Rafael Utrera Macías

Los diestros Puente, Carmona y Rondeño II se visten de luces en los momentos previos a la corrida. El exterior de la plaza, las “Ventas” madrileña, muestra el ambiente creado por espectadores entendidos e ignorantes, españoles y extranjeros, abonados y ocasionales. Dos jóvenes, Manolo y El Trepa, “se cuelan” al coso por procedimientos poco legales; uno de ellos pide al empresario, en los callejones, una oportunidad; la negativa obtenida le convertirá, comenzada la lidia, en espontáneo.

La capilla es lugar de íntimas expresiones para los diestros antes de enfrentarse al “enemigo”. En contraste, los tendidos acogen a espectadores muy diversos, chistosos de profesión, expertos con retranca, deportistas furibundos, foráneos ignorantes mezclados en abigarrado cuadro costumbrista. Las rivalidades, rencillas y celos entre los diestros se suavizan a medida que la lidia avanza. La alternativa a Rondeño, su padre como testigo en los tendidos, inicia una corrida que se aventura sólo favorable para Carmona pero acabará en tarde gloriosa para todos. La nota cómica y humorística, centrada en los espectadores, alternará con la dramaturgia de la lidia, desastrosa o espectacular, artística o rutinaria. La vida familiar de cada diestro ofrecerá matices diversos a lo largo de la tarde: el joven, además, confirmará su noviazgo, el casado su futura paternidad y el maduro se permite despachar a los toros primero y a la amante después. El contraste entre la enfermería y el tendido, entre el callejón y el ruedo, va dando los perfiles de una fiesta en la que Rondeño habrá perdido el miedo de su pasada cogida, Carmona, tras haber cortado orejas en el primero, recibirá un puntazo sin importancia en el segundo, y Fuentes habrá repetido una de sus tardes tan gloriosas como ya lejanas. El ritual de la muerte ha ofrecido como víctima, en esta ocasión, al espontáneo. Su amigo, sólo ya en la vida, será puesto en “el buen camino” por el sacerdote. El público sale satisfecho de la plaza y ésta vuelve a quedarse vacía hasta el próximo festejo.


De interés nacional

En la España oficial de 1955, Tarde de toros consiguió la máxima protección estatal, 4.287.000 pesetas, al ser declarada, juntamente con El canto del gallo, de “interés nacional”. Embajadores en el infierno y Mi tío Jacinto fueron clasificadas en “primera A”. Tal resolución parecía priorizar ante las altas instancias el tema de la fiesta nacional frente a los contenidos políticos o humanistas ofrecidos en los otros títulos. Por su parte, la Delegación Nacional de Sindicatos otorgaba el primer premio a la película de José María Forqué, pero ampliaba el galardón a “Chamartín”, productora de Tarde de toros, con igual cantidad: 350.000 pesetas. A ello se unían los premios concedidos al fotógrafo Enrique Guerner, 25.000, y al personal de figuración, 40.000 pesetas.

Los personajes de Puente, Carmona y Rondeño II son interpretados por los toreros Domingo Ortega, Antonio Bienvenida y Enrique Vera, respectivamente. La producción de la película permitió contar con doce toros, seleccionados por el director y los diestros Ortega y Bienvenida en una ganadería salmantina, y organizar cuatro festejos a los que se podía asistir gratuitamente como espectador. El locutor Bobby Deglané se dirigía a estos advirtiéndoles de la libertad de comportamiento ante la verdad de la lidia mientras seis cámaras, oportunamente repartidas por el coso, filmaban, durante un caluroso agosto madrileño, una corrida real en la madrileña Plaza de Toros de las Ventas. El trabajo de Guerner se servía del procedimiento “eastmancolor” en el negativo para resolver las copias con el sistema “technicolor”. Los operadores que colaboraron con el fotógrafo fueron Salvador Gil y Juan García; en la ficha técnica ofrecida en los créditos del film no aparecen Alfonso Nieva, Antonio Macasoli y Félix Mirón, que ayudaron al   rodaje de las escenas taurinas.


A modo de documental dramático

Sus precedentes fílmicos, variantes de “españolada”, procedían generalmente de adaptaciones literarias, enfatizaban la vida privada y sentimental del personaje y estaban lejos de mostrarse con la veracidad de un noticiario que filma distanciadamente la lidia. Vajda había resuelto pragmáticamente la “fórmula ideal” por cuanto armonizaba “el tópico argumental con la novedad narrativa”.    

