Enrique Colmena

Desde la instauración de la democracia en España, y la asunción por parte de Euskadi de la autonomía plena a partir de 1980 con la aprobación mediante referéndum del Estatuto de Guernica, el cine vasco también ha echado la mirada atrás, tanto para hablar de su propia Historia como de los mitos y leyendas ancestrales de la tierra; a veces, como veremos, aparecerán incluso ambos temas a la vez, aunque en principio pudieran parecer antitéticos.


La Edad Media, la Edad Moderna

Curiosamente, la primera vez que el cine vasco se asoma a su propia Historia será para poner en pantalla una aventura ciertamente curiosa y más que peculiar, por lo demás bien documentada. Con La conquista de Albania (1983), una de de las primeras películas vascas (de la época de La muerte de Mikel y Akelarre, que supusieron la primera oleada de cine euskaldún, aunque todavía hablado solo en castellano), el madrileño Alfonso Ungría puso en imágenes una historia real, acontecida en el siglo XIV, cuando un noble navarro de la época concibe la idea de viajar hasta Albania, en la otra punta del Mediterráneo, para reclamar la propiedad del país invocando razones de matrimonio. Ambientada en una época en la que el Reino de Navarra era todavía soberano (la corona de Navarra no se unió al Reino de España hasta bien entrado el siglo XVI), la película buscó el gran espectáculo, con la llamada Compañía Navarra reclutada para semejante empeño de locos, conquistar un país a miles de kilómetros de casa, combinando esa espectacularidad con historias más íntimas y personales. El film, sin embargo, no concitó el apoyo del público ni de la crítica.

En un tono no demasiado lejano, Viento de cólera (1988), de Pedro de la Sota, cineasta nacido en Argentina en una familia de exiliados vascos, explora la aventura y la acción en un contexto cuasi medieval, con el hijo bastardo de un noble navarro que, desertor del Ejército de Indias de la Corona de Castilla, llega al Valle del Baztán a reclamar lo que reputa como suyo, aunque el actual propietario de tierras y riquezas no estará por la labor... Film que buscaba hacer un cine comercial jugando la baza de la espectacularidad y la acción, además de los hermosos paisajes navarros, naufragó por una realización poco afortunada, a pesar de contar en la interpretación con nombres de relumbrón nacional, como Juan Echanove (en un, para él, inusual papel de villano) y Aitana Sánchez-Gijón.

El bilbaíno Pedro Olea, uno de los más interesantes cineastas españoles de los años setenta, en películas como El bosque del lobo, Tormento y Un hombre llamado Flor de Otoño, se apunta en los ochenta al cine vasco con Akelarre (1984), acercamiento al fenómeno de la Inquisición, ambientando su historia en el siglo XVII en la Navarra que había perdido el siglo anterior su independencia; en ese contexto, veremos la represión de los inquisidores sobre los naturales del terreno, buscando “purificar” a los habitantes de los posibles seguidores de Satán, en una película que, ciertamente, no interesó a casi nadie, maniquea y escasamente sutil, con un José Luis López Vázquez interpretando al melifluo inquisidor español que torturaba vascos...

Curiosamente, ese mismo asunto será tratado por un film homónimo rodado en el siglo XXI, Akelarre (2020), dirigido por Pablo Agüero, aunque es cierto que hacia su mitad la película toma un camino inesperado, haciendo que el juez inquisidor, un tipo en el que se dan todas las represiones sexuales, sea emboscado carnalmente por las supuestas brujas que lo manejarán a su antojo para sus intereses: tal cambio de concepto es muy interesante, y donde en el anterior film de igual título sólo había víctimas torturadas, inocentes mártires, etcétera..., ahora nos encontraremos con un grupo de inteligentes chicas que saben utilizar su cuerpo para su liberación, con una escena final ciertamente notable y, literalmente, fantástica...


Las Guerras Carlistas

Las guerras carlistas forman parte indisoluble de la Historia de Euskadi. De hecho, hay posturas entre los historiadores que vienen a decir que en ellas se inicia el componente violento del llamado “conflicto vasco”, y que el terrorismo de ETA no dejó de ser, en su momento, como una libérrima continuación de aquellas viejas guerras del siglo XIX. Lógicamente, esas conflagraciones carlistas han tenido también su presencia, mayor o menor, en el cine vasco de la democracia. Así, el tolosarra José María Tuduri afronta con Crónica de la Guerra Carlista (1988) una de las primeras aproximaciones a esos sucesos bélicos que tuvieron su origen en la no asunción por parte de Carlos María Isidro, hermano menor de Fernando VII, de la abolición de la Ley Sálica mediante la Pragmática Sanción, lo que en la práctica le dejó sin trono en favor de su sobrina Isabel, que reinaría con el ordinal II. Tuduri plantea su película como un docu-ficción, utilizando por un lado material documental como grabados, fotografías y periódicos de la época, y por otra parte recreando algunos momentos culminantes de ese conflicto bélico, utilizando a un ficticio partidario de cada bando para hacer avanzar la historia; sin embargo, la evidente escasez de recursos, económicos y fílmicos, hizo que el resultado fuera deficiente. El mismo Tuduri, ya con más medios y mejor tino, afrontará la biografía de un sacerdote vasco que se hizo famoso por acaudillar con notable crueldad a las tropas carlistas en Santa Cruz, el cura guerrillero (1991), donde se permitía incluso algunas escenas de masas razonablemente bien resueltas.

