Enrique Colmena

El pasado 5 de Abril tuvo lugar, en la sede de la Fundación Cajasol de Sevilla, en un acto organizado por el veterano Cineclub Vida, la presentación de la película La última toma (2018), documental sobre el cineasta Claudio Guerin Hill (en adelante podremos denominarlo también con su acrónimo CGH), nacido en Sevilla en 1938 y muerto en la localidad coruñesa de Noya en 1973 durante el rodaje de la última escena de su segundo largometraje en solitario, La campana del infierno (1973).

Como notable singularidad del mentado evento del Cineclub Vida, a la par que se hizo la presentación (con la posterior proyección del film de Ponce y ulterior debate sobre el mismo), se contó con la presencia del catedrático Rafael Utrera Macías, quien hizo una glosa sobre Claudio y también sobre su propio libro Claudio Guerin Hill. Obra Audiovisual, del que Ponce parte en su película, iniciándose esta precisamente con un cartel que indica que el volumen se ha tomado como guía para la realización del documental.

Este evento singular, en el que no solo se presentó, proyectó y debatió la película, sino que contó además con la persona, Rafael Utrera, que puso los cimientos del film con su libro, casi treinta años atrás, y habló largo y tendido sobre el cineasta sevillano, al que conoció, nos da pie a hablar en este artículo de ambas obras, el libro de Utrera y la película de Ponce.


Por otro lado, para un mejor conocimiento de la obra de Guerin, recomendamos encarecidamente la lectura del artículo del que es autor el profesor Utrera, titulado La campana del infierno dobla por Claudio Guerin, publicado en Criticalia el 15-02-2013, con motivo del cuadragésimo aniversario del fallecimiento del cineasta.


El libro de Rafael Utrera

El volumen Claudio Guerin Hill. Obra audiovisual fue publicado en 1991 por la Universidad de Sevilla. Se extiende a lo largo de 351 páginas de texto, con una elegante portada en color ocre pespunteada en su parte izquierda por un a modo de tira de celuloide en cuyos cuadros, calados en la tapa dura de la portada, se podían apreciar varias imágenes de Claudio en distintos momentos de su vida, fotografías que figuraban en la primera página del libro y que, a través de esos cuadros calados, se podían ver también en la citada portada.

Tras los “Agradecimientos” de rigor, el libro se articula en seis grandes capítulos. En el primero, titulado “Introducción”, se explica el “Planteamiento” que se había seguido para estructurar el volumen, citando a varios autores a modo de “auctoritas” (Santos Zunzunegui, Christian Metz, Ángel Luis Hueso, entre otros) para fijar las pautas del estudio pormenorizado y exhaustivo de la obra gueriniana. Esa “Introducción” se completará con la “Catalogación General de la Obra de Claudio Guerin Hill”, que estructura en siete apartados, atendiendo a los formatos, los sistemas de grabación o filmación y los medios audiovisuales o dramáticos, toda la carrera de Claudio, desde sus rodajes cinematográficos (incluyendo cortos y largometrajes, tanto para cine como para televisión), grabaciones videográficas, documentales para televisión, etcétera, incluyendo la única teatral que dirigió, Un delicado equilibrio, en 1969. Cierra la introducción una “Síntesis. Guía de lectura”, que sitúa la vida y la obra gueriniana haciendo un recorrido por su formación, tanto colegial como universitaria, historiando su carrera en las diversas facetas en las que la acometió, desde realizador de televisión a director de cine fundamentalmente industrial.

