Enrique Colmena

Ha muerto a los 91 años Jean-Luc Godard, probablemente uno de los cineastas más influyentes (seguramente a su pesar...) de los últimos setenta años. Con él se cierra también el ciclo vital de los directores que la Historia del Cine ha convenido en reunir bajo el calificativo de Nouvelle Vague, esa “nueva ola” que supuso uno de los movimientos cinematográficos más poderosos del siglo XX, rompiendo con las anquilosadas normas, los esclerotizados temas, las alambicadas estéticas del cine francés de los años cuarenta y cincuenta, pero no solo del cine francés, sino de cualesquiera otros (casi todos…) que se guiaran por las rígidas normas de un cinema anticuado.

Coetánea de otros movimientos y fenómenos culturales que trabajaban, quizá sin saberlo, por el cambio social a finales de los años cincuenta y primeros sesenta (Elvis, rock, Beatles, hippies, Rollings, Berkeley...), la Nouvelle Vague propició el surgimiento de otros movimientos nacionales similares (Free Cinema, Nuevo Cine Español, Cinema Novo Brasileiro, Nuevo Cine Alemán...).

Con la muerte de Godard ya no queda vivo ninguno de los originales integrantes de este grupo difuso, que nunca tuvo un patrón temático o estético más allá de su absoluta libertad a la hora de afrontar sus proyectos cinematográficos. Porque el cine de Jean-Luc Godard, de François Truffaut, de Eric Rohmer y de Claude Chabrol (que formaban algo así como la “delantera Stuka” del movimiento) nada tenía que ver entre sí, más allá de su absoluta libertad y ruptura con los viejos clichés establecidos en un cine antediluviano. Los cuatro fueron, de alguna manera, los “cuatro mosqueteros” de la Nouvelle Vague, los que al cinéfilo le salían de corrido cuando se hablaba de esta “nueva ola” francesa, aunque hubo otros ilustres miembros, sobre algunos de los cuales hay cierta controversia sobre si pueden, o no, incluirse dentro del movimiento. Estamos hablando fundamentalmente de Jacques Rivette, Alain Resnais, Louis Malle, Agnès Varda, Jacques Demy, Alain Robbe-Grillet, Pierre Kast y Jacques Doniol-Valcroze. Sobre algunos de ellos hay algo más que controversia, como es el caso de Malle. Por nuestra parte, si consideramos que la característica fundamental del movimiento fue precisamente la ruptura con un cine antiguo y academicista, nos parece que Malle, y todos los demás citados, cumplen holgadamente con ese requisito. Tras esta primera generación de la Nouvelle Vague, que empezó a rodar largometrajes de ficción a finales de los cincuenta y primeros de los sesenta, vino una segunda generación que haría lo propio a partir de la segunda mitad de esa década de los “sixties”, cineastas también de relieve como Jean Eustache, Maurice Pialat, Claude Miller, Jacques Doillon y André Téchiné, casi todos ellos muertos, salvo Doillon y Téchiné, que aún siguen en activo en sus carreras como directores.

Queremos decir que con la muerte de Godard se cierra físicamente la Nouvelle Vague, en el sentido de que ya no queda ninguno de sus fundadores, siendo Jean-Luc el último que resistía y que, quizá paradójicamente, ha muerto por suicidio asistido. Por supuesto, como se suele decir, nos queda el ingente “corpus” cinematográfico rodado por los cineastas citados, tanto los que podemos llamar de “pata negra” como los asociados entre los que hay alguna polémica sobre su inclusión en el movimiento, y también los de la segunda generación, y, sobre todo, nos queda el legado de que, con ellos, el cine cambió radicalmente, haciéndolo más moderno, menos empingorotado, más humano.

Godard, nacido en Paris en 1930 en una familia de origen suizo, obtuvo predicamento a partir de sus textos publicados en Cahiers du Cinema en los años cincuenta, la revista cinéfila por excelencia, para, a partir de mediados de esa década, comenzar a foguearse en la práctica del cine a través de varios cortometrajes. Su primer largo, À bout de soufflé (en España Al final de la escapada, 1960) le sitúa de inmediato en la cima de un nuevo cine que pronto sería conocido, junto a las primeras pelis de Truffaut (Los 400 golpes), Rohmer (El signo del león) y Chabrol (El bello Sergio), como la Nouvelle Vague, la Nueva Ola.

Lo cierto es que, si tuviéramos que hablar de una edad de oro godardiana, esa sería la etapa que va de 1960 a 1968: en ese tiempo se suceden los títulos rompedores, libres (dentro de lo que cabe: la censura no era en esa época cosa solo de la España franquista, por supuesto). Así, Godard rueda El soldadito, Una mujer es una mujer, Vivir su vida, El desprecio, Banda aparte, La mujer casada, Lemmy contra Alphaville, Pierrot el loco, Masculino Femenino, Made in USA, La chinoise, Weekend… a partir de 1968, muy influido por los sucesos del Mayo Francés, Godard se integra en un grupo de cineastas de izquierdas que se autodenominará Dziga Vertov, como el famoso director documentalista soviético, y que hará cine de forma colectiva, generalmente con escasísima repercusión comercial, popular y crítica. Extremadamente ideologizado en aquella etapa, Godard no volverá a hacer cine digamos estándar hasta 1980 con Sauve qui peut (la vie), a la que seguirán, intermitentemente, otros largometrajes más o menos al uso hasta el final de su carrera, como Nombre: Carmen, Yo te saludo, María (que tuvo una fuerte contestación en sectores católicos ultras), Detective, Nueva Ola, Elogio del amor, Nuestra música, Film socialismo y Adiós al lenguaje, que, en 2014, cierra su filmografía más o menos estándar, aunque durante todo ese tiempo hizo también otro tipo de audiovisuales más experimentales en todos los sentidos.

Su cine, tanto el de su primera época, la que le dio fama y prestigio, como la segunda, tras abandonar el experimento de Dziga Vertov, se caracterizó por su radical libertad, pero también por una constante indagación creativa: el cine de Godard nunca fue acomodaticio, siempre buscó nuevas formas de expresión, siempre tuvo un aliento puramente artístico, pero también filosófico e iconoclasta, además de, con frecuencia, un fuerte contenido político y social.

El cine de hoy no se entendería sin el cambio en la sintaxis cinematográfica que propuso Godard en sus primeras películas: el montaje entrecortado de algunas de las escenas de À bout de soufflé nos parece algo parecido a la revelación casi prometeica que propició Picasso con Las señoritas de Aviñón, una nueva forma de encarar el cine, más osada, menos encorsetada, mucho más libre. Sus teorías cinematográficas, con frecuencia colindantes con la provocación (su famoso “el trávelin es una cuestión moral”, por ejemplo), también supuso un cambio radical en la forma de afrontar el llamado Séptimo Arte.

Adiós a Godard: no formamos parte de la legión que le adoraba incondicionalmente, pero sí de la que le considera, con Griffith, con Eisenstein, con Welles, uno de los indiscutibles creadores del lenguaje cinematográfico a lo largo del siglo y cuarto de existencia del Cine.

Ilustración: Una imagen tomada durante el rodaje de À bout de soufflé (1960), con Jean-Luc Godard y sus intérpretes, Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg.