Rafael Utrera Macías

En capítulos precedentes (I y II) hemos recordado las actividades desarrolladas por Manuel Alcalá como director del Cineclub Vida, en Sevilla y, posteriormente, ofrecimos una reseña de su libro “Buñuel (cine e ideología)”, publicado, en 1973, por la editorial “Cuadernos para el diálogo”. En el presente artículo, vamos a recordar algún anecdotario sobre la relación mantenida por Luis Buñuel con los jesuitas (la orden religiosa con la que se educó en el periodo crucial relativo a infancia y adolescencia), seguida de la intervención de Alcalá en la mesa redonda celebrada con ocasión del homenaje tributado al director de Viridiana en la II Semana de Cine Iberoamericano (Huelva, diciembre, 1976); finalizaremos esta entrega con una selección de opiniones sobre el libro y autor antes citados, publicadas por el investigador Ian Gibson en su excelente volumen titulado “Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal. 1900-1938”.


Diálogos con jesuitas

Manuel Alcalá, durante el periodo de investigación, recibió un trato muy afectivo por parte de Luis Buñuel, contestó a cuantas entrevistas temáticas le hizo, además de invitarle al rodaje de El discreto encanto de la burguesía. Muchos de los párrafos del libro comentado están apostillados con la opinión del cineasta, conseguida ésta “in situ” durante los diversos encuentros o los “descansos” entre plano y plano de la mencionada película.

Nada de ello es óbice para que nuestro autor reconozca que, con los jesuitas y contra los jesuitas, Buñuel ha mantenido una violenta alternancia que va del amor al reproche y desde el agradecimiento a la crítica despiadada.

Acaso habría que hacer distinción entre la opinión sobre la Compañía, en su conjunto, con su correspondiente ideología y sus técnicas ignacianas (como las relativas al “robustecimiento de la voluntad”, hechas realidad durante los ejercicios espirituales, que a Luis le enseñaron en el colegio zaragozano de “El Salvador”) de la relación y el trato con miembros concretos de la orden, a algunos de los cuales el cineasta admiraba sin reservas. En varias ocasiones, la forma epistolar ha sido el medio para transmitir el mensaje; mientras que, otras veces, se ha reunido con un grupo de jesuitas en Madrid, buenos conocedores de su cine, cuya invitación a la residencia de estos acabó en animada tertulia (muy semejante a la filmada por él en Tristana: charla de Don Lope con aquellos pobres curas, golosos de chocolate y churros). Circuló, en relación a esta reunión, una leyenda urbana (Alcalá no la recoge, lo que reafirma el carácter legendario de la misma) según la cual los sacerdotes anfitriones se planteaban si bendecir los alimentos que se consumirían en presencia del invitado o evitar la bendición por respeto al huésped. Este, nada más sentarse, advirtió: “Procédase según costumbre”.


Buñuel en la Semana de Cine Iberoamericano. Huelva 1976

Nos permitirá el lector que tiremos de hemeroteca propia para formular la crónica referida a la presencia de Buñuel en la II Semana de Cine Iberoamericano, celebrada en Huelva en diciembre de 1976. Cubrimos este evento cinematográfico para la revista “Tierras del Sur”, semanario que dirigía José María Javierre. La información está publicada en la página 23 del número correspondiente al 27 del citado mes y año. Decíamos entonces:


Mesa redonda sobre -y con- Buñuel

“Se dudaba mucho de que Buñuel asistiera a una mesa redonda celebrada en el marco de un festival. Como él mismo dice, su vida es parecida a la de un monje; mantiene escasas relaciones con lo que no sea su trabajo o con sus colaboradores directos. Pero lo cierto es que Buñuel estaba a su hora en punto en la Casa de la Cultura de Huelva y, salvo ligeras muestras de inquietud, ha resistido el rodaje de un corto, la nube de fotógrafos y la plaga de micrófonos a su alrededor. Mientras los estudiosos de su obra hablan, él miraba la estatuilla de Colón -recuerdo de este homenaje- con infantil curiosidad y respondía con sonrisa benévola a un público fervoroso para quien el festival quedaba ya justificado.

Los intervinientes en la mesa redonda fueron los tres estudiosos de su obra, Manuel Alcalá, José Francisco Aranda y Román Gubern, además del fotógrafo José Aguayo y el guionista Jean-Claude Carrière. El propio homenajeado respondió a preguntas del público referidas a proyectos inconclusos, a su próximo trabajo basado en la novela de Pierre Louÿs “La mujer y el pelele” (Ese oscuro objeto del deseo) y a las constantes de su cine, la muerte y el absurdo, entre otras.


