Enrique Colmena

El estreno de 120 pulsaciones por minuto, la combativa película de Robin Campillo que se ambienta en los años noventa, en los convulsos años en los que los enfermos del sida luchaban para conseguir mejores tratamientos, difundir información sobre la prevención y obtener más recursos para la investigación de la enfermedad, ha puesto en primer plano de la actualidad el cine que se ha hecho y se hace sobre el sida y todos sus problemas colaterales, lo que nos va a permitir hablar, en dos partes, sobre de qué forma se ha hecho eco el cine de este temible mal y de sus muchos temas conexos; que hoy día en el Primer Mundo se haya estabilizado y cronificado no significa que no siga siendo letal, aparte de que en el Tercer Mundo sigue manteniendo niveles de mortandad muy altos, al no tener posibilidad de acceder a los costosos tratamientos que se prescriben en Europa, Norteamérica y otros países desarrollados.

Como es sabido, el sida se da a conocer a primeros de los años ochenta, en principio en la comunidad gay, aunque posteriormente se ampliara a otros grupos (drogadictos intravenosos, hemofílicos contagiados por transfusiones de sangre infectada, finalmente también heterosexuales, hombres y mujeres). Pandemia de gravísimas consecuencias, ha matado en todo el mundo, hasta la fecha en la que se escriben estas líneas, en torno a 40 millones de personas, y se calcula que actualmente son portadores del virus VIH en torno a 36 millones de personas en todo el planeta.

Aunque las noticias sobre el sida en prensa menudeaban desde principios de los años ochenta, será a partir de la aparición en público de un estragado Rock Hudson (junto a su amiga Doris Day, en 1985) cuando el mundo se percata de la dimensión de la enfermedad. A pesar de ello, y de que la pandemia hacía ya estragos en todos los países, al no existir tratamiento efectivo para hacerle frente, el cine hace oídos sordos sobre el sida, como si no presentarlo en pantalla fuera suficiente para que no existiera.

Tendrá que ser una película de serie B norteamericana, Compañeros inseparables, ya en 1989, la que por primera vez en cine comercial presente el fenómeno del sida. Habían pasado ya cinco años desde que científicos del Instituto Pasteur de París aislaron y definieron el virus, y cuatro desde que se le bautizó como VIH, tiempo en el que los muertos se contaban ya por cientos de miles, cuando el cine lanza ese primer film, y ello por haber contraído su director, Norman René, la enfermedad. Con Campbell Scott y Bruce Davison al frente del reparto, Compañeros inseparables contaba una historia ambientada en la comunidad gay, cuando la pareja del protagonista enferma de sida y los graves problemas a los que la pareja se enfrentará a partir de entonces.

Tendrán que transcurrir otros tres años, hasta 1992, para que el cine comercial vuelva a poner en pantalla el fenómeno del sida. Ese año parecen alinearse los astros porque serán tres los films que lo hacen, desde distintas perspectivas. Así, el actor y director francés Cyril Collard protagoniza y dirige Las noches salvajes, de corte autobiográfico; nominado para los premios César del cine galo, Collard murió tres días antes de que su película recibiera cuatro de esos galardones, propiciando con ello un fuerte impacto en la sociedad francesa; el film contaba la airada historia de un hombre que mantenía dos relaciones sexuales a la par, con hombre y mujer, una historia entre el romanticismo fou y la sexualidad más descarnada.

Ese mismo año, y en un tono muy distinto, Kenneth Branagh lleva a la pantalla Los amigos de Peter, comedia en su variante de reencuentro de viejos amigos, convocados por el Peter del título, que finalmente les comunicará que ha sido diagnosticado como seropositivo (portador del VIH). El tono era el típico de la dramedia de colegas de generación, pero esa última revelación lo cambiaba todo: el cine anglosajón con vocación taquillera se empezaba a hacer eco también, más de una década después de los primeros casos detectados, de una enfermedad que estigmatizaba a quienes la padecían.

Rizando el rizo, ese mismo 1992 se rueda Vivir hasta el fin, de corte underground, hecha por el muy militante director gay Gregg Araki, que hace una película con su habitual tendencia a la provocación, en este caso con una pareja de seropositivos, un chapero y un crítico de cine, que deciden echarse al monte, al grito de “Fuck the world” (“Que se joda el mundo”, podríamos traducir, más o menos), en una historia que a ratos recuerda, en clave evidentemente queer, la famosa Thelma y Louise, estrenada el año anterior.