El segundo capítulo del libro se titula “La formación de Claudio Guerin Hill en su contexto socio-cultural y profesional”, y en él se detallan exhaustivamente las distintas fases en la vida y la obra de Claudio, desde la primera, con su nacimiento en Sevilla, hasta el traslado de la familia, cuando el pequeño Guerin Hill tiene 8 años, a la vecina localidad de Alcalá de Guadaira, donde cursará estudios primarios y secundarios. La legendaria exhaustividad y meticulosidad de Rafael Utrera hace que reproduzca en el libro, a modo de facsímil, documentos tales como el certificado de nacimiento y la partida de bautismo. En la localidad panadera el entonces adolescente y joven se iniciará en la radiofonía en la emisora parroquial, su primer contacto con el mundo de la cultura. En 1958 los Guerin Hill vuelven a vivir en Sevilla, donde cursa estudios universitarios y empieza a interesarse por el mundo del cine a través de cineclubs. Refiere Utrera la decisiva entrada de CGH en Radio Vida y el Cineclub Vida, en los que se forjará definitivamente su vocación cinematográfica. La segunda etapa en la vida de Claudio se desarrollará a partir de su traslado en 1961 a Madrid, para ingresar en el entonces llamado Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (germen de lo que sería poco después la famosa Escuela Oficial de Cinematografía, EOC), colaborando activamente en la revista Nuestro Cine, adversaria de la oficialista, católica y conservadora Film Ideal. En la EOC, Claudio se graduará con el corto Luciano (1964). También narra Utrera la no menos decisiva entrada de Guerin en Televisión Española, en 1966, donde podrá realizar una obra sin duda brillante, atractiva y distinta, quizá lo mejor de su carrera, y sin duda también de lo mejor que se hacía entonces en televisión en España. Todos estos eventos en la vida personal y profesional de Claudio están incardinados por Utrera en sus respectivos contextos históricos, políticos y sociales de la España de Franco que le tocó vivir. El capítulo se cierra con un detallado informe de las circunstancias acontecidas en el accidente que costó la vida al cineasta mientras rodaba los últimos planos de La campana del infierno, en lo alto de la iglesia de Noya.

El tercer capítulo desgrana exhaustivamente la obra audiovisual de Guerin Hill, pero también sus inicios, con inéditos poéticos y obra periodística y radiofónica (incluyendo sus críticas de cine), realizando después un detalle pormenorizado de cada una de sus obras audiovisuales, tanto en su etapa “amateur” como en la universitaria y en la profesional, tanto televisivas como cinematográficas, de cine y televisión “cultos”, y también de cine industrial.

Un cuarto capítulo detallará, pormenorizadamente, las fichas técnicas y artísticas de toda la producción gueriniana, desde su corto de graduación, Luciano, hasta su obra póstuma, la mentada La campana del infierno. El quinto capítulo, titulado “Biibliografía. Hemerografía”, relacionará los textos que Utrera utilizó para la elaboración de su trabajo, tanto de carácter técnico, lingüístico e historiográfico, como relativos a la vida y obra del biografiado. Un sexto apartado, “Apéndices”, nos permitirá tener acceso a la única entrevista publicada que se conserva con Claudio, realizada por Fernando Lara (eminente crítico e historiador cinematográfico español, director de la quizá mejor etapa de la Seminci de Valladolid) y Diego Galán (con iguales galones, cambiando el certamen vallisoletano por el Festival de Cine de San Sebastián que dirigió durante varios años, y que ha fallecido recientemente) en la entonces pujante revista Triunfo, buque insignia de la cultura izquierdista en la España de los años sesenta y setenta; una entrevista exquisita, de altura, que evidencia, por si su obra no fuera lo suficientemente clara en este sentido, la solidez intelectual de Claudio Guerin Hill. Una “evocación” del cineasta a los diez años de su muerte, de la que era autor el llorado crítico Ángel Fernández Santos, y un “testimonio” del ahora retirado cineasta Manuel Gutiérrez Aragón sobre su relación con CGH, cerraban un volumen ciertamente imprescindible, una obra sin fisuras que nos permite conocer al dedillo cuanto era y es posible saber de una personalidad como Claudio Guerin Hill.


