La octogésima octava edición de los Premios de la Academia de Hollywood, vulgo Oscar, se ha resuelto de forma un tanto difusa; y digo difusa porque no ha habido un vencedor claro, o al menos así me lo parece. Veamos: Mad Max. Furia en la carretera, la cuarta parte de la saga del loco Max, se ha llevado seis Oscar, lo cual debería significar que ha sido la vencedora del evento. Sin embargo, todas ellas han sido de las denominadas “de pedrea”, categorías fundamentalmente técnicas que, aunque supone un número considerable de estatuillas, en la realidad no la confirma como la mejor película del año (para los académicos, se entiende, lo que no supone para el resto del universo mundo).
Por otro lado, la cinta que se ha alzado con tres premios gordos, El renacido, con Mejor Dirección, Mejor Actor Protagonista (Leonardo DiCaprio) y Mejor Fotografía (Emmanuel Lubezki), sin embargo no ha conseguido el de Mejor Película (que suele coincidir, generalmente, aunque no siempre, con el de Mejor Dirección), así que es un poco como un pato cojo, como actualmente le pasa a Obama como presidente en su último año de ejercicio como rey republicano de los USA.
Y por último, Spotlight, que sí ha ganado ese Oscar a Mejor Película, sin embargo después sólo ha conseguido otro Oscar más, el de Mejor Guión Original, con lo que tampoco puede cantar victoria.
Así las cosas, ¿quién ha ganado? Cada cual tendrá su preferencia. Yo prefiero quedarme con los premios concretos a facetas determinadas.
De esta forma, me parece muy justo el premio a la mentada Spotlight, no sólo por ser una buena película, sino por su tema, una denuncia de las oscuridades y trabas que las autoridades católicas de Boston pusieron, en su momento, para evitar que salieran a la luz un gran número de casos de abusos sexuales a menores. El puente de los espías, que hubiera podido ser también una más que digna ganadora, no tenía ese tema lacerante y candente y, siendo como es un buen filme, tampoco hubiera añadido nada a la ya más que colmada carrera de Steven Spielberg. En cuanto a Mad Max. Furia en la carretera, las seis estatuillas técnicas han premiado suficientemente un filme que es un prodigio de pericia en los efectos especiales y en la labor de los especialistas; por cierto, me sumo a la plenamente compartible petición de estos en cuanto a que la Academia también reconozca los méritos de los “stunts”, sin los que filmes como éste hubieran sido imposibles de rodar. Además, El renacido no es, ni de lejos, la mejor película del año, por más que uno tenga mucha simpatía por el cine de Alejandro González Iñárritu y se alegre por este segundo Oscar consecutivo como Mejor Director, tras el de Birdman del año pasado.
En cuanto a los premios a los actores, parece que si no le hubieran dado el Oscar a Leo DiCaprio hubiera pillado una depresión que ríete tú de las del Howard Hughes que él interpretó en El aviador… También es cierto que no hubiera sido injusto que se lo hubiera llevado Eddie Redmayne por su esforzado papel de trans en La chica danesa, o a Michael Fassbender por la matizadísima composición del magnate de Apple en Steve Jobs. El de Mejor Protagonista Femenina parece muy justo que se lo haya llevado Brie Larson por su difícil papel en La habitación, aunque también Cate Blanchett hubiera sido una digna ganadora por Carol; claro que la australiana ya tiene dos Oscar y un tercero, aún tan joven, quizá parecería excesivo.
El premio para la Mejor Actriz Secundaria (no sé por qué, pues tiene igual papel, en minutos, que el protagonista Eddie Redmayne…) a Alicia Vikander, por la mentada La chica…, nos parece muy merecido. Pero igualmente se lo podrían haber llevado Kate Winslet, espléndida en Steve Jobs, o la siempre efervescente Jennifer Jason Leigh, de lo mejor de Los odiosos ocho. El Oscar al Mejor Actor Secundario me parece justísimo que haya sido para Mark Rylance, realmente extraordinario en El puente de los espías; si hubiera sido agraciado Sylvester Stallone por Creed. La leyenda de Rocky, sería una de esas tremendas injusticias que de vez en cuando ocurren en los Oscar. El trabajo de Tom Hardy (siempre tan bueno) en El renacido también hubiera sido una buena opción, uno de esos villanos absolutos que son papeles bombón para los buenos actores como el londinense.
El Premio a la Mejor Película en Habla no Inglesa para El hijo de Saul, totalmente merecido; es sin duda una de las grandes obras del año, en fondo y forma.
Justo ha sido que por fin el gran Ennio Morricone haya ganado un Oscar a la Mejor Banda Sonora, en este caso por Los odiosos ocho. Los académicos deberían sonrojarse ante el hecho de que el extraordinario compositor de más de quinientos “scores”, entre ellos músicas míticas como las de Por un puñado de dólares, El bueno, el feo y el malo, Novecento y La misión, entre otras muchas obras maestras, no haya tenido su Oscar hasta cumplir los 87 años. Por cierto, cuando en estos días se ha informado de que Morricone tiene ya su estrella en el Paseo de la Fama, la pregunta es, si el gran Ennio ha tenido que esperar hasta ahora para tal (dudoso, digámoslo ya) honor, ¿por qué hay tanto mediocre con estrellita en semejante lugar? Es como para mandar a paseo al Paseo…
El Oscar a los Mejores Efectos Especiales, muy merecido para Ex machina, y el de Mejor Largometraje de Animacion a la pixariana y tan adulta Del revés, igualmente justo.
Por lo demás, esta edición se recordará por la polémica sobre la ausencia de nominados de raza negra y el correspondiente boicot instado por algunas de las estrellas de esa etnia, desde Spike Lee a Jada Pinket Smith; tal controversia fue resuelta por el presentador (y su ejército de guionistas), Chris Rock, él mismo negro, con naturalidad, dando palos a tirios y a troyanos, a los académicos por su cicatería con los artistas afroamericanos, y a los que promovieron el boicot entre los coloured, afeándoles tal postura y conminándoles a trabajar para revertir esa situación, pero en positivo. Ciertamente es chocante, por no decir otra cosa, tal ausencia de afroamericanos, pero eso mismo valdría decir para los latinos, que son actualmente la minoría étnica más numerosa de Estados Unidos, incluso por encima de los negros, y sin embargo con una repercusión, sobre todo en el apartado interpretativo, muy escasa.
Alejandro González Iñárritu (que ahora firma sus películas como Alejandro G. Iñárritu: hay que dar facilidades a los anglófonos…) lo dijo muy bien en su discurso de agradecimiento: ojalá llegue el día en que el color de la piel no tenga más importancia que la longitud de los cabellos… Ojalá.
Pie de foto: Leonardo DiCaprio, exultante con su Oscar.