Atendiendo a estos factores, no parece paradójico catalogar al filme como “documental dramático”, si se admite la heterogeneidad de la semántica de ambos términos, por más que el primer aspecto haya sido resuelto desde la ficción y, el segundo, como elemento necesario para conformar adecuadamente un tópico del organigrama preestablecido en una película de toros; el resultado, un melodrama sobre el que se inscriben factores procedentes de una “realidad” que se transforma en “ficción”.


Estructura y composición

Observando los rasgos de lugar y tiempo, la estructura de la película, según el guion de Manuel Tamayo, Julio Coll y José Santugini, se conforma en dos partes bien diferenciadas: aspectos previos a la corrida y desarrollo de la misma. La primera tiene lugar fuera de la plaza y, temporalmente, antes de la lidia; la segunda, exclusivamente dentro del coso y durante la celebración del festejo. La duración de la película es de 76 minutos; responde a un tiempo cinematográfico que se vertebra sobre las, aproximadamente, dos horas y media reales. Desde su inicio hasta el comienzo de la corrida, el guion dispone de un cúmulo de situaciones informativas que aglutinan unos dieciocho minutos. En algo menos de cuatro se desarrollan los prolegómenos previos a la lidia. El minutaje dedicado al toreo de cada astado se sitúa en torno a los diez, con la excepción del cuarto y quinto cuya acción se reduce a seis. La coda final, más allá de la propia lidia, utiliza dos minutos antes de que aparezca la palabra “fin” acompañada de los acordes musicales propios. No hay, pues, equitativa distribución entre tiempos y acciones.

La mencionada introducción se compone de dos partes temática y argumentalmente diferenciadas: vestimenta del traje de luces de cada diestro y anecdotario previo a la corrida en las zonas, externas e internas, cercanas al coso. Con el propio orden taurino se presenta a los espadas: Puente, Carmona y Rondeño II. La liturgia de colocarse la indumentaria es pretexto para informar de aspectos profesionales y sentimentales de cada maestro; los amigos incondicionales, la familia, los apoderados, hablan de fama y dinero, de miedo y bravura. La notificación al espectador se condensa en dos elementos: momento profesional y situación sentimental de cada uno. Puente es una gloria pasada y la relación con su amante parece tan quebradiza como su fortuna. Carmona está en plena gloria; su matrimonio le convierte desde esta misma fecha en futuro padre y, acaso, se asegure así la herencia y continuidad de su arte. Rondeño mantiene la tradición taurina en tarde de alternativa que se precisará también en confirmación amorosa. La conversación de cada diestro anticipa referencias del compañero: el ocaso de Puente, el prestigio de Carmona, la mantenida cobardía de Rondeño. Estas conversaciones se sitúan en interiores correspondientes a las respectivas casas del veterano y del doctorando (se supone que viven en Madrid), además del hotel donde se hospeda Carmona. La repetición de la “situación”, modificando el anecdotario, hace que, respecto a la estructura y al montaje, no se produzca variación significativa de una secuencia a otra, de modo que S (secuencia de Puente) se repite dos veces más, sin progresión dramática, en variantes S1 (secuencia de Carmona) y S2 (secuencia de Rondeño). Esta modalidad será un rasgo peculiar de la morfología cinematográfica de Tarde de toros; por ello, la monotonía que pudiera suponer la repetición de rasgos en la lidia de los seis astados, será reestructurada con diversos elementos tendentes a combinar lo cómico con lo dramático.


Segundo bloque: otros personajes significativos

El segundo bloque de la introducción permite dar a conocer a otros personajes significativos en el escenario de los hechos; si en el apartado anterior han sido presentados los toreros, en éste lo serán Manolo y El Trepa, jóvenes aficionados que, a lo largo de la lidia, se convertirán en “espontáneo” y “acompañante”, sirviendo el primero de elemento trágico sobre el que se personaliza la liturgia dramática de la fiesta.

Los exteriores de la plaza, el callejón de ésta, ofrecen un anecdotario de personajes y situaciones donde se muestra a empresario y aficionado, subalterno y picador, fotógrafo y policía; la capilla, lugar de recogimiento, la zona común, sala de espera, muestra la cara íntima y social del diestro, su orgullo personal e, incluso, su “vergüenza torera”.

