La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando fue creada el 12 de abril de 1752. Tiene por objetivo "fomentar la creatividad artística, así como el estudio, difusión y protección de las artes y del patrimonio cultural, muy particularmente de la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y las nuevas artes de la imagen". Compuesta en la actualidad por 56 académicos de número, sus miembros son personalidades muy prestigiosas en los ámbitos de la arquitectura, pintura, escultura, música, cinematografía, arte gráfico, fotografía, diseño e historia y teoría del arte. Su domicilio está en la madrileña calle Alcalá, número 13, donde ocupa el edificio conocido como Palacio de Goyeneche, un magnífico museo que alberga importantísimas obras relativas a las artes antes mencionadas.
Recientemente, se ha celebrado la recepción pública como académico electo de Fernando Lara, periodista especializado en crítica cinematográfica además de director de eventos relativos a la gestión del “séptimo arte”, y como académica electa, Arantxa Aguirre Carballeira, cineasta, autora de valiosos documentales donde la música reina entre las otras artes. Tanto uno como otra ocupan los sillones correspondientes dentro de ese segmento denominado “las nuevas artes de la imagen”. Fueron sus primeros antecesores Luis G. Berlanga y José Luis Borau, quienes, respectivamente, disertaron sobre “El cine, sueño inexplicable” y “El cine en la pintura” (puede verse nuestro artículo Del lienzo del cuadro al lienzo de plata. Criticalia. 18/01/2018).
Con posterioridad a los dos maestros citados, fueron elegidos académicos otros cineastas como Román Gubern, Josefina Molina o Manuel Gutiérrez Aragón. Estos últimos presentaron, junto a otros, las candidaturas de Lara y Aguirre. Como es habitual en los ámbitos académicos, una terna solicita la admisión del candidato/candidata; si es positiva, presentará, posteriormente, en recepción pública, su discurso de ingreso; éste será contestado por otro académico; al final del mismo, el aspirante será miembro activo de la Academia y, social y académicamente, tendrá el tratamiento de “excelentísimo señor” / “excelentísima señora”, tal como aparece en las publicaciones de los discursos o en los documentos de la entidad.
Discurso del académico Fernando Lara: “El fuego sagrado. (Un itinerario personal)”
Antes de comentar el discurso de ingreso, haremos referencia a unos cuantos datos curriculares del crítico cinematográfico Fernando Lara a fin de que el lector pueda seguir de mejor modo las menciones a las que el propio académico se referirá en su disertación.
Entre las publicaciones donde el periodista ha firmado sus colaboraciones están “Triunfo”, “La calle”, “Nuestro cine”, “Tiempo de Historia”, “Guía del ocio” o “Cartelera Turia”. Y entre los cargos más importantes desempeñados figuran el de Director de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (desde 1984 a 2004) y el de Director del Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales, dependiente del Ministerio de Cultura, durante los mandatos ministeriales de Carmen Calvo y César Antonio Molina. De otra parte, contribuyó a la puesta a punto de la Ley de Cine, promulgada en 2007, y a la elaboración del informe, en 2012, “Cine Español. El estado de la cuestión”. Entre sus colaboraciones en libros, destacan “18 españoles de postguerra”, “Miguel Mihura, en el infierno del cine”, “España, primera página”, “7 trabajos de base sobre el Cine español” y “Valle Inclán y el cine”.