Las guerras carlistas serán el telón de fondo cronológico de parte de la trama de Vacas (1991), el afortunado debut en la dirección del donostiarra Julio Medem, ya citado en este serial de artículos, que posteriormente tendría una carrera de ámbito nacional. Aquel su primer film era un ambicioso drama que se extendía a lo largo de varias generaciones, con familias secularmente enfrentadas, en una bronca historia de tragedia y muerte.


El fundador del nacionalismo vasco moderno

Como cabía suponer, el audiovisual vasco no ha dejado de glosar la vida de Sabino Arana, considerado el fundador del nacionalismo vasco moderno, a través de sus escritos y de la creación del Partido Nacionalista Vasco (Eusko Alderdi Jeltzalea), piedra angular del abertzalismo moderado en el solar vascongado. Varios han sido los proyectos que se han puesto en marcha para llevar a la pantalla la figura del fundador del PNV; el más tempranero será precisamente el comandando por Pedro de la Sota, ya mencionado, que rueda Sabino Arana (1980), que sin embargo tuvo escasa repercusión. Ya entrado el siglo XXI, Javier Santamaría rueda el documental Sabino Arana, Dios, Patria, Fueros y Rey (2005), para la productora Aerofilm TV. En Sabin (2011), TV-movie grabada para la Euskal TeleBista (aunque tardó 4 años en emitirla...), aparece la figura del Padre de la Patria Vasca con los rasgos del actor y periodista Asier Hormaza, en una película para televisión dirigida por Patxi Barko.

Y, por fin, la película Sabino Aranaren Begiak (literalmente, “los ojos de Sabino Arana”, 2018), producido también por la ETB, es un documental que mezcla las entrevistas a historiadores y etnógrafos con imágenes de ficción que recrean momentos de la vida de Arana, además de contarnos la operación dirigida en 1937 por el histórico dirigente Juan de Ajuriaguerra para salvaguardar los restos del fundador ante el avance en el norte de las tropas de Franco.


La Guerra Civil. El franquismo

Uno de los más lacerantes momentos históricos de Euskadi ha sido, sin duda, el bombardeo aéreo por parte de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana de la emblemática población de Guernica, donde se radica el famoso árbol que es símbolo del pueblo vasco. Esa masacre ha sido llevada a la gran pantalla al menos en dos ocasiones por el cine vasco (aparte de, por supuesto, otras producciones foráneas realizadas sobre el tema); la primera es A los cuatro vientos (Lauaxeta) (1987), con dirección de José Antonio Zorrilla y con Xabier Elorriaga en el papel protagonista, el poeta conocido como Lauaxeta, también a la sazón oficial de los “gudaris” vascos, un film sin embargo poco distinguido aunque se toca tangencialmente el ignominioso bombardeo nazi. Y Gernika (2016), dirigida por Koldo Serra, que sí se centra en ese triste episodio histórico, buscando la internacionalidad con un reparto cosmopolita, pero con una historia de ficción escasamente creíble y una realización rutinaria y poco creativa.

La Guerra Civil Española (en realidad, las carlistas también lo fueron, por supuesto), aparte del bombardeo de Guernica, aparecerá en La buena nueva (2008), largometraje de ficción dirigido por la navarra Helena Taberna, en el que el cura de un pueblo en Euskadi habrá de enfrentarse con los sublevados en 1936 y sus intenciones de acabar con todo el que no comulgue con sus ideas. 


En cuanto a la postguerra, encontramos diversas propuestas de muy diversa tipo y fortuna. Así, la sorda guerra de los maquis será llevada a la pantalla con abundantes medios por Montxo Armendáriz en Silencio roto (2001), ambientada a mediados de los años cuarenta, con historia de amor entre una chica y un muchacho adscrito a la resistencia antifranquista. También durante la postguerra está ambientada Estrellas que alcanzar  (Izarren argia, 2010), con dirección de Mikel Rueda, sobre una estrategia del régimen franquista que posteriormente han utilizado otras dictaduras, como la argentina, la separación de los hijos de sus madres para darlos en adopción a adeptos a su causa, en un film tan bienintencionado como, nos tememos, fallido.


