Se celebró en Valencia este pasado sábado día 12 de febrero, como culminación de los actos del llamado “Año Berlanga”, la edición número 36 de los Premios Goya. El caso es que, al margen de los premios y premiados, nos llamaron la atención dos circunstancias. La primera, que se explicitó con frecuencia en las breves entrevistas de la alfombra roja, retransmitidas (como la gala) por RTVE, en las que muchos de los entrevistados expresaron su alegría por volver a la presencialidad, tras la ceremonia de 2020 que hubo de ser fundamentalmente virtual. La segunda circunstancia que nos pareció curiosa fue la prácticamente inexistente presencia de las reivindicaciones, tan frecuentes en otros años, y que desde luego hubieran tenido sentido a la vista de que se contó entre el público con el mismísimo presidente del gobierno, Pedro Sánchez, además de otras autoridades de toda laya, desde la vicepresidenta Díaz al presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y el ministro de Cultura, Miquel Iceta, entre otros. Sin embargo, aparte de algunos mensajes sobre la importancia de la cultura en la vida de cualquier sociedad avanzada que se precie, solo hubo un discurso netamente político y reivindicativo, curiosamente pronunciado por una invitada que no tenía relación directa con los premios, la realizadora afgana Sahraa Karimi, que lanzó un vibrante, sentido, emocionado “speech” en el que exigió de las democracias occidentales el no reconocimiento del régimen talibán para no dar por bueno el genocidio de las mujeres que ese cafre gobierno está ejecutando con mano de hierro en el país que tan fácilmente han reconquistado.
En cuanto a los premios propiamente dichos, se confirmó, como era de prever, el triunfo de El buen patrón, no solo por sus calidades intrínsecas, evidentes en esta comedia nigérrima, sino sobre todo por la que parece coherente postura de los académicos de galardonar con sus mejores Goyas a la película a la que se le encomendó defendernos en los Oscars, aunque finalmente se haya quedado en el camino, como ya sabemos... La estupenda cinta de Fernando León de Aranoa se llevó la nada despreciable cifra de 6 “cabezones”, entre ellos los más importantes, como Película, Dirección, Actor Protagonista (Javier Bardem, que estaba cantado que se lo llevaría) y Guion Original, pero también los relativos a Música y Montaje. En número de Goyas le siguió de cerca Las leyes de la frontera, la mirada “vintage” de Daniel Monzón (con materia argumental de la novela de Javier Cercas) sobre los años setenta, una especie de estilización intelectualizada de aquel viejo cine de quinquis juveniles que puso de moda José Antonio de la Loma en aquella década de caspa y pelazos imposibles; la película de Monzón, el que fuera crítico de la revista Fotogramas, conseguiría cinco Goyas, aunque, eso sí, casi todos de pedrea: Vestuario, Dirección Artística, Maquillaje y Peluquería, Actor Revelación y Guion Adaptado.
Tras ambas cintas se situaron, en términos numéricos, otros dos films: Maixabel, la dolorosa pero emocionante película de Icíar Bollaín sobre la trayectoria vital de la viuda de Juan Mari Jáuregui y el proceso de reunión entre víctimas y victimarios que ella impulsó contra viento y marea, consiguió tres Goyas, los tres para sus intérpretes: Actriz Protagonista (para una inmensa Blanca Portillo, que hizo el mejor discurso de la noche, un bellísimo discurso sobre el amor, en estos tiempos de odiosos “haters”), Actor de Reparto (Urko Olazábal, espléndido en su personaje de etarra atormentado por sus crímenes) y Actriz Revelación (la impresionante María Cerezuela, cuyo personaje es uno de los grandes hallazgos de esta inmensa película). Y Mediterráneo, la esforzada traslación a la pantalla de los hechos (adecuadamente “ficcionalizados”, como es lógico) que dieron lugar a la creación de la ONG Open Arms, dedicada a salvar inmigrantes que surcan el Mare Nostrum en busca de una vida mejor, conseguiría otros 3 Goyas, en su caso por los conceptos de Dirección de Producción, Canción Original y Fotografía.
Libertad, la película sobre la adolescencia de la neófita directora catalana Clara Roquet, se alzó con 2 premios, los relativos a Dirección Novel y Actriz de Reparto (Nora Navas, segundo Goya en su carrera tras el de Pa negre). Finalmente, el percutante thriller de atracos Way Down se llevó, muy atinadamente, el de Efectos Especiales, y al drama entreverado de fantástico Tres le correspondió el de Sonido, muy apropiadamente, ya que su protagonista es, precisamente, una diseñadora de sonido...
La que se quedó con dos palmos de narices fue Madres paralelas, la última de Almodóvar. El hecho de que, en general, no haya gustado mucho su última propuesta (a nosotros tampoco...), no parece que fuera como para que una propuesta como esta, técnicamente irreprochable y con maestros indiscutibles en apartados como la fotografía (José Luis Alcaine), la música (Alberto Iglesias) o el montaje (Teresa Font), se fuera totalmente de vacío. Anda que los hermanos Almodóvar estarán buenos... Tampoco consiguieron nada dos propuestas tan interesantes y sugestivas como La hija, de Manuel Martín Cuenca, y La vida era eso, de David Martín de los Santos, aunque partían con pocas posibilidades al contar solo con dos nominaciones cada una.
Por lo demás, la gala se alargó extenuantemente durante 3 horas y cuarto. La ausencia de un presentador o presentadora de toda la gala se reveló pronto como un desacierto: no hubo unidad estilística ni temática, ni hubo posibilidad de articular un discurso mínimamente coherente; las gracietas del guion de los múltiples presentadores parciales, en general, resultaron desafortunadas, sin espacio para provocar la sonrisa ni siquiera un rictus que se le pareciera. Los agradecimientos de los premiados, cada vez más pesados y previsibles... que sí, que ya sabemos que sin vuestros equipos no sois nada, que queréis muchísimo a vuestros maridos, esposas o parejas, y no digamos a vuestros hijos y padres... pero, por favor, tres horas largas con esta martingala es insufrible, y más todavía en los premios técnicos, en los que el espectador en su casa suplicaba que se lo dieran a los equipos menos numerosos, para que al menos hubiera menos tíos agradeciendo en el escenario... Hubo una época, y no hace demasiado, en la que los agradecimientos servían para, además de dar las gracias hasta al vecino del cuarto derecha, para exponer problemas de los distintos gremios, o para reivindicar lacerantes temas de actualidad. Sin embargo, cada vez más los agradecimientos se están circunscribiendo a “qué buenos somos, qué bien lo hacemos, cuánto os quiero”...
Una última apostilla: nos pareció muy bien la naturalidad con la que muchos presentadores y premiados utilizaron las otras lenguas de España; así, muchos saludaron en la lengua de la comunidad anfitriona, el valenciano, y otros varios pronunciaron algunas palabras en euskera y gallego; el que más se extendió fue el todopoderoso Jaume Roures, en su discurso de agradecimiento por el premio a la Mejor Película a El buen patrón, que producía con su sello The Mediapro Studio, y que parcialmente lo realizó en su lengua materna, el catalán. Y nos parece bien que vayamos acostumbrándonos a que las otras lenguas españolas tengan también su sitio, su lugar, con toda naturalidad, en ceremonias como esta, en las que confluyen gentes de todos los puntos del país.
Ilustración: Javier Bardem, con su Goya al Mejor Actor Protagonista por El buen patrón.