Un itinerario personal
El discurso de Fernando Lara comienza con una cita de Alberti y otra de Flaubert; la primera, es la celebérrima “Yo nací -respetadme- con el cine”; la segunda, con ocasión de ofrecer la historia moral/sentimental de su generación. Elige bien el aspirante a académico tanto a los autores como a sus correspondientes textos porque yendo de uno a otro organizará, con conocimiento y gusto, ese “itinerario personal” que, a sus oyentes, entonces, o a sus lectores, ahora, nos llevará por las rutas de una biografía cuajada no sólo de rigurosa personalidad sino de inalterable ética profesional. El modo de resolverlo, por su parte, es un tanto machadiano ya que no será él, con el manejo y uso gramatical de la primera persona, quien cuente a los demás su personal aventura, sino ese “otro yo que siempre va conmigo”, y que, en este caso, permitirá pasar de “la primera persona” a la “segunda” en el relato. Aún más, por si la observación no fuera suficiente, se sirve el aspirante de una cita bíblica que se complementa con un título cinematográfico; Pablo, el apóstol, dirigiéndose en su epístola a los Corintios, y Bergman, el cineasta, a sus espectadores en Como en un espejo, le permiten a Lara discursear como si hablase otra persona, el otro yo. Establecido el andamiaje necesario y los elementos del proceso comunicativo, ya puede el académico “in pectore” desarrollar los capítulos de tan personal como comprometida profesión.
Su infancia son recuerdos de un Madrid post-bélico donde madre e hijo, vecinos de la calle Atocha, están en connivencia acerca de cine y películas, de recortes de prensa y libretitas donde se guarda y se apunta ya el título de un film admirable, ya un recuerdo o pensamiento asociado al mismo. Y ello, sin olvidarse de que el abuelo contribuyó a sacar a la luz, en Barcelona, la revista “Arte y Cinematografía”, y que el padre padeció el hambre y el frío en un campo de concentración. El aserto de François (Truffaut), “ningún niño ha dicho querer ser de mayor crítico de cine”, parece que, muy pronto, lo va a desmentir Fernando (Lara) porque eso es, precisamente, lo que él quiere ser… lo que él será.
Ese entorno familiar permite el progresivo conocimiento de los cines más cercanos, desde el San Carlos al Doré, y la juvenil madurez ampliar el radio de acción de manera que la película se priorice sobre el local. Y, más adelante, comprobar y comprender que, en el cine, se daba “una forma de entender el mundo” y, además, permitía “aprender la libertad”. En otros segmentos de la exhibición, como el “cine-fórum” y el “cine-club”, se libraba la batalla por la significación de la película, donde las palabras “mensaje”, “alienación”, “compromiso” se cruzaban con otras de mayor calado, ya fueran “los personajes moralmente positivos”, en unos, como “la lucha de clases”, en otros. El autor de este discurso asevera que, entonces, no podría ser “ni estúpidamente cinéfilo”, ni estar “apartado de la realidad”.
Por ello, el cine y la vida aparecían ante él “indisolublemente unidos” y, acaso, esa fuera la reacción para distanciarse (acaso, no aproximarse) a la semiótica o al estructuralismo, que, durante un tiempo, gozaron de prestigio universitario y saltaron, un tanto desbocadas, por los rincones de revistas y publicaciones más pendientes de huecas novedades que de sólidos principios. Así, pues, la crítica cinematográfica por la que Lara va a discurrir y a practicar es considerada como un trabajo de creación (o de sub-creación, pues parte de una creación previa, la película) o de creación subsidiaria, donde el crítico se vale de un sistema lingüístico/literario que “traduce” un sistema de lenguaje de imágenes. Ahora bien, ser crítico, es “adoptar una concreta actitud ante la vida… ante la cultura y el cine”.
Y desde este posicionamiento, organiza un “decálogo” donde se combinan actitudes con sugerencias y reglas inviolables con propósitos oportunos. Para abreviar, dos consejos básicos: ser humilde con tu trabajo y buscar equilibrio y serenidad en el juicio.
Pero, con tales postulados, ¿dónde encaja la actividad de críticos precedentes con la de contemporáneos que quieran seguir ese oficio? Lara etiqueta su opinión con el título “la decisiva carencia de maestros”. Descartados Fernández Cuenca y Gómez Mesa por exceso de erudición o cercanías al franquismo, se menciona a quienes, en etapa republicana, Juan Piqueras o Manuel Villegas López, por medio de comprometidas revistas o publicaciones con rigor intelectual y conocimiento de causa, podrían haber señalado el camino a sucesivas generaciones; lamentablemente, el primero fue fusilado en los inicios de la guerra civil y el segundo tuvo que exiliarse en Argentina, aunque, en su senectud, pudo volver a su patria, tras una fecunda labor historiográfica, y todavía publicar aquí tanto “Los grandes nombres del cine” como “El nuevo cine español”. ¿A quiénes tuvieron, entonces, como referente, publicaciones cinematográficas españolas tales como “Film Ideal” o “Nuestro Cine”? El académico, con toda razón, afirma que los modelos tuvieron que buscarse en el extranjero: “Cahiers du Cinéma”, en Francia, y “Cinema Nuovo”, en Italia.
