos de la literatura infantil y juvenil. Así, es fácil rastrear las influencias u homenajes evidentes a clásicos del cine ochentero como Los goonies, E.T. el extraterrestre o Regreso al futuro, pero también está claro que hay bastante de mitos de la novelística “pulp” infantil como la serie de libros de Los cinco; otra de las evidentes influencias está en Stephen King y algunos de sus primeros relatos, desde Carrie a Ojos de fuego, pasando por Cuenta conmigo, un escritor que (incluso en las obras que escribe ahora, en el siglo XXI) es espiritualmente muy ochentero.
Voluntariamente autorreferencial, el serial de los Duffer Brothers, como aparecen en los créditos, ha puesto en pantalla cuando se escriben estas líneas un total de 3 temporadas, compuestas de 8, 9 y 8 episodios, respectivamente. En la primera temporada se establecen los personajes, se plantea la situación de la desaparición del chico, y a partir de ahí se van presentando los escenarios, fundamentalmente un microcosmos al que llaman “Del revés”, un universo oscuro, lóbrego y terrorífico de donde pugnan por salir seres enigmáticos y poco recomendables. Una supersecreta agencia entre lo científico y lo político también intenta llegar hasta ese submundo, para utilizar los poderes preternaturales que adivinan tienen esos seres en beneficio del poderío bélico del país.
En la segunda temporada el chico Will, ya recuperado para la sociedad, sin embargo se verá acosado por sueños y especie de vahídos en los que observa un gigantesco monstruo, el “azotamentes”, que pugna por invadirlo, controlarlo y convertirlo en su espía en el mundo normal. Los chicos que forman su pequeño grupo de “perdedores” (muy en la línea de la mirada de Stephen King), en el que ya se incluye a la chica telequinésica, Ce, pero también los adolescentes hermanos de estos, y los adultos como Joyce y el sheriff Hopper, tendrán que buscar la forma de acabar con esa posesión de Will y expulsar al “azotamentes” de nuestro mundo.
En la tercera temporada se establecen nuevos vínculos no solo amistosos, sino también amorosos, entre los niños, ya preadolescentes, como Mike y Ce; también hay tensión sexual no resuelta entre Joyce, la madre de Will, y Hopper, el sheriff. La historia comienza a ensombrecerse cuando se dan cuenta de que los rusos se han instalado en la localidad y están intentando abrir la grieta que se suponía habían conseguido cerrar en la temporada anterior, y que además el “azotamentes” sigue en el mundo real, no en el submundo del que procede, y está haciendo numerosos prosélitos. Todos ellos entonces tendrán que aparcar sus dulces cuitas amorosas o preamorosas para enfrentar al poderosísimo enemigo común.
Tiene Stranger things el encanto de su ambiente ochentero, pero no solo eso: es una hábil mezcla de aventura, terror “light”, suspense y, en pequeñas dosis, romanticismo, dando cancha a varias generaciones (niños, adolescentes, adultos) para llegar al máximo de públicos posibles, con una historia que, si bien no es el colmo de la originalidad, es cierto que está conjugada con astucia y maña, consiguiendo un producto sólido, bien construido, donde la mezcla de elementos fantásticos, románticos y de amistad está bien trenzada, con las adecuadas dosis de suspense e intriga para mantener la atención durante sus tres temporadas. Aunque se suele decir que la tercera temporada es inferior a las dos primeras, consideramos que eso no es así; en todo caso es más oscura, con un monstruo viscosamente polimorfo, y una cierta tendencia a la cháchara vacía en algunos momentos, especialmente entre los chicos preadolescentes y los dos adultos que quieren llegar a más, aunque ellos no lo saben todavía.
El conjunto es armonioso y atractivo. Por supuesto, no es una obra maestra de las series, ni pretende serlo. Funciona en tanto en cuanto su abigarrada mixtura de elementos se constituye en algo distinto a los originales de los que parte, una afortunada historia que hunde sus raíces en los mitos populares de los años ochenta, pero visto desde la perspectiva, un tanto descreída pero muy mitómana, de la segunda década del siglo XXI.
Cuando se escriben estas líneas está gestándose el proyecto de la cuarta temporada, cuyo comentario insertaremos en este texto en cuanto sea posible su visualización.
En el reparto los dos únicos nombres de renombre internacional son los de Winona Ryder y Matthew Modine (y, en menor medida, Sean Astin y Cary Elwes), aunque ambos, evidentemente, conocieron épocas mejores. El éxito de la serie, sin duda, los puede poner en órbita otra vez. El resto son actores poco conocidos, de trayectoria fundamentalmente televisiva, pero seguros y fiables, como David Harbour, que resulta ser un convincente sheriff alejado del prototipo del agente de la ley apolíneo y musculitos: con bastantes kilos de más, aporta a su personaje un tono de normalidad, de gente corriente, que se agradece. Los chicos actores son, en general, aceptables, destacando la chica que interpreta a Ce, Milly Bobby Brown, de un magnetismo evidente que la hace creíble en su personaje dotado de unos poderes sobrenaturales que ella no ha pedido y tiene que aprender a gestionar como buenamente puede.