La película de Jesús Ponce

Como queda dicho, La última toma se inicia (al margen de los créditos de las entidades coproductoras) con un rótulo que indica “El libro de Rafael Utrera Macías Claudio Guerin Hill. Obra audiovisual, publicado por la Universidad de Sevilla, se ha tomado como guía de este documental”. Por supuesto, aunque eso es así, parece evidente que el lenguaje cinematográfico es distinto del literario, por lo que Ponce, como director, utiliza el exhaustivo material informativo que proporciona el volumen utreriano para contarnos la vida, la obra y la muerte de Claudio Guerin, pero utilizando como vehículo, fundamentalmente, una serie de entrevistas de personas que conocieron al cineasta sevillano; así, estarán entre los entrevistados el propio Rafael Utrera, que narra su experiencia como investigador durante los años en los que estuvo acopiando información sobre CGH, que plasmaría posteriormente en el volumen publicado por la Universidad de Sevilla; el crítico sevillano Francisco Casado, que fue compañero de colegio de Claudio en Alcalá de Guadaira y compartió posteriormente con él las labores de crítico de cine en Radio Vida; compañeros de profesión, como los cineastas Juan Antonio Porto y José Luis Egea (este fue codirector, junto a Víctor Erice y CGH, del film de episodios Los desafíos), pasando por técnicos, como el director de fotografía Fernando Arribas, la montadora Julia Juaniz y el guionista Miguel Rubio; y actores y actrices que habían trabajado con Guerin Hill, como Emilio Gutiérrez Caba (presente en el Hamlet que Claudio dirigió en el televisivo Estudio 1), Lucía Bosé (protagonista de su primer largometraje comercial en solitario, La casa de las palomas), Maribel Martín (trabajó para Claudio tanto en el Estudio 1 de Hamlet como en La campana del infierno), José Carabias (coincidió con CGH en el mentado Hamlet televisivo) y Juan Diego (actuó en el catódico El retablo de las mocedades del Cid, a las órdenes de Guerin).

Fiel a la utilización de un lenguaje genuinamente audiovisual, Ponce estructura su película como una aproximación a la figura de Claudio a través de las personas que lo conocieron más cercanamente en los años de su formación y en sus tiempos ya de profesional, a través de las entrevistas que va dosificando y fraccionando a través de un inteligente montaje que va desgranando datos, señas e indicios de la vida y la obra del cineasta sevillano, conformando a lo largo de la película el retrato de este hombre treintañero, reservado e introvertido pero de desmesurado talento para las artes audiovisuales.

Comienza el film con una imagen blanca que, abriendo el plano, nos muestra la pantalla que se prepara en Noya, en la Plaza Mayor del pueblo donde murió Claudio, en la que se prepara la proyección para los lugareños de La campana del infierno. El film de Ponce continúa en la sala de montaje, donde veremos algunas de las intervenciones de los entrevistados que sitúan al personaje biografiado. Con locución del propio Ponce, a ratos sustituido por otra voz que (se lo dijimos “in situ” al propio Jesús) descuadra un tanto, escindiendo innecesariamente al narrador, la película va avanzando y presentando a las diversas personas que tuvieron una relación personal o profesional con Claudio, a través de las cuales vamos conociendo mejor a esta personalidad atribulada, un cineasta extremadamente meticuloso y perfeccionista hasta el cansancio, que buscó hacerse un hueco en la industria para después rodar el cine que realmente quería.

Con amenidad, con rigor, jugando con las entrevistas, los lugares guerinianos, la mirada hacia atrás sobre su infancia y juventud en Alcalá, y algunas escogidas escenas de los films de CGH (incluso con algunos inéditos de La casa de las palomas), la película de Ponce avanza hacia su tramo final, que se centra en Noya y habla de los momentos cruciales del accidente que costó la vida a Claudio aquel infausto 16 de febrero de 1973, cuando se rodaban, en lo alto de la iglesia parroquial del pueblo, los últimos planos de La campana del infierno. Asistiremos a la proyección actual “ad hoc” de esa película en el mismo lugar donde el propio Claudio murió, cerrando con ello el círculo abierto en la fecha de su muerte, permitiendo con ello que los paisanos del pueblo asistieran, en el lugar de autos, al visionado de la obra que se imaginó y se rodó en aquellos mismos parajes, más de cuatro décadas atrás.

En su parte final, Ponce dota al film de un cierto aura de misterio, acorde con las extrañas circunstancias de aquella muerte, mientras los testigos del accidente van narrando sus impresiones de lo que aconteció, y las personas que lo conocieron relatan cómo recibieron la fatal noticia.

La última toma es, entonces, un estimulante y necesario acercamiento hacia una figura precozmente malograda de la televisión y el cine español, un director, Claudio Guerin Hill, que podría haber dado, sin duda, grandes momentos al audiovisual de nuestro país, un cineasta de raza, creativo, perfeccionista, cultísimo. Su muerte, a los 34 años, fue, además de, lógicamente, una tragedia personal, también una tragedia para el arte y la cultura españolas.



Para ver en YouTube las siguientes obras de Claudio Guerin en TVE, pinchar en sus títulos:


--Hamlet


--Ricardo III



Ilustración: Una imagen del rodaje de La última toma, con plano/contraplano de Lucía Bosé y Jesús Ponce.