Pero quizá el momento en el que el mundo no sólo se da cuenta de que el sida es un problema real, que no solo afecta (aunque lo hiciera de forma mayoritaria) a la comunidad gay, y que en cualquier caso la postura ante la enfermedad y ante el enfermo no puede ser otra que la de buscar soluciones y por supuesto cesar en su estigmatización, se produce cuando se estrena Philadelphia, en 1993, el film de Jonathan Demme que ganó dos Oscar, uno para Tom Hanks por su entregada composición del protagonista, un abogado que es despedido cuando empiezan a aparecer en su físico los signos del sida, y otro para Bruce Springsteen por su hermosa canción Streets of Philadelphia, incluida en la banda sonora de la película. A partir de entonces la mirada del cine empieza a evolucionar: de la ocultación vergonzosa irá virando, poco a poco, a una mirada más humana, más próxima, más cómplice. Pero, por supuesto, queda todavía mucho trecho hasta que la enfermedad y toda su cohorte de secuelas y derivadas tenga una consideración humanista y no segregacionista.

En ese mismo año de 1993 se estrena En el filo de la duda, que pone en pantalla el conflicto que se produjo en 1984 cuando los científicos del Instituto Pasteur Françoise Barré y Luc Montagnier consiguieron aislar y definir el VIH (aunque entonces aún no tenía nombre), pero otro científico con vocación de pícaro, el norteamericano Robert Gallo, les pidió muestras y se arrogó, con más cara que espalda, el descubrimiento. Este film de Roger Spottiswoode presentó esa controversia en pantalla, con Nathalie Baye como la doctora Barré, Patrick Bauchau como el doctor Montagnier, Matthew Modine como el doctor Francis, de la OMS, y Alan Alda como el pícaro científico, el doctor Gallo, que se quiso quedar con la fama, aunque afortunadamente el Premio Nobel, dos décadas y pico después, lo obtuvieron solo los médicos franceses, quedando claro que el yanqui nada tuvo que ver con el descubrimiento. La trama giraba en torno a los ensayos clínicos en el Instituto Pasteur y cómo después Gallo intentó quedarse con el éxito, hasta tener que llegar los verdaderos descubridores, como mal menor (tengas pleitos y los ganes...), a compartir nominalmente la patente con el marrullero galeno USA.

1995 nos traería dos nuevas aportaciones al cine sobre el sida, una norteamericana y otra (la primera) española. La yanqui fue Jeffrey, con dirección de Christopher Ashley, ambientada en la comunidad gay, y en la que el protagonista, con un miedo atávico a contraer el sida, decide optar por la castidad total. En clave de moderada comedia, por supuesto al final el personaje central volverá al redil del sexo, aunque sea a través del amor... Patrick Stewart, entonces ya famoso por su papel de capitán Picard de la serie televisiva Star Trek: La nueva generación, era el rostro más conocido en un reparto de actores poco conocidos: y es que el Hollywood de la época, a pesar del paso adelante dado por Hanks, seguía sin estar por la labor de hacer cine comercial de peso sobre el sida y sus problemas colaterales. La peli española fue La niña de tus sueños, bienintencionado film de Jesús R. Delgado sobre una pequeña que, en un campamento de verano, se detecta que es seropositiva, con las previsibles reacciones de rechazo por parte de los padres del resto de niños. Lo mejor que se puede decir de ella es alabar su buena voluntad, y también haber sido la primera película española que afrontó el tema.

Poco más aporta el siglo XX en cuanto a la aparición del sida en el cine comercial. Habrá que esperar al XXI para que la mirada de la cinematografía se vaya volviendo cada vez más cómplice con los enfermos y con la forma de encarar la pandemia. Ese será el tema de la segunda parte de este díptico.

Próximo artículo: Sida/Cine: De la ocultación vergonzosa a la visibilidad reivindicativa (y II). El siglo XXI

Ilustración: Una imagen de Philadelphia (1993), con Tom Hanks y Denzel Washington, que hizo visible por primera vez a gran escala el problema del sida y la estigmatización social que conlleva.