Y ya en los últimos tiempos del franquismo se ambienta La máquina de pintar nubes (2010), con dirección de Aitor Mazo y Patxo Tellería, que tiene la situación política más como fondo, como paisaje, que como protagonista de un film de corte más íntimo.


El siglo XX

Francia será el principal coproductor, en comandita con el histórico productor vasco Ángel Amigo, del ambicioso documental Euskadi, hors d'État (1984), con dirección del norteamericano Arthur MacCaig, un hombre cuya carrera filmográfica está muy apegada a conflictos territoriales, y en especial a Irlanda, pero también, aquí, al País Vasco. El documental buscaba presentar en pantalla una aproximación a la Historia vasca del siglo XX, con sucesos tales como la Segunda República Española y el estatuto de autonomía de la época, la guerra civil, la dura represión de la postguerra, el advenimiento de la democracia a España y la promulgación del Estatuto de Guernica, entre otros muchos; aparecen entrevistados diversos protagonistas, prominentes o anónimos, de ese siglo XX vasco, si bien se acusó al documental de ser próximo a las tesis abertzales (la participación de Amigo en la producción parece abonar esa tesis).

En un tono muy distinto, sin duda singular, encontramos el mediometraje Dios no me perdona (Jainkoak ez dit Barkatzen, 2018), documental dirigido por Josu Martínez, quien nos da a conocer la poco conocida figura de Lezo Urreiztieta, miembro del nacionalismo vasco, por el que trabajó incesantemente haciendo gestiones con gobiernos foráneos, teniendo una significativa participación en la Guerra Civil, en la que procuró importantes suministros de armamento para la República y el Gobierno Vasco, y durante la postguerra intentó atentar contra Franco. Todo un personaje, sin duda, que antes de morir en 1981 fue entrevistado por un periodista, Martín Ugalde, sobre cuyo material sonoro se monta este más que curioso documental de un hombre insólito en la vida de Euskadi, y de España, del siglo XX.  


Mitos y leyendas

El imaginario vasco también ha tenido su presencia en la gran pantalla, como cabría esperar. Es curioso, porque con cierta frecuencia ello ha tenido lugar dentro del marco histórico, incluso de forma reiterada, en uno de los momentos fundacionales del moderno nacionalismo euskaldún. Así, con el contexto histórico de las guerras carlistas, sobre las que ya hemos glosado algunos films de corte realista, se han hecho al menos dos films de corte declaradamente fantástico, y ambos recientes: por un lado, Errementari. El herrero y el diablo (Errementari, 2017), con dirección del vitoriano Paul Urkijo Alijo, que se ambienta en la postguerra de la primera contienda carlista, en la que se pone en imágenes una antigua fábula contada ancestralmente en los hogares vascos de las remotas aldeas perdidas en los bosques, sobre un torvo herrero de sospechosas relaciones con cosas que no son de este mundo... Por otra parte, en Todas las lunas (Ilargi Guztiak, 2020), Igor Legarreta nos cuenta la fantástica historia de una niña huérfana en las postrimerías de la última guerra carlista, salvada “in extremis” por lo que parecería un hada, que sin embargo le confiere un don que, a la larga, será una maldición, la inmortalidad para convertirse en eterna compañía de su siniestra salvadora.

En un tono diferente, aunque también combinando historia y leyenda, se rodó en los años ochenta Fuego eterno (1985), con dirección de José Ángel Rebolledo, el guionista de La muerte de Mikel, que se basaba en una antigua canción vasca. La historia, ambientada en el siglo XVII y corte necrofílico, habla de la maldición que pesaría sobre una mujer que casa y enviuda el mismo día, pero revive a su amor cada noche... Fantástico y romántico, el film de Rebolledo tiene, como parece obvio, algunos puntos de contacto con un clásico del cine americano de parecidas características, Lady Halcón (1985), de Richard Donner.

Handia (2017), por su parte, uno de los más grandes éxitos del cine vasco de la democracia, pondrá en pantalla la tragedia, entre lo histórico y lo mítico, del llamado Gigante de Altzo, un hombre que creció hasta una altura extraordinaria, 2,30 metros, y cómo esa circunstancia le impidió, obviamente, tener una vida normal, permanentemente acomplejado por unas circunstancias físicas que no le permitieran ser alguien corriente que viviera, amara, muriera. Con dirección de Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, este notable film entre la historia y la leyenda consiguió muy merecidamente 10 Goyas, entre otros muchos premios.

Ilustración: Una imagen de Gernika (2016), de Koldo Serra.

Próximo capítulo: El cine vasco de la democracia (IX). El cine de animación: los nombres propios