Rafael Utrera Macías

En capítulos precedentes, hemos ofrecido un artículo sobre la autobiografía del arquitecto-cineasta Juan Sebastián Bollaín, “Memoría”, junto a otro donde se comentaba su serie para televisión Dime una mentira, al tiempo que rescatábamos un texto de autor sobre el mediometraje La Alameda. En este III capítulo, revisamos su largometraje Belmonte, junto a la crítica de otros títulos suyos o referidos a él, Las dos orillas, La eficacia de la utopía; del mismo modo, anotamos las direcciones de internet donde se puede ver buena parte de la filmografía del cineasta.


Belmonte, largometraje

Belmonte se compone de dos bloques bien diferenciados: el nacimiento del joven trianero al mundo de la tauromaquia -contextualizado en su humilde entorno social- hasta su triunfo en los ruedos y, tras drástica elipsis, la serena vejez que precede al suicidio. No estamos ante una película de toros al uso, aunque, obviamente, no se haya prescindido de corridas gloriosas, Joselito de testigo, como de tardes de miedo; al realizador le interesó, sobre todo, la llamativa personalidad del “pasmo de Triana”; este factor se desarrolla en una síntesis biográfica donde queda de manifiesto el carácter rompedor de su tauromaquia, sus desvelos con las mujeres y su amistad con los intelectuales. Las dos distintas etapas de tan singular personaje fueron interpretadas con acierto por Achero Mañas y Lautaro Murúa -Belmonte joven y viejo respectivamente-.

En la Sevilla de 1913, un chaval de aspecto tímido y físico enclenque, Juan, trata de sorprender a sus colegas arrimándose a las vacas y asaltando los cercados para darle unos pases a los mejores toros de la manada. El viejo torero Calderón pone los ojos en las maneras del muchacho y trata de buscarle un hueco en el difícil mundo de la tauromaquia.

Por otra parte, el joven conoce a una mujer y se enamora apasionadamente de ella, aunque esté casada; la correspondencia sentimental da paso a jornadas donde el sexo impone su ley, pero el amor también.

El fracaso en el coso sevillano le devuelve a la condición de jornalero y a las “cornás que da el hambre”. Calderón no ceja en su empeño y le restablece la fe en sí mismo para que retorne al encuentro con el toro. Ahora se produce el esperado triunfo y Juan, Juan Belmonte, es ya un nombre en el mundo de la tauromaquia. Desde este momento, su enemigo no es el toro sino Joselito, el rival más grande que en ese momento puede tener. Se enfrentan así, en la plaza madrileña y en histórico mano a mano, la técnica impecable de José y el arte genuino de Juan. Admirado por los aficionados, aclamado por el pueblo, reconocido por los intelectuales, combina la pasión por la vida frente al aburrimiento profesional. Los amores y amoríos le convierten en padre de su amor juvenil, en esposo de la mujer que ha conocido en su gira sudamericana. La muerte de Joselito en la plaza de Talavera de la Reina le deja sin rival posible.

Una ruptura temporal nos sitúa en el año 1962. Juan Belmonte es un anciano de 70 años que teme, por encima de cualquier otra cosa, a la decrepitud, a la vejez, a no poder subirse a un caballo. La juventud de su compañera y el desafío a los morlacos en el campo le mantienen el ánimo durante algún tiempo. Un anochecer cualquiera se dispara un tiro... Las imágenes verdaderas de su entierro se funden con los títulos de crédito de la película Belmonte.

La pantalla parece decir, tal como Gerardo Diego escribió en su “Oración”: “Todo el ruedo se ha abierto en horizonte. Y cómo alanceaba y qué armonía. Apiádate, Señor, de Juan Belmonte”.

Desde el punto de vista de la producción, es película de interés para comprobar cómo “Maestranza Films” y su productor, Antonio P. Pérez, sortearon obstáculos e intentaron resolver los problemas que planteaba hacer una película en la tierra donde Belmonte fue un mito. Aunque la película no es de toros, sino de toreros, no impidió ofrecer específicas escenas taurinas asesoradas por el torero Manolo Vázquez. Por otra parte, la contribución francesa por medio de un productor asociado permitió contar con el compositor Antoine Duhamel para escribir y dirigir la música de la banda sonora.

