Enrique Colmena

La trigésima ceremonia de entrega de los Premios Goya, que concede la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de España, resultó ser una gala un tanto desvaída, empeorando claramente con respecto a la del año anterior. La decisión de que Dani Rovira fuera de nuevo el maestro de ceremonias se demostró fallida; y es que tras el éxito del año pasado, era difícil reverdecer laureles: siempre se iba a comparar esta segunda gala con la otra, y como ya pasó también con la inevitable competición entre Ocho apellidos catalanes y la primigenia Ocho apellidos vascos (de donde le viene la fama a Rovira), estaba cantado que la segunda perdería en semejante rivalidad.

Los números musicales fueron sosos y cantados en playback, como si no se atrevieran a hacerlo en directo por miedo a meter la pata; pero en ese caso lo que queda es la falta de valentía, aunque se corriera semejante riesgo. Incluso Serrat cantando Los fantasmas del Roxy, tan apropiado a la ocasión, quedo como otro numerito más, sin la grandeza que debería haber tenido el hecho de contar sobre las tablas del escenario con una de las leyendas vivas de la canción española. Los errores técnicos y de realización también menudearon, así que la gala no se puede decir que fuera especialmente brillante.

En cuanto a lo que dieron de sí los premios Goya, se puede decir sin faltar a la verdad que fue la noche de Truman, no tanto porque ganaran por goleada (lo que no fue el caso; de hecho sólo superó por una estatuilla al segundo clasificado) sino porque acudía con seis nominaciones y se llevó cinco premios, casi pleno al quince, además con los galardones de mayor importancia, desde Mejor Película a Mejor Director (Cesc Gay), Mejor guión original (Cesc Gay y Tomàs Aragay), Mejor Actor Protagonista (Ricardo Darín) y Mejor Actor Secundario (Javier Cámara), aunque no se entiende por qué esa distinción entre ellos, cuando ambos comparten pantalla en la película de forma permanente. Por supuesto, los dos premios fueron muy merecidos: el argentino es uno de los intérpretes hispanoamericanos más interesantes, que lo hace todo bien, y a Cámara le quiere la ídem: nada se le resiste, comedia o drama, y con éste ya tiene dos Goyas, y seguramente vendrán más.

La segunda en número de galardones obtenidos fue Nadie quiere la noche, la película de Isabel Coixet que consiguió cuatro Goyas, en categorías habitualmente consideradas menores: Música, Maquillaje/Peluquería, Diseño de Vestuario y Dirección de Producción. Aun sin llevarse premios gordos, se puede considerar una segunda vencedora, pues su película no parecía contar con mucho predicamento entre los académicos. En el tercer puesto hubo un “ex aequo” de hasta cuatro filmes, Palmeras en la nieve, A cambio de nada, La novia (quizá la gran vencida, pues optaba a doce premios) y El desconocido. Después, con una sola estatuilla (o cabezón, como es conocido el busto del pintor que se entrega como premio) se quedaron Anacleto, agente secreto, Un otoño sin Berlín, Un día perfecto (otra de las perdedoras de la gala, a pesar de su internacional reparto, con Tim Robbins en el patio de butacas) y Techo y comida, en este caso un gran éxito teniendo en cuenta los escasos recursos con los que se hizo este filme catalán de, sin embargo, pleno ambiente andaluz, premio que fue para una Natalia de Molina inmensa en su papel, y que siendo veinteañera ya tiene dos Goyas en su haber, casi ná…

Hubo varios momentos intensos, auténticos: me quedo con el que nos proporcionó Miguel Herrán como Mejor Actor Revelación por A cambio de nada (lo más parecido que tenemos en España al Jean-Pierre Léaud de Los 400 golpes), que confesó a su mentor Daniel Guzmán que le había dado una vida, la que no tenía, y por otro el que nos deparó el propio Guzmán cuando dedicó su Goya a la Mejor Dirección Novel a su abuela Antonia Guzmán, de 92 años, motor de la propia película y estupenda actriz amateur que, sin embargo, se quedó injustamente sin premio; ello sin desmerecer a la magnífica Irene Escolar, de la saga de los Gutiérrez Caba: pero la joven tiene toda una vida para conseguir Goyas: Antonia, me temo, no tendrá más oportunidades.

Como suele ocurrir en este tipo de ceremonias, hubo demasiados agradecimientos, en muchos casos manifiestamente prescindibles, que fueron cortados abruptamente por la realización, lo que debería hacer plantearse a los premiados la virtud de la concisión, ese urogallo.

Desde el punto de vista del cine andaluz, este año no fue tan bueno como el pasado, en el que triunfó La isla mínima y otras aportaciones andaluzas. Pero hubo varios premios con sabor andaluz, desde el de Pablo Alborán por Mejor Canción (Palmeras en la nieve) hasta Migue Amodeo, Mejor Dirección de Fotografía por La novia, pasando por Natalia de Molina por la mentada Techo y comida, filme plenamente andaluz (jerezano, por más señas) salvo porque la producción era catalana, en una de esas cosas extrañas que no se entienden. La propia A cambio de nada sí tenía coproducción andaluza y plena ambientación en nuestra tierra. Así que tampoco nos podemos quejar…

Pie de foto: Algunos de los premiados de Truman.