He aquí una de las mejores películas de Frank Capra, un cineasta que durante mucho tiempo fue despreciado por la clase crítica que emergió a raíz de la Nouvelle Vague y otros “nuevos cines”, pero que hace años volvió a respetar lo que en otra época se tachó de bien intencionado y memo. Capra, su director, nació en Sicilia, emigró a Estados Unidos con su familia, e hizo de todo un poco antes de entrar en el mundo del cine, rodando su primer largometraje en 1928, con Tramp, tramp, tramp; el último fue Un gangster para un milagro, en 1961. En esos treinta y tres años, Capra dio al cine un puñado de obras del calibre de Sucedió una noche, El secreto de vivir, Vive como quieras, Caballero sin espada (una gozosa fábula sobre la honestidad y la bonhomía como virtudes imposibles para ejercer la política, con un James Stewart magistral), Arsénico por compasión (en la que Cary Grant, Peter Lorre y Raymond Massey hicieran una antológica composición, en una comedia negrísima), ¡Qué bello es vivir! y El estado de la Unión.
Apoyándose en la especial relevancia y honradez que definía invariablemente a Gary Cooper, Frank Capra trazó en Juan Nadie una impecable farsa sobre el americano medio y los bamboleos a que es sometido por el sistema, llámese político o económico, que hace literalmente lo que quiere de las masas. Pero uno de esos hombrecillos grises se revelará contra el sistema, contra el poder. No se trata de un film revolucionario, al menos no en el sentido marxista del término, pero sí lo es por cuanto propone la voluntad de ser uno mismo frente al Poder.
Película hermosa y diáfana en sus planteamientos, no evita sin embargo una amarga reflexión sobre la condición humana, una profunda meditación sobre el hombre que sojuzga al hombre.
Los protagonistas, Gary Cooper y Barbara Stanwyck, que ya fueron pareja artística en la celebrada Bola de fuego, están memorables. Junto a ellos, característicos de la talla de Walter Brennan, de quién se recuerda con placer films como El forastero, de William Wyler, también al lado de Cooper, con el que hizo una pareja de excelente química. La música es de Dimitri Tiomkin, tan habitual en las bandas sonoras de las películas del Oeste, en este caso en un género muy distinto.
(16-10-2007)
135'