El tiempo dedicado al desarrollo de la corrida alternará las situaciones producidas en el coso con las llevadas a cabo en los tendidos. De este modo, se contrasta la peculiaridad del toreo con la plural opinión y el diverso comentario de aficionados y espectadores. La lidia de cada toro ofrece un determinado asunto que será narrado con la oportuna alternancia de espacios, ruedo y tendido, y de personajes, torero, apoderado, espectador. Los tres primeros muestran, respectivamente, la ceremonia de la alternativa, la actuación del espontáneo y la brillante tauromaquia de Carmona; los siguientes, la apoteosis de Puente, la cogida de aquél y la buena racha de éste para finalizar con el obligado triunfo de Rondeño.


De los celos a las malquerencias profesionales

Los celos profesionales y la malquerencia de unos sobre otros constituyen los elementos negativos de la comunicación entre los diestros; las cogidas del espontáneo, primero, y de Carmona, después, aportan los tonos dramáticos de la fiesta y convierten la enfermería en tétrico “interior”, espacio alternativo a ruedo y tendidos, “exterior” donde, por el contrario, se vive el arte de la tauromaquia o su frustración, la crítica amable con la irónica. El atrezzo hospitalario, la intencionalidad de las conversaciones allí mantenidas, la llegada de la muerte para el espontáneo, contrastan, en montaje alternado, con las diversas situaciones, costumbristas y taurinas, distendidas y cómicas, desarrolladas en los tendidos: el desconocimiento de las extranjeras, la intervención de la banda de música, los apuntes del dibujante a Paloma, los aficionados al fútbol oyentes del transistor, la paciencia de Rondeño I ante las impertinencias de los enterados, etc. El humor se condensa en chiste verbal que ocasionalmente se pone en boca de los apoderados y, habitualmente, en la de la pareja cómica formada por Tip y Top, en oportuna separación de sol y sombra, a fin de que, conforme a sus opuestas preferencias taurinas, utilicen el juego de palabras como recurso para una permanente discusión.

La tarde, convertida en triunfo profesional para todos, supondrá la recuperación de otros empeños humanos: un viaje de novios, la seguridad en sí mismo, la certidumbre de un noviazgo. La moralidad al uso impone su castigo a la amante de Puente, a quien éste deja sola y abandonada; por el contrario, esposa y prometida de Carmona y Rondeño confirman, en todo momento y sin duda alguna, la fidelidad a los suyos. El Trepa, víctima propiciatoria de la tarde, tendrá sobre sí la ficticia voluntad del empresario y la bendición del sacerdote. En coda final, Manolo, muerto su amigo, dará oportunidad al cura para que, más allá del espectáculo, éste recupere un hombre y un alma. La intervención del eclesiástico es elemento imprescindible en un film de esta época y características.

Estrenada el 22 de febrero de 1956, se mantuvo durante 144 días en cartel; la crítica especializada la enjuició generosamente. En el Festival de Cannes recibió una favorable acogida y el semanario “Triunfo” la eligió mejor película española del año.                   

Ficha técnica y artística

Producción: Chamartín. 1955. Dirección: Ladislao Vajda. Guion: Manuel Tamayo, Julio Coll y José Santugini. Argumento: Manuel Tamayo y Julio Coll. Fotografía: Enrique Guerner. Montaje: Julio Peña. Sonido: Alfonso Carvajal. Música: José Muñoz Molleda. Decorados: Antonio Simont. Ayudante de dirección: Fernando Palacios. Segundo operador: Salvador Gil.
Reparto: Domingo Ortega (Puente), Antonio Bienvenida (Carmona), Enrique Vera (Rondeño II), María Asquerino, Marisa Prado, Encarnita Fuentes, Jesús Tordesillas, Juan Calvo, Félix Dafauce, Manolo Morán, Jorge Vico, Jesús Colomer, José Isbert, Mariano Azaña, Amparo Martí, José Sepúlveda, José Prada, Tip y Top, etc.
Duración: 76 minutos. Estreno: 22, febrero, 1956.

Puede verse, bajo demanda, en Flix Olé.

Ilustración: Cartel de la película Tarde de toros (1955), de Ladislao Vajda.

Próximo capítulo: El torero en la literatura y la cinematografía españolas. Los clarines del miedo, película de Antonio Román, producida por Procusa (VI)