“Triunfo”. Valladolid. ICAA
La entrada de Fernando Lara como crítico cinematográfico en “Triunfo” supuso para él “un sueño cumplido” ya que, desde 1970 y durante ocho años, en compañía de Diego Galán, hicieron las delicias de los lectores tanto en el estricto ámbito cinematográfico como en otros, más ocasionales, vinculados a diferentes áreas culturales. José Monleón y Eduardo Haro Tecglen acertaron en la elección de las nuevas firmas, porque, en efecto, se trataba de críticas “muy pensadas, reflexivas, serenas”, salvo cuando se denunciaba alguna “tropelía” de la censura, o, cuando excepcionalmente, se cataloga a Muerte en Venecia la mejor película de la historia del cine. A pesar de ello, “periodismo y cine” fueron, en su caso, siempre de la mano.
Sus posteriores firmas en revistas tales como “La calle” (“la primera a la izquierda”) o “Guía del Ocio” (“una cartelera”) supusieron nuevos formatos de crítica mediatizados por circunstancias económicas o editoriales. Por el contrario, su trabajo en el programa televisivo “La noche del cine español”, bajo la dirección de Fernando Méndez-Leite, le permitió profundizar en determinados títulos y, muy especialmente, en los correspondientes contextos socio-políticos de los mismos.
La propuesta del Festival de Valladolid (en ese momento un certamen con imprecisos rumbos en horas bajas y con gravísimos problemas no sólo económicos) de nombrarle director del mismo, no le estimuló tras la proposición. Dispuesto a decir “no”, convirtió en “sí” lo que duraría veinte años; su gestión cultural, con un equipo sólido y una economía progresivamente equilibrada, convirtió el Festival en una cita inexcusable para y sobre el mejor cine contemporáneo, debidamente combinado con el más sólido clasicismo, proyectado sobre la pantalla del Teatro Calderón.
Posteriormente vendría la “gestión cultural desde el Estado” con la dirección del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), que permitía ver el cine español desde otra vertiente, diferente a las anteriores, pero, al tiempo, complementaria.
Perfiles en la contestación de Gutiérrez Aragón
La contestación a su discurso la dio el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón quien glosó aspectos generales y particulares del crítico cinematográfico y de su gozosa actividad en “los tiempos grises”. Desde entonces, “evitó Fernando Lara sucumbir al ardor de las ideas, pero también congelarse en una fría objetividad (…) lo que siempre se ha llamado honradez intelectual”.
Recuerdos personales
Permitirá el lector que hagamos público algunos momentos de buenos recuerdos entre el nuevo académico y el viejo cronista, como los que tuvieron lugar en los ya lejanos festivales cinematográficos de Benalmádena y Huelva, donde Fernando era garantía de datos precisos y nombres concretos cuando a internet le faltaba mucho por nacer. Del mismo modo, de su excelente intervención en el curso sobre Víctor Erice impartido en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Sevilla cuando la ciudad se entretenía con la Expo-92. Y, sobre todo, en las compartidas sesiones del Ministerio de Cultura, ambos como miembros del jurado que otorgaba ayudas al guion cinematográfico; los sufridos componentes, camino del veraneo familiar, transportaron voluminosos inéditos, firmados por guionistas y directores profesionales, algunos de los cuales se convertirían, posteriormente, sobre la pantalla, en reconocidas imágenes del cine español.
El discurso de ingreso puede leerse en:
Ilustración: El académico Fernando Lara leyendo su discurso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Próximo capítulo: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La académica Arantxa Aguirre Carballeira (y II)