Intervención de Manuel Alcalá

“Habló sobre la perspectiva moralista en Buñuel. Las líneas que destacan en él: la dialéctica de las conductas, la dialéctica religiosa y la política. Son las fundamentales para conocer su cine. En la primera se pone en contradicción el sueño y la realidad, subconsciente y consciente, conductas anormales y normales expresadas por el “amor loco”. Por la segunda, Buñuel se considera ateo, pero no es un indiferente –ahí están Simón del desierto y La vía láctea-, por eso practica la agresión contra el fenómeno religioso. Por la tercera, aparece la dialéctica entre el hombre independiente y el hombre político que no está afiliado a nada, ni milita, aunque aparecen sus preferencias por el materialismo dialéctico, lo que conecta con el fenómeno del exilio”.


La investigación de Manuel Alcalá según Ian Gibson

El excelente libro de Ian Gibson sobre Luis Buñuel, subtitulado “la forja de un cineasta universal”, estudia, con la minuciosidad investigadora y el rigor intelectual que caracterizan al autor, los 38 primeros años de la vida del “cineurgo”. El artículo Buñuel por Gibson que publicamos en Criticalia nos evita ahora repeticiones innecesarias. Sin embargo, las referencias que encontramos en él relativas a Manuel Alcalá y su libro “Buñuel (Cine e ideología)” nos invitan a revisar la provechosa lectura que el maestro en investigaciones (Lorca, Dalí, Buñuel, Machado, etc.) hace del mismo y la generosa consideración que tiene del autor. Dan ganas de transcribir al completo y con sus propias palabras el larguísimo párrafo (páginas 26 y 27) que Ian dedica al ensayista del volumen, pero el respeto a la propiedad intelectual ajena nos aconseja seleccionar sus contenidos, lo que no es óbice para animar al lector a una lectura personal.

Comienza lamentando Gibson que el libro de Alcalá sea “prácticamente inencontrable en el mercado de ocasión” y, por tanto, “merecedor de una reedición urgente”, incluso acompañado ya de índices onomásticos, como desea en páginas posteriores. Dicho esto, esboza una especie de etopeya donde destaca tres valores del autor: “jesuita progre, fino conocedor de almas y férvido cinéfilo” para abundar en que “poseía excelentes condiciones para profundizar en la vida y obra” de un cineasta marcado por sus años colegiales bajo la tutela de la Compañía de Jesús. Añádase a ello el conocimiento que Manuel tenía del libro firmado por Aranda ("lo conoce al dedillo", dice Gibson) y, tal como anteriormente hemos dicho, de haber podido contar con las “numerosas entrevistas” concedidas generosamente por el cineasta.

Tras señalar cómo en Buñuel se daba una específica ideología que se repetía cíclicamente durante muchos años en su obra, mezclando la obsesión sexual con la religiosa (y, al tiempo, dando lugar a una constante polémica interior que desembocaba en los consabidos ataques a los valores burgueses), Gibson, manifiesta, sin ambages, que Alcalá “fue el primero en subrayar, en su filmografía, una evidente tendencia al fetichismo, con ramalazos sadomasoquistas”, y son de “enorme interés” las variadas informaciones que ofrece sobre los  métodos educativos de los jesuitas-profesores de Luis; “sólo Alcalá supo preguntarle” sobre aquellos ejercicios espirituales que pivotaban sobre los “peligros de la carne y los terrores del infierno”. Para entender la rebeldía del adolescente Buñuel contra los curas de Zaragoza, nadie tampoco como el jesuita Alcalá “supo captar el profundo y constitutivo sentido del humor del indómito aragonés”; es evidente que “el cineasta se sentía muy a gusto con él”. Y, la honestidad intelectual de nada menos que todo un Gibson, sentencia el largo párrafo de este modo: “Que quede aquí constancia de mi deuda con el ensayo, que me ha orientado a menudo durante mi propia investigación”.

Bastaría seguir leyendo “la forja de un cineasta universal” para comprobar cuántas veces vuelve su autor a citar a Manuel Alcalá y con qué afecto lo hace. Cuando Criticalia publicó la reseña a este volumen, mantuvimos con Gibson una conversación que ya no se referiría, como en otras ocasiones anteriores, a la ausencia de una historia del cine en Granada, para tener constancia de qué películas habría podido ver Federico en su infancia y juventud. Ahora el tema era Buñuel: tanto las alegrías llevadas a cabo en el transcurso de la investigación como las penas de tener que cerrarlo en el año biográfico de 1938. El libro de Alcalá salió a colación y Ian, resolviendo en conversación coloquial lo que antes hemos mencionado, añadió: “¡por fin me enteré de lo que le pasaba a Buñuel con Dios y con los jesuitas…!”. Pronto pude contárselo a Manuel, que recibió la información con inusitada alegría y profundo agradecimiento al sabio hispanista irlandés.

Ilustración: Una imagen del rodaje de El discreto encanto de la burguesía, al que asistió el padre Manuel Alcalá como invitado de Buñuel.