21 gramos

El mexicano Alejandro González Iñárritu lleva camino de convertirse en leyenda. En 2000 llamó poderosamente la atención con su opera prima, Amores perros, tres historias cruzadas con canes y amores de por medio, un magnifico acercamiento a las obsesiones y miserias del ser humano en el siglo XXI.

Con su nuevo filme, 21 gramos, no baja en absoluto el nivel, sino que se atreve a ir más allá: aquí cuenta dos historias, de nuevo cruzadas, con un "leit motiv" sorprendente: un enfermo cardíaco terminal, rescatado por el trasplante de corazón de otro hombre muerto en accidente de tráfico (junto con sus dos niñas), se enamora de la viuda del donante y juntos conciben vengarse del homicida involuntario de su familia.

González Iñárritu se sirve de un magnífico guión del también mexicano Guillermo Arriaga, de narrativa minuciosamente fragmentada, de tal forma que el espectador ha de ir recomponiendo el puzzle de lo sucedido, fórmula que no resulta en absoluto superflua, sino que actúa incrementando la tensión argumental, la captación de la atención del público, que no puede ni quiere desentenderse de este filme percutante.

Junto a la trama argumental central conviven líneas que no sólo no distraen, sino que enriquecen el relato, adensándolo: la culpa como losa insoportable, el deseo de trascender más allá de la propia vida, el dolor por la desgracia sobrevenida que no tiene remedio... un mosaico extraordinariamente vívido, mezclando lo explícito (el momento de conocer la muerte de la familia) con lo sutil (la excepcional secuencia del accidente de tráfico), en una obra mayor, realizada por un cineasta hispano de talento inusual, en el seno de una cinematografía, la norteamericana, que sabe hacer suyos los genios ajenos.

Chapó, claro está, para los tres protagonistas: porque si Sean Penn está sublime, como suele, Benicio del Toro, en un papel tan complicado, no le va a la zaga, y no digamos Naomi Watts en una pasmosa composición, en el papel de la atribulada mujer escindida entre el amor que surge con el hombre que lleva en su pecho el corazón de su marido y la maldita convicción de que sólo la muerte del que llevó la desgracia a su vida podrá allegarle algún consuelo.

(05-02-2004)