En su “Memoría” (pág. 418), Bollaín hace duro examen de conciencia acerca de la valoración de su película de la siguiente manera: “…una película que pudo haber sido y no fue (…) Sí, fracasó. Primera causa: mi padre… En la película falta, en primer lugar, la parte canalla del mito. Me escondió a la mujer que conocía más que nadie sus miserias… Enriqueta… (…) Hay otra carencia grave en la película: la infancia. No cabe en el largometraje”.

Años después, un amigo, productor de cine, le ofreció hacer “Belmonte” como serie de televisión; rehízo el guion, estructuró los contenidos, incorporó a imprescindible personaje femenino… hasta hoy.


Juan Sebastián Bollaín en Criticalia:

Crítica de
Las dos orillas. Rafael Utrera Macías
(…)
Pero más allá de su faceta industrial, Las dos orillas es una desenfadada película en la que la personalidad y los gustos del arquitecto-cineasta Bollaín se hacen palpables y evidentes. Como toda "ópera prima", condensa una multiplicidad de facetas que pertenecen al bagaje cultural y artístico del autor; además, el protagonista principal es una especie de "alter ego" del realizador donde la debida ficcionalización ha operado las transformaciones pertinentes; para mayor evidencia, ahí está esa curiosa proliferación de apellidos Bollaín, de Felipe, de Icíar, de Marina, que ni siquiera modifican sus nombres desde la realidad familiar al imaginativo guion. La cinefilia del realizador se  constata desde los primeros planos; las secuencias de "Johnny Guitar", el clásico western de Nicholas Ray, ponen imagen y música de partida; los juegos adolescentes del niño y la muchacha se sirven de un  sistema  de transparencias donde la ilusión del  desierto se vive desde el pedaleo de la bicicleta; buena parte de la realidad mostrada se hace por medio de filmaciones televisivas que convierten la película en un "lenguaje de imágenes sobre  imágenes". Leer más…


Crítica de
Juan Sebastián Bollaín: La eficacia de la utopía. Enrique Colmena
(…)
Obra madura y necesaria, Juan Sebastián Bollaín: La eficacia de la utopía (cuyo título, como cuenta el propio director, Raúl Arteaga, recuerda una famosa sentencia de André Breton) refleja cómo un hombre de una capacidad creativa tan desbordante como JSB, sin embargo, no ha podido realizar una filmografía profesional que hubiera llegado a todo tipo de públicos. Quizá el carácter de su cine se lo impedía: los visionarios, los que se anticipan, los que crean ex nihilo, los que ven de otra manera libre y desprejuiciada, los que se ponen el mundo por montera, ciertamente lo tienen crudo si quieren triunfar bajo las pautas que este mundo demanda: vanidad, superficialidad, elementalidad. Leer más…
    

Dónde ver en internet la filmografía de Bollaín:

http://plat.tv (Plataforma de difusión e investigación audiovisual)
       
La Alameda
La música callada (I, II, III, XII)
Un encuentro (TV)
Sevilla 2030
Dime una mentira
Dime una mentira (TV)
Las dos orillas
C.A. Un enigma del futuro
La ciudad es el recuerdo
Sevilla en tres niveles
Sevilla rota
Sevilla tuvo que ser

19 Festival de Sevilla. Esto es Cine europeo. Juan Sebastián Bollaín.
Cortos de Juventud:
    Este es mi hijo muy amado
    Este perro colegio
    Mis guardas
    No
    Una habitación llena de humo

    Nervión Plaza. Sala 11. Viernes, 11, noviembre, 2022. 20 horas

Sobre Juan Sebastián Bollaín

    Ensayo: Julio Pollino Tamayo: Bollaín, un director heterodoxo.
En la red y en plat.tv
    Libro: Miguel Olid: “Belmonte. La película al desnudo”. Maestranza Films.
Sevilla. 1995. 127 págs.   


Ilustración: Cartel de la película Belmonte, de Juan Sebastián Bollaín.